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Una serpiente. Eso era lo que había alterado tanto a Danny esa noche. Una serpiente. Y no era para menos pues la condenada era grande y venenosa, según había dicho él después de matarla con el cuchillo. Danny estaba asustada por lo ocurrido. Era la primera vez que veía un animal de ese tipo tan cerca. ¿Es que su mala suerte no iba a acabar? Por suerte, Dave había ido rápido a rescatarla. La mató sin ningún problema, aunque ella no se había enterado muy bien ya que estaba gritando y azotando todo lo que encontraba en su camino al fuego. Se habían quedado sin mantas, sin comida y sin lumbre. La oscuridad se ciñó sobre ellos como un manto, amenazante. La luna estaba casi llena e iluminaba un poco el lugar.

Danny estaba segura de que el rubor de sus mejillas se veía, aunque no hubiera luz. Tan azorada estaba. Aparte del susto de la serpiente, no esperaba que Dave la abordara de ese modo. La había besado para aplacar su ataque de histeria y había funcionado. Fue un beso rudo, violento, del que no había disfrutado nada. No era la primera vez que la besaban, algún pretendiente que otro se había atrevido a ello, pero habían sido besos superficiales, fríos, y que no había sentido nada. Con Dave era diferente. Un calor había invadido todo su cuerpo en espiral haciendo que temblase como una tonta. Sentir el peso de él sobre el suyo era algo insólito para ella y le había gustado. Si ese hombre no se hubiera detenido, ella no habría hecho nada por interrumpirle, tan embriagada estaba. Nunca un beso la había dejado en ese estado de estupor, ni siquiera se lo reprochó. Se quedó muda por primera vez y, por primera vez, acertó.

Una serpiente. El motivo que había suscitado el miedo de la muchacha y el motivo que él había aprovechado para besarla. ¿En qué estaba pensando? Danielle no era la clase de mujer que a él le gustaba. Nunca había tenido problemas para encontrar a alguien para pasar un buen rato, pero esta vez era diferente. Era una señorita en todos los aspectos y no estaba a su alcance. Se sintió avergonzado por su conducta, pero, ¡qué demonios!, no estaba arrepentido. Tenía ganas de hacerlo desde la primera vez que la vio. Además, había servido para que se calmara y, gracias a Dios, ella se quedó callada.

Miró alrededor después de hacer otra hoguera y vio que no tenían nada para comer ni para dormir. Él no tenía problemas para dormir sobre el suelo, pero ella… Ella dormiría también. Se lo merecía. Había echado a perder todo y todo por una estúpida serpiente. Hubiera gritado, él la hubiera matado y listo. Si ella no hubiera quemado todo, él… él no habría cometido la estupidez de besarla. Llegaron al rancho Langton al día siguiente a última hora de la tarde. Los padres de Danny la esperaban a la puerta, pues habían recibido la nota que había mandado Dave desde Tucson. John y Diana también estaban allí. Dave desmontó y ayudó a Danny a bajarse del caballo y cuando la agarró por la cintura, sus miradas de cruzaron un instante. No habían vuelto a hablar desde lo ocurrido, solo algunas trivialidades. Era mejor dejar el asunto zanjado.

Danny corrio hacia su familia y se abrazaron largo tiempo. Luego Danny abrazó a su amiga y hasta a John, pues sabía que también había sufrido lo suyo. Entraron a la casa y ordenaron un baño para Danielle en su cuarto. Lo único que quería era sentirse limpia y dormir en su cama durante días. Se despidió de todos antes de ir a su habitación seguida de Diana y su madre. Le ofrecieron un baño y hospedaje a Dave, pero rehusó diciendo que tenía que irse. Richard aprovechó y acompañó a Dave a su despacho para hablar.

Dave le relató lo que había pasado y que había matado a Jake. Que el viaje de vuelta había estado tranquilo y que todo había salido con éxito. Richard escuchaba atentamente, sin saber cómo podía agradecer a ese hombre todo lo que había hecho por su hija.

—Bien, señor Holt, cuando usted quiera iremos al pueblo para sacar el dinero que le debo. Supongo que es eso lo que me pedirá. Eso, junto con mi eterna gratitud, es lo mínimo que puedo hacer por usted. Si necesita algo, por favor, comuníquemelo.

—Gracias, eso es todo. Le mandaré una nota para reunirme con usted en un par de días —respondió Dave y se fue a su hotel para bañarse y comer algo.

En el piso de arriba, Diana hablaba con su amiga, que ahora estaba peinándose el pelo mojado

—No puedo creer que estés aquí, Danny. Estábamos tan preocupados por ti.

—Temíamos por tu seguridad, hija. Tu padre hizo todo lo posible por encontrarte y cuando recibió la nota con lo que pedían esos bribones, fue al banco enseguida. El sheriff tuvo la genial idea de contratar un rastreador. Resultó mejor de lo que esperábamos.

—Sí… —dijo Danny, ensimismada.

Su madre y Diana seguían hablando mientras ella estaba junto a la ventana peinándose y pensando en todo lo que le había pasado. Y lo más extraño era que no dejaba de pensar en el beso de Dave.

—Así que tu padre le dijo al señor Holt que le daría lo que pidiera, supongo que pedirá el dinero que tenía pensado dar a los bandidos —dijo su madre cuando Danny despertó de su trance.

—¿Qué? —preguntó Danny, dándose la vuelta para mirar a su madre y carraspeo—. ¿Y cuál es esa cifra?

—Diez mil dólares. Danny quedó perpleja. ¡Diez mil dólares! ¿Eso habían pedido sus secuestradores? Ahora entendía por qué Dave había aceptado. Era un número difícil de rechazar. Bueno, al fin y al cabo, era a eso a lo que se dedicaba. Además, no le preocupaba. Su padre tenía mucho dinero y su rescate lo valía. Siguió con lo que estaba haciendo y cayó en la cuenta de que, probablemente, nunca más volvería a ver a Dave Holt.

Diana y Danny se encontraban en el porche de la casa tomando un refrigerio. La cálida brisa del atardecer ondeaba sus cabellos y hacía que los ojos de ambas parecieran aún más claros.

—¡Qué miedo pasé, Danny, cando vi que no estabas al salir del coche! —dijo Diana—. Oí todo lo que dijeron y pensé que estaba soñando hasta que comprendí que te habían llevado con ellos.

Danny recordó aquel momento y dio un respingo.

—La verdad que yo tampoco me lo esperaba. Pero míralo de este modo, al final ha quedado como una anécdota para contar a Lydia y a Samantha. Se morirán de envidia al saber la aventura que pasé —Miró a Diana, que estaba asustada por sus palabras—. Bienvenida al Oeste, Diana.

Diana Sonrió al ver que su amiga lo tomaba con humor. Miró al sol que ya estaba escondiéndose detrás de una colina. Habían pasado dos días desde que Danny había regresado. Solo quería dormir y comer, aunque no lo consiguió mucho con lo primero. No sabía cuál era la extraña razón por la que no dejaba de pensar en Dave y su beso. Cada vez que lo recordaba, se ruborizaba al instante. Ese hombre había conseguido lo que otra mucha gente había intentado: intimidarla.

—Supongo que no querrás hablar mucho de ello, pero… —Diana se mordió el labio.

—Quieres saber cómo fue —dijo Danny, acabando su frase. Suspiró—. Al principio estaba aterrada. No comprendía por qué estaba pasando eso. Cuando dije mi nombre, enseguida me relacionaron con Richard Langton. Al parecer sabían cuando iba a venir y planearon robarme. Al ver que no tenía mucho, improvisaron y decidieron llevarme para pedir un rescate —hizo una pausa, recordando—. Me llevaron a una cabaña y allí me retuvieron hasta que fuimos hasta El Paso para el intercambio. Luego llegó… el señor Holt y me rescató.

Diana escuchó con atención todo el relato. Sus ojos se empañaron al pensar en el dolor que había sentido su amiga y la angustia que debió pasar al pensar que podía haber una posibilidad de que nunca volvería a ver a su familia y amigos. Danny la vio y Sonrió.

—Ya pasó todo, Diana. No te preocupes. Ya estoy aquí fuera de peligro —la consoló. Diana se enjugó las lágrimas.

—Menos mal que tu padre aceptó la ayuda que le ofreció el sheriff al contratar a ese rastreador. Te salvó y no les tuvo que pagar a esos bandidos. Por lo menos, el señor Holt se merece el dinero.

—Sí, supongo que sí… —dijo Danny y suspiró.

—Diana la observó detenidamente. Había algo diferente en ella. Unas veces estaba enfadada, otras veces melancólica. Algo había pasado en ese incidente que la tenía tan cambiante.

—¿Sabes? Llegó carta de tu hermano Robert. Vendrá en una semana aproximadamente —dijo Diana y Sonrió.

—¿En serio? —preguntó Danny, emocionada—. Oh, Robert, me hace tanta falta, lo echo de menos.

Danny y su hermano habían pasado una infancia feliz uno al lado del otro. Él siempre estaba protegiéndola y ella se colaba siempre en el coche para ir donde él iba y él siempre tenía que dar la vuelta para dejarla en casa. No podía permitir que una niña fuese con él al club o a otros lugares no aptos para damas. Robert era seis años mayor que ella y cuando acabó el colegio estuvo dos años viviendo la vida hasta que había tomado la decisión de entrar en el ejército en el Oeste. Las milicias estaban escasas de jóvenes y él, que no tenía mejor cosa que hacer, se alistó. Ya llevaba cuatro años en el ejército. Su hermano era un hombre apuesto, nunca había tenido problemas para encontrar una mujer. Moreno de ojos verdes, igual que su madre. Alto, fuerte y la sonrisa más hermosa de Nueva York. Amable, educado y muy caballeroso. Aunque hacía mucho tiempo que no lo veía, sabía que Robert Langton seguiría siendo igual de pilluelo, como ella misma.

Será agradable tener a Robert aquí —dijo Danny y Sonrió de nuevo.

Richard Langton estaba en la cantina del pueblo, sentado en una de las mesas con una botella de whisky y dos vasos. Dave Holt estaba sentado frente a él. Había acudido a su encuentro en cuanto había recibido la nota del señor Holt. Antes de ir al banco, Dave lo condujo al bar para hablar. Richard desconfió, pero accedió. Habían pasado veinte minutos y Langton estaba nervioso porque ese hombre estaba contándole historias sobre su vida y a él le pareció que quería retrasar el momento de cobrar el dinero.

De repente, Dave dijo algo que hizo escupir a Richard toda la bebida.

—¿No quiere el dinero? —preguntó Richard, asombrado.

—No —respondió Dave, tranquilamente—. Lo que hice fue algo insignificante.

—¿Insignificante? Señor, usted salvó la vida a mi hija. Merece eso y mucho más.

—Ésa es la cuestión —dijo Dave y dio un trago al líquido ámbar de su vaso.

—¿Quiere más dinero? —Richard tragó saliva.

Dave negó con la cabeza mientras miraba la copa.

—No quiero eso, quiero ese mucho más del que me habla.

—No entiendo.

—Ahora necesito hacer algo que me distraiga. Un trabajo fijo. No quiero estar en la habitación de mi hotel esperando a que alguien vuelva a desaparecer para ir en su busca. Quiero algo que me haga levantarme todos los días temprano y me mantenga ocupado todo el día.

Richard tardó en comprender sus palabras.

—¿Está diciendo que le busque trabajo? —preguntó Langton, sorprendido.

—No, quiero que usted me dé trabajo. En su rancho. En cualquier puesto.

Richard Langton quedó tan blanco como la nieve al oír las palabras de ese tipo.

¿Quería que le diera trabajo? Increíble. Nunca había conocido a alguien que rechazara dinero y encima que quisiera trabajar. Todos los puestos de su hacienda estaban ocupados, pero bien podía hacer un hueco. Ese hombre merecía todo lo que pidiese por haber traído a su hija a casa y lo que pedía era tan poca cosa…

—Está bien. A partir de mañana empezará a supervisar a los trabajadores. Será el nuevo capataz.

Dave negó con la cabeza.

—No. No seré jefe de nadie. Quiero un trabajo como el de cualquier otro. ¿No necesita que alguien cuide de los caballos, el establo o algo parecido? Richard estaba cada vez más anonadado. Ese hombre derrochaba humildad por doquier.

—De acuerdo, ocupará el puesto de criador de caballos. Los alimentará, les cambiará el heno y los bañará. Además de ejercitarlos. Y mantendrá el establo limpio. ¿Le parece bien?

Dave Sonrió y estrechó la mano que Richard le tendía.

Rescate al corazón

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