Читать книгу Rescate al corazón - María Jordao - Страница 8
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Danielle Langton y Diana Hobbs partieron el martes a primera hora de la mañana hacia Tucson, Arizona. El viaje sería largo y caluroso. En Albuquerque pararían para coger la diligencia que las llevaría a Tucson. Allí, John, el cochero del padre, iría a recogerlas. Al final, Danny se había salido con la suya. Viajaban solas. El señor Whitman se enteraría el miércoles de que ya había partido y se lo comunicaría a su padre, pero ella ya estaría allí para explicárselo todo y asunto zanjado. Richard Langton vería que podía confiar en su hija sin ningún problema.
Diana durmió casi todo el trayecto, mientras que Danny no dejaba de pensar en el hombre misterioso que se había presentado ante ella como Martin Lampwick. ¿Qué razón podría tener para hacerse pasar por otra persona? Su ausencia de identificación y su desaparición inesperada tenían a Danny desconcertada y aunque le había dicho que a ella no le quitaba el sueño, el misterio que rodeaba a aquel hombre le había provocado dos noches de insomnio. Era insoportable. ¿Cómo había podido decirle todas esas cosas? ¿Con qué derecho se atrevía a juzgarla de esa manera si acababa de conocerla? Era verdad que había visto el artículo y oído rumores sobre ella, pero eso no le daba el derecho a agredirla verbalmente ni de tomarse la confianza de evaluar su carácter. ¿Acaso él no era un presuntuoso y presumido? Pensó que ella estaba ansiosa por bailar con él y que se había sentido tan desilusionada que hasta se había retirado de la fiesta.
Cuando entró otra vez en el salón para cerciorarse de que el señor Lampwick no era el que estaba con ella afuera, no pudo verle bien a causa de la muchedumbre que se colocaba alrededor de él. De todas maneras, sabía que no era la misma persona. Diana había descrito a Martin totalmente diferente físicamente al que había conocido ella. Esto desconcertó a Diana también, no recordaba a Martin de la misma manera en que se había presentado ni era el mismo hombre con el que había bailado. Tampoco era importante, al ir todos enmascarados más de uno aprovecharía esa oportunidad para acercarse a alguien y fingir ser otra persona. Él había escogido al hijo de la anfitriona. Se encogió de hombros, al fin y al cabo, no pudo conocer al verdadero Martin Lampwick.
Cruzaron la ciudad de Cincinnati cuando era media tarde del segundo día. En el tren les habían dado de comer y esta vez fue a Danny a quien le tocó dormir un poco durante el trayecto. Diana prefirio leer un libro para entretenerse.
Eran las doce de la noche del quinto día cuando pararon en Memphis y cambiaron de tren. Les dejaron una hora para que pudieran descansar un poco y estiraran las piernas. El maquinista también necesitaba descansar un rato para seguir. Al cabo de una hora estaban de nuevo en el tren y ambas jóvenes se durmieron hasta que llegaron a Oklahoma. Eran las once de la mañana. Allí, les dejaron otra hora para que visitaran la ciudad y poder comer algo. Diana prefirio quedarse en el tren y descansar un poco más. Danny bajó y fue a dar una vuelta por la ciudad. No era muy grande, pero era acogedora. El calor se hacía más presente a medida que se acercaban a los desiertos del Oeste, esas tierras áridas y vacías de todo. Suspiró y siguió paseando por las calles donde había tiendas de modas, de comida, y bares. Compró un poco más de comida para ella y Diana por si pasaba algún imprevisto. Pasado el tiempo de descanso, volvió a la estación y subió al tren. Diana se había despertado y estaba leyendo. Danny optó por hacer lo mismo que ella, abrió su libro de poesía y comenzó a leer en silencio.
A las ocho de la tarde llegaron a Albuquerque. Ahí era donde tendrían que coger una diligencia, pero les informaron de que no había una hasta el día siguiente a las siete de la mañana. Fueron a la pensión de la ciudad y se hospedaron allí para descansar. Cenaron lo que había comprado Danny en la ciudad anterior y, después de pedir un baño, vestirse y arreglarse un poco, bajaron a tomar un té al bar del hospedaje. Las personas que allí estaban eran casi todos hombres y las pocas mujeres eran las que cogerían la diligencia con ellas al día siguiente hacia Tucson. Tomaron el té tranquilamente, hablando de todo un poco y rieron de cosas que recordaban. Se levantaron para irse a dormir y cuando subían las escaleras, una sensación conocida ya por Danny recorrio todo su cuerpo. Miró hacia atrás y fijó su mirada en todos los rincones del bar observando todas las personas allí presentes. Estaba buscando, ¿qué?, ¿quién? Cada vez que ese estremecimiento cruzaba su cuerpo, el hombre misterioso de ojos grises aparecía, pero era imposible. Ese hombre se encontraba en Nueva York. Sacudió la cabeza y subió hasta el cuarto. Se metió en la cama y esa noche tampoco pudo dormir.
Al día siguiente ya se encontraban en la diligencia rumbo a Tucson. Danny recordó lo que había sentido en la taberna del hostal y desechó una vez más la idea de que ese hombre estuviera cerca. Llegaron a Tucson a las tres de la tarde del día siguiente. El calor ya era insoportable y Danny temía por su amiga, que no estaba acostumbrada. John, el cochero, estaba esperándolas para ser llevadas, por fin, al rancho Langton.
—Hola, John. ¿Cómo estás? —dijo Danny con su amplia sonrisa y unas sombras oscuras bajo los ojos que reflejaban todo su cansancio, estaba feliz de ver otra cara conocida.
—Bienvenida, señorita. —Miró a Diana—. Señorita Hobbs, espero que su visita sea satisfactoria —dijo John, cortésmente.
Diana Sonrió a modo de agradecimiento. John metió el equipaje, que no era poco, en el coche y tomaron el camino hacia el rancho. En media hora estarían en casa.
—El paisaje no es muy bonito, como puedes ver.
Diana observó la llanura que tenía enfrente tan extensa que parecía que no tenía final. Arbustos y cactus se distribuían por toda la planicie dándole un aspecto espantoso. Se estremeció solo al pensar en los animales que podían allí habitar. Desde serpientes hasta lobos. No quiso pensar más en eso y se concentró en que en diez minutos llegarían al rancho y estaría a salvo.
De repente, algo interrumpió la marcha del coche. Ambas mujeres se sujetaron a los sillones como pudieron. El coche amenazaba con volcar y no sabían a qué podía deberse. Oyeron voces en el exterior y el coche se detuvo. Escucharon cómo los caballos relinchaban, nerviosos y a John discutir con alguien. No se oía muy bien, aunque estaban dando voces, pero los caballos no dejaban escuchar nada. Danny y Diana se miraron, asustadas. En ese momento, las monturas se movieron bruscamente al intentar escapar, pero el coche tropezó con una roca en el camino y quedó de lado haciendo que las mujeres en el interior cayeran de forma brutal. John cayó del pescante y se golpeó golpeado la cabeza con una piedra, quedando inconsciente.
Danny miró a Diana y vio que estaba mirándola con los ojos como platos. Le hizo un gesto para que no dijera nada y ambas guardaron silencio.
—Coged todo cuanto podáis y nos iremos —dijo uno de ellos.
Así que había más de dos personas. Forajidos, dedujo Danny. Se incorporó e intentó salir por la puerta que estaba donde tendría que estar el techo. Diana la sujetó por el brazo queriendo retenerla en el interior del vehículo.
—Tranquila, solo quiero ver qué pasa. —le dijo Danny en voz baja. Escaló hasta la puerta como puedo y asomó la cabeza. Vio a dos hombres rebuscando en sus pertenencias y eso la enfureció. Si lograba que no la vieran, podía esperar a que acabaran con su inspección y luego saldría en busca de ayuda. Esos malhechores se arrepentirían de lo que acababan de hacer. Nadie robaba a un Langton. Se estiró un poco más, obligando a sus manos a sujetar su cuerpo colgado. Vio que los hombres cogían sus joyas y el dinero que guardaban en sus maletas. Luego vio como sacaban su ropa interior y jugaban con ella. La olían y luego la rompían, riéndose. Maldijo interiormente a esos ladrones.
—Vaya, vaya, vaya. Mirad qué tenemos aquí —dijo uno de ellos a su espalda. Danny no contaba con que la hubieran visto. Giró su cabeza y le miró directamente a la cara. Era moreno, alto y fuerte. Sus ojos eran de color azul oscuro y su tez era morena por causa del sol. No era feo, pero había algo en su cara que no lo hacía ser atractivo del todo. La cogió por las manos y la aupó hacia arriba. Gracias a Dios no miró al interior del coche. Diana, dentro, rogaba por que no la descubrieran. Llevó a Danielle donde tenían los caballos y la miró de arriba abajo. Sonrió.
—Eres una preciosidad, muchacha. —Se mesó la barbilla—. Ahora me explico por qué el hombre viajaba con equipaje de mujer.
—Los otros dos hombres dejaron de buscar en el equipaje y se acercaron. La miraron lascivamente y sonrieron mostrando unas dentaduras amarillentas y podres. Tenían barba larga, ojos profundos y sus ropas estaban viejas y sucias. Aquel hombre oscuro, él vestía como todo un vaquero claramente era su jefe. Camisa negra, pantalones azules oscuros y un pañuelo atado al cuello del mismo color. Sombrero negro y botas con espuelas brillantes. Llevaba una pistolera a la cintura con dos revólveres a ambos lados. Su aspecto era peligroso, pero Danny no se acobardaba nunca ante nadie.
—¿Cómo te llamas? —preguntó el hombre de negro.
Danny pensó que era mejor guardar silencio y si querían que hiciera algo, sería a la fuerza. No pensaba colaborar en lo más mínimo con esos bandidos.
—¿Así que no quieres hablar? Habrá que hacer algo al respecto. Los dos hombres harapientos rieron. Aquello no le gustaba nada a Danny. Quizá sería mejor hablar y acabar de una vez por todas con aquello. Carraspeó y se irguió para contestar mirando fijamente al hombre que tenía delante de ella.
—Danielle. No sería necesario decir su apellido. Ella misma saldría de aquel problema y lo contaría como una anécdota. El hombre de negro se quitó el sombrero e hizo una reverencia sonriendo.
—No puedo creer que tenga delante de mí a la mismísima Danielle Langton —dijo y se puso otra vez el sombrero.
Se quedó paralizada.
—¿Por qué cree que soy Danielle Langton? —preguntó, alzando la barbilla.
—Porque solo puede haber una Danielle en toda esta zona que visita el oeste cada verano. Además, hemos oído que una tal Danielle Langton vendría en estos días así que solo es cuestión de encajar las piezas.
—O sea, que todo esto ya estaba planeado para poder robarme —dijo , pensativa.
—Eso es y la verdad, que todo ha salido a pedir de boca.
—Pero no creo que tenga suficiente en mi equipaje que pueda serle útil. Mis joyas son escasas y no obtendría casi nada por ellas. Llevo poco dinero también.
Mentía en lo de las joyas con la esperanza de que no se las quedaran, pues valían una pequeña fortuna. Pensó en el broche de oro blanco que tenía en el interior del chal que llevaba puesto y atado a la espalda. Si lograba esconderlo, podría salvar lo único que le quedaba de valor.
—Puede haber otra forma de obtener más dinero, preciosa —dijo el hombre de negro enseñando su perfecta y blanca dentadura.
Se preguntó cómo. No tardó en saber la respuesta.
—Nos la llevaremos, servirá para pedir un rescate al viejo Langton. —El hombre de negro se dirigió a sus dos acompañantes y seguidamente la cogió por la cintura, la montó en su caballo con él detrás y se fueron rumbo hacia no sabía dónde. Diana había escuchado toda la conversación y cuando oyó que los caballos se alejaban, salió del coche como pudo. No podía creer lo que había ocurrido allí. Hacía quince minutos estaba feliz de que casi habían llegado a casa y ahora estaba sola en medio del desierto, con el cochero inconsciente, quizá muerto, y su amiga secuestrada. Sentía ganas de llorar, pero no podía hacerlo. Ahora tenía que ir en busca de ayuda para Danny. Fue ir a lado de John e intentó despertarle. No se movió y temió lo peor. Lo zarandeó más fuerte y él, entonces, emitió un gemido. Abrió los ojos poco a poco y enfocó la cara de Diana. Se tocó la cabeza y vio la sangre. Intentó levantarse, pero se mareó y se tumbó otra vez.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—Unos forajidos nos atracaron. El coche volcó y usted debió de perder el conocimiento al golpearse la cabeza. ¿Se encuentra bien? John miró a Diana y vio temor en sus ojos.
—Sí, algo mareado, pero bien. — Se levantó con ayuda de la joven y miró el coche volcado. Vio que las maletas estaban abiertas y las ropas tiradas por el suelo.
—¿Y la señorita Langton? —preguntó, atemorizado por lo que hubiera podido pasarle. A Diana le tembló el labio cuando intentó hablar, pero tuvo que tranquilizarse para contárselo todo a John. Cuando acabo, él no podía creérselo. Su señora secuestrada. En todos esos años solo los habían atracado dos veces, pero nadie se llevó a nadie. Los Langton daban lo que pedían los ladrones, pero esta vez su hija viajaba sola, sin escolta y la que llevaba se había quedado desmayada. Diana tampoco era de gran ayuda. Su cabeza empezó a cavilar rápidamente. Había que hacer algo. Lo primero, ir a al rancho Langton e informar de lo ocurrido. También se fijó en que no tenían caballos. Suspiró y se volvió para mirar a una Diana callada y asustada.
—Habrá que ir andando hasta el rancho. Tenemos que ir a pedir ayuda, señorita Hobbs.
Diana no respondía. Tenía la vista fija en algún punto y su mente estaba lejos de allí. John la zarandeó un poco, pero no consiguió nada. La sacudió más fuerte y ella fijó su mirada en él. Estaba a punto de llorar, pero consiguió reprimirlo una vez más.
—Haré lo que sea para ayudar a Danny —contestó ella con la voz temblante.
Diana y el cochero pusieron en marcha sus pies y se dirigieron hacia la hacienda. Tardarían veinte minutos como mínimo contando con a él no le pasara nada y que la señorita Hobbs no se cansara a cada poco. No se quejaba y eso asombró a John. La gente del Este no estaba acostumbrada a andar tanto y menos una persona que estaba habituada a viajar en carruaje para la más mínima cosa, pero estaba tan asustada que ni se le había pasado por la cabeza protestar. Lo único que quería era llegar e informar cuanto antes a los padres de Danny para que se pusiesen en marcha para encontrar a su amiga.
Estaba asustada, pero temía más por Danny que por ella misma. Estar acompañada por el cochero la tranquilizaba un poco.