Читать книгу Rescate al corazón - María Jordao - Страница 7
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Danny bajó a desayunar al día siguiente como si nada hubiera pasado el día anterior. Entró en el comedor, Eric le sirvió la comida y le dio el periódico. Se le veía un poco reticente cuando lo dejó encima de la mesa y por eso lo primero que hizo Danielle fue abrirlo y echarle una ojeada. Ahí estaba. La noticia decía que Danielle Langton había humillado a Samantha Fox y Lydia Villard en el salón de té. Decía que «una generosa multitud de testigos vieron cómo la señorita Langton las insultaba de la peor forma posible. Una vez más, se demostraba el carácter arisco y rebelde de la joven que hizo de su blanco a sus dos más fieles amigas». ¿Amigas? ¡Dios santo! No podía creer que su nombre saliera en el periódico, no era una noticia tan importante como para que se hiciera pública.
Entonces recordó que el padre de Lydia era el dueño del periódico. ¿Qué podía hacer sino? La mejor venganza para ellas era poner en ridículo a Danny y que, además de toda la ciudad, lady L. también se enterase y que no le enviara su invitación. ¡Arpías! Cerró el periódico y comprendió porqué Eric no quería dárselo. Lo miró fijamente.
—¡Se lo merecían! —dijo , simplemente, y comenzó a desayunar, rezando que su padre no se enterara jamás. Menos mal que el New York Post no llegaba al Oeste. Si pensaban que iban a destruirla de ese modo, se equivocaban. Con o sin invitación, ella iba a asistir al baile.
Acabó de desayunar y se dirigió al vestíbulo. Molly le tendió el bolso y lo cogió con furia. Estaba harta de esa ciudad, de ser la comidilla de todos y de ser la mala. Subió al coche y le indicó la dirección de la casa de Diana. Entró como otras tantas veces y fue al comedor donde estaba desayunando. Patrick se levantó para saludarla y se fue de inmediato, estaba claro que había leído la noticia. Diana se levantó e indicó la silla que estaba a su lado para que se sentara.
¿Has leído la noticia? —preguntó Danny aunque sabía que era una pregunta tonta. Diana bajó la mirada.
—Danny, puede que haya algo que podamos hacer. Yo estaba presente y puedo decir que ellas te atacaron primero, ridiculizándote.
Danny tomó la mano de su amiga entre las suyas y negó con la cabeza.
—No puedo hacerte eso. Tú eres demasiado buena como para hablar mal de la gente. Además, son tus amigas, no puedes hacerles esto.
—Pero tú eres mi mejor amiga y ellas te ofendieron, Danny. Ayer me di cuenta de cuán equivocada estaba respecto a ellas. Sabía que les caías mal, pero nunca pensé que llegarían a esos extremos.
—Te lo agradezco, pero qué más da agregar un alboroto más a mi lista de escándalos. Todo el mundo sabe cómo soy así que no se sorprenderán. Pero la verdad, es que esta vez llegaron demasiado lejos.
Diana apretó su mano para darle ánimos, sabía que, en el fondo, su amiga estaba triste.
—No puedes dejar que lo que te hicieron te afecte. No pueden verte derrotada. Tú no eres así.
Danny levantó la cabeza y la miró fijamente.
—No me dejaré vencer tan fácilmente. Siempre me ha importado muy poco lo que la gente piense de mí, bien lo sabes. ¿Qué más da si me critican un poco más? —hizo una pausa—. Lo malo es que ya no voy a ser invitada de lady Lampwick.
Diana la miró y también se entristeció un poco.
—No te preocupes, a mí no me apetece nada ir. Si tú no vas, yo tampoco.
—Pero tu padre te obligará a ir.
—No me importa, estoy dispuesta a enfrentarlo.
Danny abrazó a su amiga. Era la mejor que tenía, la única.
—Gracias, pero no quiero que por mi culpa te pierdas ese acontecimiento. Diana hizo una pausa y Sonrió.
—¿Sabes qué necesitamos? Ir de compras. Danny Sonrió también. Le fascinaba la idea.
—Tienes razón. Iremos a visitar a la señora McCain y encargaremos unos vestidos para el viaje.
El rostro de Diana se iluminó.
—¿Qué pasa? —preguntó Danny.
—He hablado con mi padre y me ha dicho que hacer ese viaje me vendrá bien. Sobre todo a ti, para que las cosas se calmen un poco aquí. Ha leído el periódico y no se ha sorprendido por lo ocurrido. Le expliqué cómo fueron las cosas en verdad y creo que hasta se alegró de que las pusieras en su sitio. A mi padre nunca le cayeron bien.
Ambas mujeres empezaron a reírse. Ninguna podía imaginar que el serio y severo Patrick Hobbs defendiera una conducta tan reprochable en una señorita, pero también sabían que admiraba a Danielle por su coraje. Ojalá Diana fuera un poco como ella. Por eso había dado su consentimiento de que fuera con ella de viaje, tenía la esperanza de que cuando volviera, fuera un poco más como Danny.
—Estupendo. Después de todo, el incidente de ayer nos trajo algo bueno.
Las dos jóvenes subieron al coche de Danny y fueron rumbo a la tienda de modas de la señora McCain. Las recibió una señora baja, regordeta y con unas gafas de un aumento como el culo de una botella. Era agradable y su tienda siempre olía violetas. Encargaron vestidos de todas las clases y colores. Danny sabía que en el Oeste hacía mucho calor por el día y que era insoportable. Le aconsejó a Diana que comprara vestidos de tela fina y manga corta. Aunque las noches eran refrescantes, con un chal podrían pasar. Finas faldas de algodón y camisas de hilo.
Cuando salieron de la tienda de modas, fueron a una zapatería. Compraron sandalias y zapatos para cada vestido comprado anteriormente. Después fueron a la sombrerería y compraron varios. Sombrillas y bolsos para cada ocasión.
Abandonaron la última tienda y caminaron en dirección hacia el coche que las esperaba para ir a casa seguidas de Damián cargado de bolsas y paquetes, cuando se encontraron a lady Lampwick en persona. Se pararon en seco y la saludaron cortésmente. La señora que las observaba tenía un aire severo y alzaba la barbilla, demostrando lo insignificantes que eran para ella. Alta, con el pelo canoso recogido bajo un sombrero de plumas de avestruz. Nariz recta, labios finos y unos ojos enormes color negro. Miró las bolsas que llevaba el cochero.
—Veo que han comprado ya el disfraz para mi baile —dijo lady L. en tono seco. Danny y Diana se miraron.
—Disculpe, pero creíamos que no estábamos invitadas, pues no nos llegó invitación alguna —dijo Danny.
La dama fijó su mirada en Danny y la evaluó de pies a cabeza.
—¿Es usted Danielle Langton? —Sí.
—He leído el periódico esta mañana y he visto su nombre en él. Una noticia no muy agradable —dijo lady L—. La verdad es que no me extraña, dada su propensión a las travesuras.
—Puedo explicarlo…— comenzó a decir Danny, pero Lampwick la interrumpió.
—Lo sorprendente es que una noticia tan insignificante salga en el New York Post. No sé en qué está pensado ese señor Villard al publicar una noticia tan vulgar como el comportamiento de una joven al defenderse de las acusaciones de su hija. Sinceramente, yo hubiera hecho lo mismo que usted. No se puede denigrar a nadie por tener unas tierras en el Oeste, solamente porque le tienen envidia.
Danny quedó anonadada. ¿Esa señora estaba de su parte? Increíble.
—No sé qué decirle, señora. —comenzó nuevamente Danny, pero fue interrumpida una vez más.
—Yo estaba presente en el salón cuando ocurrió la discusión. Oí todo lo que le habían dicho esas jovencitas, vi cómo usted se defendía y les decía sin el menor pudor todo lo que pensaba de ellas. Sin duda, es usted una joven con agallas. Los rumores son fundados y eso me alegra, no me gusta que se critique a nadie sin motivo.
Danny no podía articular palabra.
—Tengo que seguir con mis compras para el sábado. Esta tarde tendrán la invitación en su casa. Buenos días, señoritas. Dicho esto, lady Lampwick se fue con tres lacayos detrás de ella. Diana salió de su estupor y sacudió a una Danny inmóvil.
—¿Hemos oído bien? —dijo Diana, sonriendo—. Lady L. nos ha invitado personalmente a su fiesta. Lo que hizo Lydia no sirvió de nada, por suerte esa mujer escuchó todo lo que pasó ayer y vio la injusticia.
Danny miró a su amiga y de repente comprendió todo lo que había dicho. Sonrió, abrazó a Diana y corrieron hacia el coche. Tendrían que hacer mucho antes del sábado, solo faltaban dos días. Esa mujer no era ni la mitad de lo que había oído decir; ella misma dijo que la gente criticaba sin motivo y con ella habían hecho lo mismo. Lydia tendría que aguantarse y si toda la ciudad la creía, lady Lampwick la había defendido e invitado a su fiesta sin importarle lo que decía el dichoso periódico. ¿Qué mejor compensación que presentarse en el baile y ver la cara desencajada de Lydia Villard? Esa misma tarde, tal como había prometido lady L., llegó la esperada invitación a casa de los Langton. Danny abrió la carta y la guardó en el cajón de su mesita dentro de un libro de poesía que solía leer. Sobre las seis de la tarde fue a recoger a Diana a su casa, de nuevo, para ir a la tienda de la señora McCain a decirle que tuviera preparados dos vestidos para el sábado y los enviaran a su casa. Después se compraron los antifaces. El de Diana era color granate con incrustaciones de rubíes y plumas de pato y el de Danny era color dorado con plumas de faisán. La ventaja que tenía era que el color de antifaz también le ocultaba en parte sus ojos, del mismo color. Volvieron cada una a sus respectivas casas felices de saber que, al final, todo iba saliendo bien. Danny despertó el sábado por la mañana con un presentimiento en el cuerpo. Se levantó, se lavó la cara con el agua de la jofaina y se puso un vestido de mañana color albaricoque que acentuaba más sus ojos. Se recogió el pelo como pudo y bajó a desayunar. Eric la recibió, como siempre, en el comedor con los platos preparados y el periódico encima de la mesa.
—Quiero que mañana me ayuden a hacer el equipaje y que Damián tenga preparado el coche para el martes a primera hora llevarme a la estación —le dijo sin mirarlo siquiera.
—Como usted mande, señorita. —respondió Eric.
—Hoy por la tarde necesitaré a Molly para que me ayude a bañarme y a peinarme para el baile. Puede decirle a Damián que hoy, de noche, no necesitaré de sus servicios. Voy a ir con Diana y su padre.
—Sí, señorita. Se lo diré ahora mismo. Entonces salió del comedor. Danny dejó de mordisquear un trozo de pan para centrarse en sus pensamientos. Había tenido un sueño muy extraño. Estaba en el baile y alguien la observaba desde un rincón de la casa. No podía ver quién era porque su antifaz no le dejaba ver la cara, pero era un hombre. Estaba desesperada por conocer la identidad del hombre misterioso y cuando se había acercado hasta donde estaba para quitarle la máscara, despertó. Tuvo un sentimiento de extrañeza durante todo el día. Pensó en decírselo a Molly mientras la bañaba, pero optó por callárselo. No le diría a nadie que un estúpido sueño la había inquietado de esa manera.
Acabó de bañarse y se sentó frente al hogar, secándose el pelo, mientas Molly le preparaba el vestido, color anaranjado con piedras de ámbar por el escote y el doblez de la falda. El antifaz yacía junto a él en la cama, así como las medias y la enagua. Los zapatos estaban al pie, también color naranja pálido.
Molly la peinó con un recogido a lo alto de la cabeza dejando unos bucles rebeldes caer sobre su nuca y frente. La ayudó a vestirse, calzarse y, por último, a ponerse la máscara. Se la colocó sobre la cabeza cubriendo media cara. Habría rehusado de los servicios de Molly, pero estaba tan ilusionada que la dejó que la ayudarla. Estaba nerviosa y la presencia del ama de llaves la tranquilizaba un poco.
Bajó las escaleras. Eric estaba junto a la puerta abierta sujetando su bolso dorado para dárselo. Se despidió de sus dos sirvientes y se metió corriendo al coche de los Hobbs, rumbo a la mansión de lady Lampwick.
Llegaron en quince minutos. El cochero los dejó a la puerta y se fue a buscar un lugar para estacionar el coche. Entraron en el salón atestado de personas disfrazadas con los trajes más espectaculares. La sala de baile era enorme. Tenía forma ovalada y una gran parte de ésta tenía unas puertas de cristal que daban al jardín personal de lady L., donde sus invitados podían salir a pasear y tomar el aire. Las lámparas colgaban de los altos techos iluminando el espacio. Unas escaleras al fondo de la estancia ascendían a la planta alta donde se encontraban las habitaciones y los excusados. Al otro lado había una tarima donde estaba la orquesta tocando y, al lado, unas mesas con canapés, vinos y refrescos para los presentes. Patrick las dejó solas nada más entrar para ir a servirse una copa. Danny miró a su amiga y vio lo hermosa que estaba con su vestido color vino y su antifaz a juego. Luego miró en derredor buscando a la lady L. pero sin éxito.
—Vamos, demos una vuelta por el salón —dijo Diana.
Dieron como tres vueltas y solo consiguieron descifrar a unos pocos de los invitados. Al parecer, la anfitriona estaba bien disfrazada. Cuando se disponían a dar otra vuelta más, Lydia y Samantha estuvieron en su punto de mira.
—Mira Diana, esas dos brujas están aquí.
—No armarás otro escándalo, ¿verdad? —No, pero puedo divertirme un poco.
Danny se acercó a ellas y con Diana a su lado para que oyeran la conversación que iban a mantener, no solo las dos mujeres, sino todas las personas alrededor.
—He leído el artículo del New York Post donde se acusaba a Danielle Langton de degradar públicamente a Samantha Fox y a Lydia Villard. Esa chica no sabe lo que hace, es una impresentable. ¿Cómo puede decir cosas semejantes a esas dos mujeres? Todo el mundo sabe que son unas señoritas que merecen todo el respeto del mundo. Cuando una llega a una edad, deben de tratarla con sumo cuidado y medir sus palabras. Sinceramente —dijo poniendo una mano en el pecho—, sus padres tendrían que haberla educado y enseñado de que a las personas mayores no se les debe de faltar el respeto. ¿No te parece? Lydia ahogó un grito y Samantha se tapó la boca con la mano, indignada.
—Pero si solo tienen tres años más que Danielle —dijo Diana.
—Bueno, pero cuando una señorita pasa de los veinte años y sigue siendo soltera, ya se le considera una señora.
Samantha estaba consternada y Lydia no daba crédito a sus oídos.
—Diana, su mejor amiga estaba presente y dice que fueron ellas las que empezaron a molestar a Danielle con sus comentarios venenosos— continúo Diana con el juego.
—He oído que Danielle está aquí, en la fiesta. Espero que esta vez no se estropee el acontecimiento por las malas lenguas.
Se alejó no sin antes cerciorarse de que las había ofendido lo suficiente como para sentirse un poco mejor y de que la gente que había oído la conversación las miraban con recelo. A ellas se les notaba el rubor detrás del antifaz. Al darse la vuelta Danielle se encontró con unos ojos azules acusadores.
—No me mires así. Se lo merecían.
—Lo sé, pero… ¿señoras? ¡Las has llamado viejas! —Era lo menos que se merecían ese par. Ahora disfrutemos de la fiesta.
Dos horas más tarde, Danny y Diana estaban al lado del padre de ésta. Habían bailado sin parar, encantadas con todos esos hombres que llamaban su atención. No podían pedir más. Estaban en un baile de una persona importante, rodeada de jóvenes que disfrutaban de su compañía y las dos arpías se habían ido. La conversación se había extendido por todo el salón y Sam y Lydia estaban tan abochornadas que optaron por ausentarse. El plan había salido, una vez más, como quería Danny.
En ese momento, vieron como un hombre se acercaba a ellos. Se presentó como Martin Lampwick, el hijo de la anfitriona, y enseguida invitó a Diana a bailar. Era alto y fornido. El pelo que salía de la máscara era negro y sus ojos, grises oscuros. Vestía traje negro y camisa blanca. Danielle apostó a que sería un hombre muy apuesto. Cuando acabó la pieza, Martin llevó a Diana a su lugar y en vez de invitar a Danielle, dio media vuelta y sacó a otra señorita al centro de la sala. Danny estaba abochornada. Le tocaba a ella. ¡No era justo! Se sintió decepcionada y enfadada con él. Necesitaba aire fresco para aliviar la furia que sentía por dentro. Salió por las puertas de cristal y empezó a andar por el jardín sin rumbo fijo. Se paró en seco cuando sintió que alguien la observaba. Era la misma sensación que en su sueño. Se dio la vuelta y no vio a nadie. Decidió sentase en un banco apenas iluminado y fijó su mirada en la casa donde se oía la música y las voces de los invitados en el interior. Algunas parejas paseaban bajo la luz de la luna por el jardín, pero no les prestó atención.
De repente, sintió una presencia detrás de ella. Se asustó un poco más. Tuvo miedo de darse la vuelta y ver al hombre enmascarado de su sueño.
—Señorita Langton, se ha ido sin pedirle que me concediera un baile —dijo una voz a su oído. Se levantó y lo enfrentó. Era él. El mismo hombre que había visto en su sueño. Danielle frunció el ceño. ¿Había soñado con Martin Lampwick? —Perdón señor, pero pensé que no quería bailar conmigo. Después de dejar a la señorita Hobbs y bailar con otra, pensé que ya no hacía falta en el salón. Salí a refrescarme.
Él levantó una pierna y apoyó el pie en el banco. Sus brazos estaban cruzados sobre el pecho, ancho y, seguramente, musculoso.
—Había prometido un baile a esa señorita después de bailar con su amiga. No era mi intención ofenderla, Danielle.
Danny se ruborizó por primera vez en muchos años y a sus labios rosados acudió una sonrisa tímida. Bajó la mirada y luego lo miró directamente a los ojos.
—Quizá pueda remediarlo ahora.
Martin la miró largo rato. Estaba seguro de que tenía una cara preciosa o por lo menos eso le había parecido cuando, en un descuido, Danny levantó el antifaz para colocarse un rizo de la frente. Lo hizo a escondidas, pero él la había visto. Tenía los ojos de un dorado fundido. Una boca carnosa y deseable. Esa joven lo había hechizado, pero también había leído la noticia en el periódico y pensaba que esa mujer era peligrosa. Oyó cómo mantenía una conversación con su amiga Diana haciéndose pasar por otras personas y ofender a sus verdugos sociales. No podía tratar así las personas, por más sed de venganza que tuviera. Tenía que recibir una lección y la primera fue hacerle el desplante de no sacarla a bailar inmediatamente después de su amiga. Ahora se mostraba sumisa, cálida y ¿tímida? Su carácter le advertía de que no era de fiar, pero eso no la hacía menos encantadora. Sonrió y se le adelantó un paso. Tendió una mano hacia ella y dijo: —¿Me concede este baile? Danny Sonrió y le aceptó la mano. No estaba preparada para las sensaciones que experimentó al contacto con su mano. Lo miró a los ojos, casi perceptibles y quedó fascinada durante un instante. Ese hombre desbordaba magnetismo y la atraía más que cualquier otra cosa. Sacudió la cabeza y tiró de él para ir a la pista, pero él no se movió.
—Bailaremos aquí —dijo él y la cogió por la cintura sin que a ella le diera tiempo de reaccionar.
Notó su mano en su cintura mientras que la otra apretaba su mano un poco más. Comenzó una pieza de música y empezaron a bailar. Se miraban a los ojos sin poder, sin querer quitar la vista. Martin la apretó un poco más hacia él y sintio que ese cuerpo, que en un principio le había parecido diminuto y sin formas, se adaptaba de maravilla al suyo. Nunca había tenido ese efecto con nadie en un primer contacto. Siguieron mirándose y bailando hasta que acabó la música.
Danny se separó de él al ver que habían pasado más de cinco minutos desde que finalizara la orquesta.
—Gracias por el baile, señor Lampwick. Tengo que retirarme —dijo ella.
¿Ha quedado satisfecho su deseo? —preguntó él con una sonrisa. Danny se dio la vuelta y lo miró fijamente.
—¿Cómo ha dicho? ¿Cree que estaba ansiosa por bailar con usted? Nunca pensé que fuera tan presuntuoso. Si no hubiera bailado con usted, no me habría quitado el sueño.
—Veo que lo que dicen de usted es cierto. Tiene un carácter bastante arisco.
—No es mi carácter el problema, sino lo líos en los que me meto, pero no tengo por qué darle explicaciones, ¿verdad? Buenas noches.
Danielle se dio la vuelta para marcharse, pero él la detuvo otra vez.
—Lo que me imaginaba, ahora está molesta porque he herido su orgullo. Usted ha descubierto que a la gente no le gusta que se le digan las verdades, pero yo estoy descubriendo que a usted tampoco le gusta. ¿Cómo se siente al estar al otro lado? —Si piensa que me ofende con sus palabras, está equivocado, no me enfado con facilidad. Lo que pasó en el salón de té fue porque he aguantado mucho tiempo escuchando toda clase de insultos hacia mí y no lo iba a permitir más.
Martin se acercó un poco más.
—No voy a discutir sobre sus actos, señorita Langton. Solo he venido porque le debía un baile y ya he cumplido. Su vida social no me interesa en absoluto.
—Por supuesto que no le importa, así que deje de meterse donde lo le importa, señor Lampwick. Con todo el respeto, es usted un impertinente.
Martin la sostuvo por el brazo cuando ella se iba y dijo: —Y usted es una niña malcriada que hace lo que le viene en gana sin importarle los sentimientos de los demás mientras logre su objetivo.
Danny se soltó de su mano.
—Espero que no vuelva a verlo nunca más, señor. Su presencia me incomoda y me irrita profundamente. Usted también es experto en herir los sentimientos de los demás. Acaba de hacerlo conmigo.
—Acaba de encontrar la horma de su zapato —dijo él sonriendo y haciendo una reverencia.
Cuando Danielle iba a contestarle, Diana salió a su encuentro y le dijo: —Rápido, Danny, el señor Lampwick va a quitarse el antifaz.
Danny se quedó petrificada. Se dio la vuelta y no vio a nadie a su lado. No era posible que hubiera ido adentro tan rápido y anunciado su descubrimiento. Si Lampwick estaba en el salón a punto de descubrirse, ¿quién era el que estaba con ella en el jardín?