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ОглавлениеDE LA «TEORÍA» A LA FALACIA DE LA IDENTIDAD DE GÉNERO
Juan Pablo Faúndez Allier, LLM, PhD
1. INTRODUCCIÓN: LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE LA «TEORÍA» DE IDENTIDAD DE GÉNERO
La historia de la civilización occidental ha sido testigo de diversos momentos en los que la constricción de grupos humanos, mediante la fuerza ha suscitado la pérdida de importantes parcelas de libertad. Pero ninguno de los planteamientos totalitarios que se ha conocido hasta hoy ha pretendido el alcance y la perspicacia argumentativa que se está explicitando con la propuesta de la teoría de Identidad de Género (IG): una estrategia global y omniabarcante en la que confluyen argumentos explicativos que abarcan desde la Biología hasta el Derecho.
La irradiación de la IG avanza proponiendo una redefinición de la constitución humana basada en un sistema de pensamiento cerrado por el que se postula que la identificación de género de las personas —superando la binariedad— no correspondería a una definición esencialista de tipo genético-sexual, queriendo persuadir según el establecimiento de construcciones culturales por las que se debieran asumir roles de convivencia social sin que el género guarde, necesariamente, relación con el sexo. Con ello se buscaría confrontar la reafirmación antropológica que tanto desde perspectivas objetivistas, subjetivistas e incluso intersubjetivistas de comprensión del ser humano han reconocido desde siempre profundas distinciones interpersonales y sociales a partir de una estructuración antropológica diferenciada por la naturaleza: varón y mujer;1 perspectiva que recientemente ha sido confirmada por el importante estudio de Mayer y McHugh, en el que se reafirma el peso determinante de la naturaleza.2
La estrategia metodológica planteada por esta teoría de IG, que se ha suscitado explícitamente en la época contemporánea, llevaría a concretar, mediante una aproximación deconstructiva y difusamente reconstructiva, que sería plausible pasar a definir roles de manifestación del ser humano que surgirían desde un acuerdo intersubjetivo progresivo, prescindiendo de la determinación objetiva establecida por la diferenciación genética. Este nuevo paradigma de comprensión antropológica, por tanto, propondrá la tesis por la que se buscará desplazar la definición natural de la sexualidad, basada en la determinación cromosómica y en la estructuración cerebral correspondiente (sexo biológico), pasando por la interpretación de la vivencia (sexo psicológico), hasta llegar a la determinación de una manifestación meramente cultural (sexo sociológico).3
La introducción terminológica e indoctrinadora de esta postura pretende ser sistemática, transversal y vinculante con relación a las generaciones futuras,4 influyendo en la esfera de la política internacional especialmente desde que el término género fuera adoptado en la Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Beijing en 1995. Es entonces cuando Bella Abzug, representante de los Estados Unidos en ese evento, declaraba que el sentido de la palabra género había evolucionado, superando al término sexo, con lo que se quería manifestar que la situación y los roles de la mujer y del hombre eran construcciones sociales que podían sufrir modificaciones.5 Explicitó, finalmente, Rebeca J. Cook, como redactora del informe oficial sobre la cumbre, que los géneros ya no eran dos, sino cinco: mujeres heterosexuales, mujeres homosexuales, hombres heterosexuales, hombres homosexuales y bisexuales; esta propuesta finalmente no fue recogida en la declaración, aunque dejó vivo el planteamiento que se sostuviera en Beijing.6 Así, el mismo año 1995, el Instituto de Formación e Investigación Internacional de Naciones Unidas para el Avance de las Mujeres (INSTRAW) sostenía que: «Adoptar una perspectiva de género es… distinguir entre lo que es natural y biológico y lo que es una construcción social y cultural, y en el proceso de renegociar los límites entre lo natural —y de ahí relativamente inflexible— y lo social —y de ahí relativamente transformable—».7
De este modo, la defensa de esta postura se ha planteado como una verdad autoevidente que debe ser aceptada, aunque no haya un consenso que suscite un respaldo responsable que se apoye en la genética, la endocrinología y la psicología. De modo inaudito, en este sentido, la IG se ha posicionado con inusitada rapidez en un importante número de países, avanzando la aplicación de esta «Agenda de género» desde Norteamérica hasta el continente europeo, para comenzar a entrar de forma sostenida en el concierto de países latinoamericanos. El problema que está implícito en ello es que se trata de un planteamiento sintético que tiene la pretensión de afectar directamente, no solo de forma teórica sino también práctica, la vida y los criterios de interrelación antropológica de los seres humanos ya desde su niñez.8
2. EL SUSTRATO METODOLÓGICO QUE DESPLIEGA LA «TEORÍA» DE IDENTIDAD DE GÉNERO
El planteamiento de la IG pretende establecer un nuevo paradigma de comprensión del ser humano en una línea «evolucionista» que supera la distinción sexuada, como manifiestan los autores que se refieren a ella.9 La definición del sexo genético se pone en cuestión, ya que, según casos que podrían percibirse de forma excepcional, habría sujetos que podrían expresar una variación cromosómica XXY o XYY, a diferencia de XY y XX, lo que daría cuenta de una variación a la binariedad que habría que reconocer como una constante cíclica. Existiría también una posibilidad de que influyesen a nivel cerebral variaciones de masculinización o feminización, dado que el programa de desarrollo de este órgano es efectivamente impactado por la incidencia hormonal, que podría generar importantes alteraciones relacionadas con los parámetros normales.10
Asumiendo estos presupuestos, en tiempos de secularización nos encontraríamos en un contexto reflexivo en el que se podría llevar adelante un nuevo intento de transvaloración a lo Nietzsche, ahora relacionada con la identidad sexuada del ser humano, en contradicción con las aseveraciones que han orientado por milenios de sentido a Occidente, sosteniéndose que la proyección de las identidades psicológica y sociológica de la persona no debieran guardar una relación de concordancia con el sexo biológico.11 El asidero se busca en propuestas deconstructivistas que van desde una interpretación de Martin Heidegger, a partir de su análisis de la destruction de la metafísica en Ser y tiempo,12 y que desarrollará profusamente Jacques Derrida, pretendiendo referirse con ella a la estrategia de aproximación por medio de la negación de la posibilidad de interpretación,13 cuestionando la racionalidad occidental basada en esquemas de distinción binaria.14 Esta misma línea es la que va a desarrollar Michel Foucault en su giro posestructuralista, por el que planteará que la producción política de la verdad ha de ser contextualizada históricamente, pudiendo ser entendida en diversos sentidos.15
En esta línea se podría justificar una explicación filosófica que avanzaría desde la deconstrucción lingüística que se haría cargo de abrir la dicotomía sexual biológica varón y mujer mediante el empleo deconstructivista del término género=gender. Yendo más allá, sería John Money quien, asumiendo el legado de Harry Benjamin,16 se encargaría de extrapolar el término gender al interior del mundo de la medicina. Mediante sus investigaciones sobre roles de género, desarrollo sexual y hermafroditismo en Estados Unidos, postula que el género se define mediante un proceso de formación que se suscita desde la crianza a través de un itinerario de aprendizaje social,17 por lo que la aparente determinación biológico-sexual podría ser cambiada.18
Pero el trágico caso que sufrió Bruce Raimer —el «niño experimento» que sufrió una castración quirúrgica en 1967 y a quien Money administró hormonas de modo experimental para demostrar la supuesta asertividad de su teoría, intentando feminizarlo de manera forzosa—, que saliera a luz pública años después con ocasión del suicidio de Raimer (2004), daría cuenta de un intento de aplicación desde la deconstrucción y reconstrucción lingüística fallido.19 De hecho, el sexólogo de la Universidad de Hawái, Milton Diamond, quien animó a Reimer a dar a conocer su historia, comprobó que este jamás había asumido la identidad femenina, «reiniciando» incluso su vida como varón —antes de saber que aquella era su determinación sexual—, a la edad de 15 años. La reflexión de Diamond lo lleva a preguntarse si después de todos los esfuerzos médicos, quirúrgicos y sociales realizados para comprobar la hipótesis de Money, no se debiera pensar que hay un importante contenido biológico en la determinación de la IG.20 Y, justamente, siguiendo esta misma línea contraargumentativa, los estudios posteriores de Lutchmaya, Chapman, Baron-Cohen y otros han evidenciado que las diferencias tendenciales vienen dadas desde la etapa fetal. Lo anterior, basado en las disímiles cantidades de testosterona que generan hombres y mujeres en su desarrollo, estableciendo que antes de una posible influencia cultural, lo que opera es la determinación hormonal.21
3. LA «TEORÍA» DE IDENTIDAD DE GÉNERO SE IMPONE COMO POLÍTICA DE APLICACIÓN GLOBAL
Pese a la falta de justificación científica de la IG, lo que avanza implacablemente a nivel global es una progresiva agenda política de instalación adoctrinadora seguida de un efectivo plan comunicacional que genera expectativas de aceptación, discriminando negativamente cualquier planteamiento contrario.22 Se proclama el género como una construcción cultural libre de las ataduras naturales del sexo, lo que permitiría avanzar en la igualación no solo de las manifestaciones de género masculino y femenino, sino en el reconocimiento de los diversos géneros que se siguen postulando, a veces de forma indiscriminada, por organizaciones proclives a esta teoría. Dice Judith Butler, en este sentido, que:
[…] cuando el estatus de construcción de género es teorizado como radicalmente independiente del sexo, el mismo género se convierte en un artificio sin ataduras, con la consecuencia de que el hombre y lo masculino podrían hacer referencia fácilmente tanto a un cuerpo femenino como a uno masculino, y la mujer y lo femenino tanto a un cuerpo masculino como a uno femenino.23
Butler se sostiene en la noción de identidad performativa, en donde lo social se entiende como un ámbito de interrelaciones precarias que no permiten constatar una estabilidad de fondo.24 Sigue en esta línea Shulamith Firestone, quien expresa de forma radical:
[…] la humanidad ha comenzado a sobrepasar a la naturaleza; ya no podemos justificar la continuación de un sistema discriminatorio de clases por sexos sobre la base de sus orígenes en la Naturaleza. De hecho, por la sola razón de pragmatismo empieza a parecer que debemos deshacernos de ella.25
De este modo, aunque se crea que la masculinidad y la femineidad son una expresión natural de tipo genético, el género está suscitado por la cultura y el pensamiento humano, es decir, siendo la construcción social la que debiera conformar la verdadera determinación del individuo.26 Por tanto, desde la deconstrucción de la diferenciación natural de la sexualidad —asentada por procesos histórico-culturales que resaltarían la binariedad genética—, se propone avanzar dialécticamente hacia una asunción autónoma de roles de género que podría seguir mutando en el tiempo,27 dando como resultado una reconstrucción no definida de la identidad de la persona. O en la línea que ya había propuesto Simone de Beauvoir, determinar la identidad de ser hombre o mujer a partir de «etiquetas» que se hacen y se adoptan.28
4. CONCLUSIÓN: DEL RECONOCIMIENTO DE LA «FALACIA DE GÉNERO» A LA REACCIÓN POLÍTICA
Al detenernos en las raíces de esta nueva propuesta de comprensión de la realidad humana, podemos deducir que su fundamentación es injustificadamente insuficiente como para suscitar un proceso de transformación social de la envergadura que se pretende. La pregunta es cómo ha sido posible transitar desde una aparente constatación fáctica por la que se evidenciaría que hay personas en las que no se identifica su determinación biológico-sexual con su IG, a sostener que debe reconocerse, validarse y promoverse políticamente la existencia de varias opciones de género. En otras palabras, la falta de justificación de ese paso nos lleva a concluir que estamos frente a una clara «falacia de género», ya que no es del todo claro cómo es posible pasar desde una constatación de experiencias fácticas de vivencia de género a la aceptación de que esas manifestaciones configuren, efectivamente, criterios comprobados de diferenciación antropológica que puedan superar la binariedad.
Si este es el extremo al que se puede llevar un experimento social del alcance descrito, de carácter coactivo y supresor, no queda otra alternativa que activar e inspirar en los ciudadanos con sentido común la coordinación de acciones políticas que, desde la objeción de conciencia, se proyecten hacia una legítima defensa de la persona humana, la familia natural y los demás cuerpos intermedios con los que se organiza la sociedad en una clara defensa del bien común. Los «signos de los tiempos» que vivimos impelen a organizar una pronta respuesta de semejante impacto social, antes de que la siguiente generación sea irremediablemente impactada por los efectos de este delirio ideológico.
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1 LÓPEZ MORATALLA, Natalia. Cerebro de mujer y cerebro de varón. Rialp, Madrid, 2007.
2 MAYER, Laurence y McHUGH, Paul, «Sexuality and Gender: Findings from the Biological, Psychological, and Social Sciences». The New Atlantis, V. L, 2016, pp. 1-143.
3 FAÚNDEZ ALLIER, Juan Pablo. «El eslabón perdido en la teoría de identidad de género». Revista Berit, Año XIV, n.º 17, 2017, pp. 17-26.
4 GREEG, Germaine. Sex and Destiny. Harper & Row, Nueva York, 1984.
5 O’LEARY, Dale. La agenda de género. Redefiniendo la igualdad. Vital Issues Press, Lafayette, Luisiana, 1997.
6 FAUSTO-STERLING, Anne. «The Five Sexes: Why Male and Female Are Not Enough»,. The Sciences, marzo-abril, 1993, pp. 20-25.
7 Gender Concepts in Development Planning: Basic Approach. United Nations International Research and Training Institute for the Advancement of Women, Santo Domingo, 1996, p. 11.
8 FAGAN, Peter y McHUGH, Paul. Sexual Disorders: Perspectives on Diagnosis and Treatment. Johns Hopkins University Press, Baltimore, 2004.
9 HARTMANN, Heidi. «Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo». Zona Abierta, V. XXIV, 1980, pp. 85-113.
10 ZUBIAURRE-ELORZA, Leire, JUNQUE, Carme, GÓMEZ-GIL, Esther, SEGOVIA, Santiago, CARRILLO Beatriz, RAMETTI, Giuseppina y GUILLAMÓN, Antonio. «Cortical Thickness in Untreated Transsexuals». Cerebral Cortex, agosto de 2012. DOI: 10.1093/cercor/bhs267.
11 Cfr. CHODOROW, Nancy. The Reproduction of Mothering,: Psychoanalysis and the Sociology of Gender. University of California Press, Berkeley, 1978, p. 215.
12 HEIDEGGER, Martin. Ser y tiempo. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1997, p. 46.
13 Cfr. DERRIDA, Jacques. De la grammatologie, Minuit, París, 1967; Ibíd., L’écriture et la différance, Seuil, París, 1967; Ibíd., La dissémination, Seuil, París, 1972; Ibíd., Marges de la philosophie. Minuit, París, 1972.
14 CHERRYHOLMES, Cleo. Poder y crítica: investigaciones postestructurales en educación. Ediciones Pomares-Corredor, Barcelona, p. 57.
15 Cfr. FOUCAULT, Michel. Power and Knowledge. Harvester Wheatsheaf, Nueva York, 1976; Ibíd., Discipline and Punish: The Birth of the Prision. Penguin Books, Londres, 1977.
16 BENJAMIN, Harry. The Transsexual Phenomenon. The Julian Press INC Publishers, Nueva York, 1966.
17 MONEY, John. Gendermaps: Social Contractionism, Feminism and Sexosophical History. Continuum International Publishing Group, Nueva York, 1995, p. 19; MONEY, John. Man & Woman, Boy & Girl: Gender Identity from Conception to Maturity. University of Michigan Press, Michigan, 1996.
18 GROSSMAN, Miriam. You’re Teaching My Child What? Regnery Publishing Inc., Washington D.C., 2009, pp. 159 y ss.
19 COLAPINTO, John. As Nature Made Him: The Boy who was Raised as a Girl. Harper Collins, Nueva York, 2000.
20 DIAMOND, Milton, et al. «Management of intersexuality. Guidelines for dealing with persons with ambiguous genitalia», en Arch. Pediatr. Adolesc. Med. V. CLI, n.° 10, 1997, pp. 1046–50. doi: 10. 1001/archpedi.1997.02170470080015. PMID 9343018; DIAMOND, Milton, et al. «Changes In Management Of Children With Differences Of Sex Development», en Nature Clinical Practice Endocrinology & Metabolism, V. IV, n.° 1, 2008, pp. 4–5.
21 LUTCHMAYA, Svetlana, BARON-COHEN, Simon, y RAGGATT, Peter. «Foetal testosterone and eye contact in 12-month-old infants». Infant Behaviour and Development, V. XXV, 2002, pp. 327-335; CHAPMAN, Emma, BARON-COHEN, Simon, AUYEUNG, Bonnie, KNICKMEYER, Rebecca et al. «Foetal testosterone and empathy: evidence from the Empathy Quotient (EQ) and the ‘Reading the Mind in the Eyes’ Test’». Social Neuroscience, V. 1, 2006, pp. 135-148.
22 Cfr. KUBY, Gabriele, La revolución sexual global. La destrucción de la libertd en nombre de la libertad, Didaskalos, Madrid, 2017; KELBER, Mim, Women and Goverment: New Ways to Political Power, Praeger, Westport, 1994, p. 33.
23 BUTLER, Judith, Gender Trouble: feminism and the Subversion of Identitiy, Routlege, Nueva York, 1990, p. 6.
24 Cfr. DE LAURETIS, Teresa. Tecnología del género, vol. 2. AIEM, Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires, 1996.
25 FIRESTONE, Shulamith. The Dialectic of Sex: The Case for Feminist Revolution. Bantam Books, Nueva York, 1970, p. 12.
26 BUTLER, Judith. Gender Trouble: feminism and the Subversion of Identitiy. Routlege, Nueva York, 1990, pp. 6-7.
27 Cfr. PULEO, Alicia. Dialéctica de la sexualidad. Género y sexo en la Filosofía Contemporánea. Cátedra, Madrid, 1992.
28 BECKMAN, Peter y D’AMICO, Francine. Women, Gender, and World Politics. Bergin & Garvey, West port CT., 1994, p. 7.