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2. Escribir con la fuerza del cuerpo
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En este texto la lectora o el lector no encontrarán reflexiones sobre cómo enseñar a escribir de manera alfabética. Tampoco encontrarán tips o fórmulas para estimular la escritura. No hay ejercicios morales de caligrafía para la “mala letra”, ni un camino correctivo para las disortografías del decir.
Menos aún se homologará el escribir al copiar, al registrar o al duplicar la palabra del otro.
También transmito mis precauciones para aquellos que quieran realizar un trabajo mono-gráfico. A ellas y ellos les digo: no hay un único camino, ni una única forma para el decir. Las citas no son formalidades sino lugares de hallazgo y de encuentro, por eso deben ser habilitadas, más que respetadas. No teman jugar y ensayar con las palabras: ese puede ser un potente camino académico que garantiza la pluri-grafía. “Existe una acción humana que une literalmente cuerpo y palabra: el acto de escribir” (Calméls, 2014: 20).
En este texto, mi intención es trabajar con los aspectos corporizantes de la escritura. Lo que el cuerpo impulsa para poder escribir, y lo que se inscribe corporalmente en el mismo acto del escribir.
Dice Marguerite Duras (1994: 26): “Uno se encarniza. No puede escribir sin la fuerza del cuerpo”.
… y la fuerza del cuerpo ¿se encuentra o se trabaja?, ¿se entrena o se asume?, ¿se impone o se juega?, ¿se quiere o se combate?, ¿escribir como si fuera un deporte?1
… y la fuerza del cuerpo ¿a qué fuerza cuando escribe?
Posición y palabra
Escribir no es solo comunicar ni expresar, sino elegir un modo particular de hacerlo. Dice Daniel Calméls (2013):
En esa búsqueda está, no solo lo que necesito decir, sino la forma que elijo para decirlo. Parafraseando a Jean-Paul Sartre, diría que uno no escribe porque tenga algo que decir, sino porque elige una forma de decirlo.2
Podríamos pensar, entonces, que al escribir elijo un modo particular de poner el cuerpo y la palabra, un modo de suspender algunas de las manifestaciones corporales y de potenciar otras. Un modo de posicionarme en el tiempo y en el espacio (toda posición es ideológica).
una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos. (Pizarnik, 2001: 125)
Escribir, entonces, no es solo trabajar con las palabras sino con las imágenes. Hay que escribir pintando, esculpiendo, dándoles formas a aquellas palabras que como materia están a disposición para devenir en otra figuración. Las palabras están para ser combinadas de tal modo que adquieran movimiento, profundidad, color, espesura, ritmo, un nuevo orden.
Para ello, Calméls (2014: 100) dice que las experiencias corporales “son fuente de alimentación de las imágenes. Las vivencias primarias son material para nuestras metáforas verbales. El cuerpo siempre es reservorio”.
El trabajo de la escritura nos corre de la idea de genialidad artística. La escritura como un trabajo corporal “profano”, y no ya como inspiración divina, sagrada o suprema. De este modo, Calméls (2013) expresa: “La escritura no es idea que se exporta al papel, ni palabras que se importan del aire, sino trabajo original sobre el papel”.
Dudamos, tal vez por eso escribimos: “La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir” (Duras, 1994: 55).
Combatir las imposturas
Para escribir se necesita trascender la mecanización realista, desestabilizar los clichés habituales, los estereotipos, las imposturas. Hay que singularizar una sensación, subjetivar y tensar la palabra, autorizarse en un decir, hacer creíble un relato.
Trabajar la palabra necesita reescrituras, retrocesos y revueltas. Escribir no es solo contar una historia, sino que implica asumir una posición que se toma sobre ella. No se trata de decir “la verdad” sino de recrear la realidad, de instituir “verdades provisorias” desde la fuerza de la propia mirada y escucha.
La escritura no es una manera de explicar sino una forma de actuar y ponerse en acción.
La palabra como gesto
La riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos. Hay que aprender a considerar todo como un gesto: la longitud y la cesura de las frases, la puntuación, las respiraciones; también la elección de las palabras y la sucesión de los argumentos. (Nietzsche, 1844-1900)
Los gestos sutiles son quizá una de las mayores fuerzas de la escritura. Son los detalles-gestos los que le dan estilo al cuerpo del texto. Se trata no solo de palabras-detalles, sino de gestos-detalles, es decir, de un campo de expresividad que integra una particular mirada. Mirar entre la visión y la ceguera, como expresaría Calméls. Mirar, mirarse… focalizando búsquedas y dejándose sorprender con las distracciones. Expresar inscribiendo. Mirar con insistencias y con fugas que encuentran una nueva forma de ritmar para cada palabra.
Los gestos sutiles temporalizan las palabras. Hay que saber “dosificar el suspenso”, decía Roland Barthes (2011). Y en la sutileza las palabras pueden extenderse o encogerse, distanciarse o acercarse; pueden bordear los márgenes u ocupar el personaje principal del escenario textual.
Los gestos-palabras, sutiles, dicen y no dicen, se muestran por ocultación, esconden para seducir al lector. Tal vez por eso Marcel Proust (1971: 16) dijera: “Los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera”.
Soledad y mundo
Escribir es un momento intenso de intimidad. ¿Un refugio silencioso? ¿Una soledad necesaria para la apertura al mundo? ¿La soledad con alas?
Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas. (Pizarnik, 2001: 91)
Cuando se escribe se está solo, pero necesitado de otros. A veces, profundamente acompañado por los otros-textos que se han leído y que han dejado marca en quien los leyó. Se escribe no solo sobre el mundo sino desde el mundo corporizado y para el encuentro con otros cuerpos.
No es solo la escritura, lo escrito, también los gritos de las bestias de la noche, los de todos, los vuestros y los míos, los de los perros. Es la vulgaridad masificada, desesperante, de la sociedad. (Duras, 1994: 26)
En el texto escrito converge, por lo tanto, la historia del escribiente con parte de la historia de la humanidad. ¿La escritura como agenciamiento colectivo de enunciación? ¿Huella? ¿Signo móvil? ¿Sombra de mi sombra que se va empequeñeciendo hasta desaparecer?
No hay escritura que quede inmóvil. Una escritura está hecha justamente para entrar en otra escritura y perder en esa otra escritura parte de su origen, parte de su autor. Es decir, la huella perdió al autor. Quedó la huella. (Paín, 1997)
Escribir nos exige el esfuerzo de estar a la escucha de lo que sentimos, pensamos y/o valoramos en el mundo.
Herida y ausencia
Trabajar una materia con fuerza, fabricar o combinar palabras no es siempre darles preciosidad estilística, caligrafía estética, brillo sintáctico y belleza barroca a lo semántico.
Tampoco se trata del mito romántico que instala al escritor en un puro dolor, desgarramiento y/o desolación.
Pero si no es desde donde algo me falta y me duele, ¿para qué escribir? ¿Escribir es el lenguaje del ausente? ¿Para escribir hay que ser más fuerte que lo que se escribe?
La actividad creadora que requiere la producción de obras de arte tiene una función primordial en la constitución del sujeto, le permite poner a trabajar el dolor, darle una dimensión social, materializarlo… El objeto creado surge como resultado de una búsqueda, de una práctica en lucha contra el dolor y la alienación. (Calméls, 2013)
Se escribe y se lucha, entonces, con los aspectos saludables, con los que uno cuenta…
No forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro (se produciría en este caso la misma ambigüedad que con el atletismo), pero goza de una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespirables, cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos devenires que una salud de hierro y dominante haría imposibles… De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados. (Deleuze, 2006: 14)
Escribir es de algún modo conectarse con el dolor y transformarlo. Duelar las palabras que no encuentro, tramitar las heridas, trabajar con los miedos, las incertidumbres, las broncas y las inseguridades. Cicatrizar.
Por eso escribir es arriesgarse, atreverse a decir, reinventarse corporalmente.
Lengua y estilo
Más que convención de la expresividad se trata de ser convincente con la expresividad de la palabra escrita. La lengua escrita, como sabemos, tradicional y arbitraria, instituye un orden social para el decir. Es el horizonte compartido por todos los hablantes. Los signos (palabras) se combinan conformando frases; sin embargo, eso solo no alcanza para constituirse como escritura. Escribir es lengua y estilo, texto y contexto.
El estilo refiere al cuerpo del escrito y del escritor en cuanto “expresión de su mitología personal”, al decir de Barthes (2011: 18). El estilo lucha contra la lengua (aun estando implicado en ella). El discurso escrito supone más que reglas gramaticales. “Es a través de las palabras, entre las palabras, que se ve y que se escucha” (Deleuze, 2006: 9).
¿Habrá que distanciarse de la ley instituida para encontrar el estilo instituyente? ¿Al escribir hay que separarse del camino protector: directo y convencional?
La dimensión discursiva se produce teniendo en cuenta su contexto de producción y de recepción –pero sin estar del todo sometido–; el estilo se torna subjetivo, creativo, revolucionario, “lengua extranjera” cuando se enlaza la creatividad con la sociedad.
… invención de una nueva lengua dentro de la lengua mediante la creación de sintaxis. “La única manera de defender la lengua es atacarla…” Cada escritor está obligado a hacerse su propia lengua. (Deleuze, 2006: 17)
El estilo, por su parte, expresa Calméls (2013), no está tanto en el talento sino en lo que falta y me sesga en su diferencia.
Asimismo, el estilo nunca es absolutamente personal ya que, al materializarse, está fuera de y, por lo tanto, se separa de algún modo del cuerpo del escritor.
Escribir con estilo es también dejar marcas personales sobre nuestra existencia sin la garantía de perpetuidad, ya que sabemos que el texto termina de conformarse en el cuerpo del lector.
No es desde la pura expresividad que se escribe con estilo, sino que desde la convención de la expresividad el estilo encuentra en la diferencia su modo particular de decir.
Voces y gritos
Un primer salto cualitativo en la historia de la escritura occidental se inicia con la invención del alfabeto griego (siglo IX a.C.), que proporciona un sistema de escritura fonético de enorme simplicidad. Con él llega de algún modo la “democratización de la cultura”. Preservación y expansión de conocimientos que multiplican las posibilidades del saber y el campo de la literatura.
En estos comienzos y hasta adentrada la Edad Media, la palabra escrita suponía un destinatario lector dispuesto a leer en “voz alta”. La letra en proximidad con el cuerpo del lector fue una de las primeras formas en las que las “letras mudas” pudieron encontrar voz. Los significantes sonoros se anticiparon a la construcción de significantes realizados por el ojo.
Cabe destacar que la escasez de soportes de escritura, añadido a que había muy pocas personas capacitadas para leer, creaba la necesidad de acudir a un cuerpo-soporte (el de un lector) que permitía la “multiplicación sonora de la letra”. De este modo, la voz del lector expandía la letra hacia los “oyentes del texto”.
Desde entonces y hasta bien avanzado el siglo XIX –cuando en Europa y en algunos países de América se implementó la educación primaria obligatoria–, el texto se escuchaba más de lo que se leía.
El escritor necesita encontrar una voz que pueda entonar las palabras escritas: suavizarlas, ritmarlas, silenciarlas, matizarlas o elevarlas si fuese necesario.
La textualidad femenina
Con “letra pequeña, prolija”, así me decían que tenía que escribir una niña…
Si las tachaduras y los borrones para la pedagogía disciplinaria siempre fueron motivo de sanción durante los aprendizajes escolares, en general, para todas las infancias, el cuaderno de una niña debía tener en particular aún más obligaciones y esforzarse por alcanzar el orden de “su apariencia”, bordar el nombre antes de practicar la firma (¿habré firmado alguna vez en el colegio?), la “buena forma” antes que jugarse con la propia palabra.
El refugio: los “diarios íntimos” ¿equivalente a la escritura autobiográfica en la literatura?
Las autobiografías, la poesía y las correspondencias fueron los lugares remanentes habilitados a lo largo de la historia para la textualidad femenina. Producciones reguladas donde prima lo íntimo, los afectos y la sensibilidad (siempre al servicio del otro).
En el ámbito literario, como en el arte en general, las mujeres han sido relegadas o reducidas a menciones parciales. Muchas veces tuvieron que recurrir a seudónimos, escribir de manera anónima, y por ello resignarse a ser personajes secundarios entre sus pares, los escritores varones.
Esconderse bajo el seudónimo masculino3 fue la estrategia encontrada por numerosas mujeres para proteger su vida personal y encontrar un lugar de “libertad de expresión”, desmarcadas de los usos y cánones de la época y el machismo. Una vez más, la postergación individual en función de lo público.
Sabemos que el poder androcéntrico y el sueño lineal colonizador han cercenado la lengua femenina, construyendo visiones del mundo desde la perspectiva masculina. Las estrategias de producción de verdad, las supuestas objetividades cientificistas, contienen fuertes estereotipos sexistas en los que es posible leer los hábitos de la virilidad, el paternalismo y la hegemonía.
La escritura es otro modo de problematizar la esfera de lo íntimo y de lo público, de lo inédito y de lo editado.
La escritura-autonomía implica una reinterpretación de los significados sociales de nuestro cuerpo como si pudiéramos expresar “dejen ya de escribir la historia por mí”.
Ritmo y devenir
Escribir es proceso, un medio, un entre, un devenir que excede lo realmente vivido, como lo expresa también Gilles Deleuze (2006: 12):
Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir un paso de vida que atraviesa lo vivible y lo vivido. La escritura es inseparable del devenir.
Escribir, por lo tanto, tampoco es un estado. Escribir es pulsar, transcurrir, respirar, musicalizar, ritmar palabras, devenir en texto.
La posición desde donde se mira el mundo, la actitud postural que dispone a la escucha, la mano que traza las letras, los gestos sutiles que calman las heridas; las voces, los silencios y los gritos que se enuncian; la lengua y el estilo que se enlazan; el ritmo, las respiraciones y las intensidades encarnadas genéricamente en el texto nos advierten que “no se puede escribir sin la fuerza del cuerpo” (Duras, 1994: 26).
1. Gilles Deleuze (2006: 12) recuerda que, para el poeta Henri Michaux, el escritor “es un deportista en la cama”. Tal vez por eso la escritura se complejiza cada vez más a medida que se escribe pero, a diferencia del atleta, su “alto rendimiento” se encuentra en el mayor de los reposos.
2. Para más información al respecto, ver la entrevista realizada a Daniel Calméls (2013) en la revista digital Evaristo Cultural que lleva por título “Escribir con la fuerza del cuerpo”.
3. Algunas, entre muchas, de las que tuvieron que recurrir a un seudónimo masculino fueron las británicas Charlotte Brontë (“Currel Bell”, 1816-1855), Mary Ann Evans (“George Sand”, 1819-1880) y Anne Brontë (“Acton Bell”, 1820-1949), la española Clara Campoamor (“C. Campoamor”, “Clamor”, 1888-1972), las francesas Amantine Dupin (“George Eliot”, 1804-1876) y Sidonie Gabrielle Colette (quien publicó sus primeras obras bajo el nombre de su marido Henry Gauthier Villars o “Willy”; 1873-1954). En la Argentina, podemos mencionar a Emma de la Barra (“César Duayén”, 1860-1947) y a la poeta Olga Orozco (1920-1999), quien utilizó al menos ocho seudónimos masculinos en sus contribuciones periodísticas a la revista Claudia.