Читать книгу Una madre es un piano triste - María Malusardi - Страница 11

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«Allí donde el pensamiento tiene miedo, la música piensa».

Pascal Quignard

Mi madre tiene veintitrés años. Hace girar el taburete y se sienta ante el piano cerrado. No resulta fácil acomodarse. Allí estoy, prolongándome hacia delante como una montaña de arena. Intento verme, sin verme, sino sentirme, dentro de ella, en esa procesión, en ese instante previo al desamparo que luego será la vida. En esa choza de océano sin precedentes, en esa inmensidad de lo pequeño y lo obtuso, nos abrazamos a nosotros mismos sin amor y sin vanidad. Anudamos nuestra especie para no perdernos. Mi madre recorre con su mano abierta la tela que recubre la superficie de la panza. La incomodan los movimientos bruscos que doy por debajo del mundo real. Estoy a punto de salir, ambas lo sabemos, aunque ella se declara a sí misma –y luego me lo repetirá casi como un reproche– que yo no tengo intenciones ni deseos de salir. Retraso mi llegada porque sé que mi llegada es mi hundimiento. Entonces retiene, retengo, retenemos juntas mi madre y yo. Ahora abre el piano, un Gaveau vertical, el mismo desde sus cinco años. Levanta ceremoniosamente sus manos que pesan como abundo yo en su cuerpo. Ante ella un voluminoso libro con partituras. Acaso Mozart. Chopin. Beethoven. Liszt. Brahms. Schubert. Schumann. Scriabin. Ravel. Bach. Todas esas piezas solitarias se abandonarán –y abonarán– en mí, como un barco hundido en la nieve, como una sobredosis de compasión. («¿Por qué la música es capaz de ir al fondo del dolor? Porque es allí donde ella mora». Pascal Quignard). Y compondrán mi lenguaje expresivo y mi distancia del mundo. Mi rechazo, mi marginalidad, mi restitución. No. No seré ni compositora ni intérprete. Aunque buscaré en la música mi salvación. La versión definitiva de mí retenida en la ausencia: me extinguiré persistente, horizontal y en Si menor, como un pez en el poema.

Una madre es un piano triste

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