Читать книгу Mamá, ¿Dios es verde? - María Ángeles López Romero - Страница 5

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Introducción

Hay un fenómeno muy frecuente entre los creyentes al que rara vez se le presta la debida atención: el desfase entre la evolución normal de las personas, en todas sus áreas, y la dimensión religiosa. Es corriente encontrarse adultos, hombres y mujeres, que lo son en todo excepto en la faceta religiosa. Esta última suele estancarse de por vida en el momento previo a la pubertad, al que se añaden algunos elementos de la adolescencia. Es lo que manifiesta la persistencia del «pensamiento mágico», por ejemplo, entre los adultos; elementos de la «fe del carbonero» que se resiste a las preguntas y las dudas; o la tendencia tan corriente a convertir la fe religiosa en el campo de tiro del escepticismo y esa forma de crítica tan propia de la adolescencia que no acaba de superar la rebeldía «sin causa». El sujeto adulto que ha madurado en su fe sabe que esta, la fe, se encuentra en una dimensión diferente a la del pensamiento, digamos, científico. Sabe que en la fe es necesario equilibrar lo emocional con lo cognitivo o razonable y lo conductual, como corresponde a la actitud en proceso continuo de maduración. Pero no es fácil encontrar sujetos adultos y psicológicamente maduros en la fe, como sería lógico esperar. Esto es indicio de varias cosas, entre ellas, tal vez la más importante, la ausencia de consciencia de que la fe no puede madurar si no es en la misma trama de maduración de todo el individuo. Los y las adultos siempre tenemos la posibilidad de acelerar la maduración moviéndola de su estancamiento, pero lo normal sería haber ido evolucionando, permitiendo que la dimensión religiosa avance en la medida en que avanza cada persona atravesando las fases propias de los distintos momentos evolutivos. Esta necesidad de normalidad en la evolución de la fe otorga a este libro una enorme importancia, pues la mayoría de creyentes (madres y padres, educadores y educadoras, catequistas…) que tienen menores a su cargo no cuentan ni con información ni con formación en psicología evolutiva, ni en general, ni en concreto en psicología evolutiva religiosa. Esta es una de las muchas carencias, ante las cuales los adultos hacen lo que pueden. Este libro es, sin lugar a dudas, de mucha ayuda para quienes desean conocer mejor la etapa religiosa de sus hijos e hijas de entre 6 y 8 años.

En esta etapa, las niñas y los niños están terminando de llevar a cabo la distinción entre ellos y el mundo, entre ellos y las otras personas. Todavía se encuentran bajo el «egocentrismo» (todo lo refieren a sí mismos, como bien se ve en muchas de las respuestas de Miguel a su madre) y su pensamiento es todavía pre-causal a pesar de los adelantos tecnológicos y pedagógicos actuales. Es una etapa en la que van adquiriendo mayor capacidad de introspección, por lo que la dimensión espiritual, la práctica de la oración y la participación en los ritos religiosos tienen la posibilidad de hacerse más profundos y personales.

En este momento, los niños y niñas todavía sienten una gran admiración y curiosidad por el mundo y por las personas. Necesitan identificarse con personajes heroicos, que tienen muchas funciones psicológicas, entre ellas la de proyectar los grandes valores que reciben en su familia, educación y entorno cultural. Pueden proyectar esos valores y rasgos en alguien, o en un grupito pequeño de personajes, de la vida real o de la vida imaginaria (también real de otra forma), a quienes pueden, además, imitar. Esta disposición para la imitación durará hasta la etapa de la pubertad, cuando ven perder la autoridad de los adultos y prefieren vivir la propia experiencia a la experiencia ajena. Esto es importante de cara a las figuras centrales de la propia fe. Por supuesto, es importante presentar a Jesús como el superhéroe, pero no sólo. Es un buen momento para ampliar el mundo de héroes y heroínas y presentarles a otros personajes a los que puedan admirar e imitar, ojalá que de los dos géneros y evitando los estereotipos. Ello ayuda a salir del egocentrismo. El cristianismo cuenta con un depósito riquísimo (y vivo) de personajes para la imitación: personajes de la Biblia, personajes de la historia de la Iglesia, ya sean o no del santoral, personajes de la actualidad. En muchos de los diálogos del libro entre madre e hijo, la madre va mencionando amigas y amigos, personas a las que ha conocido y entrevistado, de la vida cotidiana o de la historia, que, para Miguel, resultan seres extraordinarios. La admiración es el primer paso para suscitar la imitación sin necesidad de imponerla. En esta fase las niñas y los niños todavía se encuentran bajo las características del «animismo», que es la tendencia a atribuir vida e intención a las cosas, los sucesos externos o a seres inanimados a quienes otorgan el poder de premiarles o castigarles.

Con sus siete años, Miguel todavía tiene reacciones coherentes con la «justicia inmanente» (castigo o premio inmediatos) que es propia de su edad, aunque va disminuyendo lentamente. En este momento todavía permanece el «pensamiento mágico», que es afín al «animismo» porque ambos se arraigan en el egocentrismo. A partir de los siete años disminuye progresivamente, también, el «antropomorfismo imaginativo». Por ello, aunque niños y niñas siguen construyendo su imagen de Dios con características humanas, más descriptivas que especulativas, poco a poco irán accediendo a la imagen de un Dios diferente de los humanos, distinto a sus padres, o de representaciones fijas, y esa imagen se irá volviendo más trascendente y universal. Para este paso lo prepara esa relación que su madre establece entre el Dios de los cristianos y el Dios de otras religiones que conviven en nuestro entorno y, probablemente, en el suyo de la escuela o del barrio.

En esta edad las historias y los ritos adquieren una enorme importancia para la evolución normal de la religiosidad. Es conveniente que el adulto observe sus percepciones, juicios de valor, tendencias, reacciones y comportamientos ante las historias entre las que se manejan los niños y niñas de dicha edad y en los ritos normales de la vida cotidiana, ritos diarios, ritos extraordinarios como fiestas, cumpleaños, etc., pues darán muchas claves sobre cómo tratar esto mismo en el plano de la religiosidad. No es preciso contarles muchas historias, sino las precisas. Algunas de la Biblia hebrea o Antiguo Testamento, que salgan al paso de la vida (siempre desde ellos), y algunas de Jesús, pues sólo desde él se puede conocer algo de Dios, incluido el Dios bíblico. Y con respecto a los ritos es necesario estar atentos y atentas a su mundo emocional: qué les entusiasma, qué les sobrepasa emocionalmente, qué les gusta y en qué se sienten dentro, participando. Son experiencias importantísimas. Las explicaciones hay que dosificarlas y no desmitificar ni historias ni ritos antes de tiempo. Es importante observar, a este propósito, que no se debe engañar nunca a los niños y niñas. Una cosa es limitar y delimitar la información, y otra muy distinta es desmitificarla, sobre todo cuando los niños y niñas todavía demandan «mitos», ya que experimentan un gran despliegue de fantasía que, con el paso de los años, irá cambiando (y ojalá no disminuya). Si se desmitifica antes de tiempo se perderían muchas posibilidades para la profundidad de la experiencia religiosa en ese momento y posteriormente. No engañarles significa que nada de cuanto se les diga o se les cuente, ni la forma en que se diga o se cuente, tenga que ser después desmentido, pues eso les hace daño: daña su confianza en lo narrado y en las personas que lo transmiten y narran.

Las personas adultas que inician a los niños y niñas, que les acompañan, o les instruyen en la vida de fe tienen más recursos de los que a primera vista parece. Si son capaces de acompañarles en su evolución a la vida de adultos, también lo han de ser en la dimensión de la fe. Las ayudas específicas siempre son bienvenidas, pero este libro indica que la educación en la fe y la transmisión de la experiencia cristiana puede ser un éxito cuando se integra en la totalidad de la vida y la persona, tanto de quienes la transmiten como de quienes la reciben.

Mercedes Navarro Puerto, MC

Profesora de Psicología y Religión en la Facultad

de Psicología de la UPSA durante 15 años

Mamá, ¿Dios es verde?

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