Читать книгу Relatos cortos que parecen historias - María Teresa García Escudero - Страница 10

OTRA NAVIDAD DISTINTA

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He vivido en distintos sitios: pueblos pequeños, pequeñas ciudades, capitales de provincia; y cada uno tiene su forma especial de celebrar la Navidad. En el pueblo andaluz donde pasé mi infancia, se celebra una Nochebuena muy alegre y las calles se llenan de villancicos, zambombas y carrañacas, pero solo la noche del 24 de diciembre.

Los días previos eran de mucho movimiento en las familias, pues había que hacer los mantecados y polvorones, roscos de vino, de anís y de naranja, y empanadillas de hojaldre rellenas de cabello de ángel. Cuando se rompía un rosco, decía mamá: «Las astillas para el serrador», y nos lo comíamos. Mi hermana pequeña se metió debajo de la cama comiendo los que previamente había roto y le decía a mamá: «Las astillas para el serrador». Ni que decir tiene que ese dicho forma parte del vocabulario usual cuando hacíamos dulces, a los que seguimos siendo muy aficionadas.

Cuando llegaba la Nochebuena, después de cenar íbamos a la misa del gallo. El tiempo entre la cena y la misa lo ocupaban los chicos en tocar en las calles las zambombas y las carrañacas y en cantar los villancicos más burlones que he oído jamás. Como muestra, ahí van unas estrofitas de los más populares:

A san José lo metieron en una olla de coles

y a medianoche decía: «Que me comen los ratones».

Anda, Mariquilla, con el candilillo,

a ver si me han hecho, y olé, muchos bujerillos.

En el portal de Belén

hay un marrano colgao.

Quien quiera tocino fresco

venga y le tire un bocao.

Y sale la vieja

con las estenazas:

quien quiera tocino, y olé,

que vaya a su casa.

Y otros muchos de este estilo.

Hacía un frío que pelaba y no llevábamos un velo negro de tul, sino que nos poníamos una especie de pico tricotado a mano a punto de horquilla; el mío era azul celeste, que me parecía muy bonito a la vez que me abrigaba. A mí me gustaba ir con mi abuelo y me calentaba con él porque la iglesia era de piedra y mármol. Después de la misa del gallo, se iba cantando a las casas de los amigos, donde tomaban un buen vino y el «lápiz» (un buen chorizo de la matanza). Como siempre, iban cantando:

A tu puerta hemos venio

cuatrocientos en pandilla.

Si quieres que nos sentemos,

saca cuatrocientas sillas.

Y les contestaban los dueños de la casa:

Que entre usted, mozo,

que entre usted, mozo,

porque en mi casa,

que toma moreno,

no hay ningún mozo

si lo hubiera.

Y si lo hubiera

que yo le pondría,

que toma moreno,

la tapadera.

Y así pasaba la Nochebuena en mi pueblo de la sierra granadina hasta que a los catorce años salí de mi tierra y vine a Canarias. En La Palma disfruté de otra Navidad distinta.

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