Читать книгу Relatos cortos que parecen historias - María Teresa García Escudero - Страница 9

RECUERDOS

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No suelo vivir obsesionada con mis recuerdos, cosa muy común cuando se llega a cierta edad, pero sí quedan en la mente algunos que me impactaron de forma especial. Recuerdo cuando mi madre le quitó el pecho a mi hermana con unas orejas de conejo: cuando fue a mamar y vio las orejas, echó a correr y ya no lo quiso más. También cuando me escapé de casa a los tres años para ir a la escuela porque me daban envidia las chicas que iban a clase.

La primera vez que fui de excursión con el colegio, cuando estaba con doña Margarita, es un mal recuerdo. Fuimos a un cortijo, me saltó un gallo y me dio un picotazo en la cara: me salió bastante sangre y me asusté muchísimo. En cambio, me encanta recordar cuando íbamos a dar clase de bailes regionales y a hacer gimnasia con la sección femenina: me lo pasaba estupendamente. Era la única diversión que había para las adolescentes en aquellos tiempos. Creo que ahí empezó mi afición por cantar y bailar, que todavía me dura.

Es muy agradable recordar cuando empecé a estudiar en clase particular con mi estupendo maestro don Enrique, exigente al máximo; pero a él le debo mucho de lo que soy. Cuando me preparaba para ingreso en el instituto, los compañeros no me llamaban por mi nombre, sino la Niña, porque había doce chicos y yo era la única. También recuerdo que no distinguía cuando la luna estaba creciente o menguante y mi maestro me dijo para que no lo olvidara: «Cuernecillos a la izquierda, cuarto creciente, porque vamos a buscar una luna refulgente»; esos trucos y dichos «de maestro» los he utilizado años después con mis alumnos y siempre los recibían con sonrisas y los aprovechaban.

Cuando vinimos a Canarias, el viaje en el barco fue terrible: estuve toda la semana que duró la travesía mareada y el olor a barco me duró años. Era suficiente entrar en uno, aunque no viajara, para que el hedor me diera ganas de vomitar. He contado muchas veces que cuando viajé a Garafía la primera vez, con el traqueteo de la guagua, se me destornilló el asa del bolso y me quedé con ella en la mano.

Recuerdo, cuando tenía catorce años más o menos, que me llamaron bombón y le tuve asco al chico para siempre, porque me sentí chupeteada. Cuando mi madre me dijo que eso era un piropo, no me lo podía creer: me pareció una grosería.

Y por último recuerdo la satisfacción que sentí el primero de septiembre después de mi jubilación cuando de repente me di cuenta de que empezaban las clases y yo ni me había enterado. No tiene precio. Y el estar paseando por la calle Real en horas de clase tampoco.

Relatos cortos que parecen historias

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