Читать книгу Relatos cortos que parecen historias - María Teresa García Escudero - Страница 7
VIVENCIAS
ОглавлениеMi vida ha sido siempre la escuela. A los tres años, mi abuelo, en un viaje que hizo a Alicante, me regaló una maletita: era un cabás (así se llamaban entonces los estuches con broche para ir a la escuela) de madera lacada azul claro. En el interior había una pizarra, un pizarrín blando, un trozo de tela para borrar y la cartilla primera de Rayas. Me escapé escalera abajo y entré en la escuela que había frente a casa. Recuerdo las risas de las niñas cuando me vieron llegar; miré a la maestra como pidiendo permiso, sin atreverme a entrar. Ella me cogió en brazos, me sentó a su lado y, mientras me buscaban por todo el pueblo, yo estaba tan feliz viviendo la primera aventura de mi vida. Mucha gracia tuve que hacerle a doña Margarita porque me llevó a casa, habló con mamá (estuvieron charlando un rato) y yo seguí asistiendo a la escuela. Para llevarme a casa, mandaba a una chica de las mayores, que se disputaban el encargo. Yo estaba encantada. Recuerdo que me llamaba a la mesa a leer y la nariz me llegaba al borde del cajón donde guardaba los lápices, y que algún que otro caramelo me daba por saberme la lección. Desde entonces, mi vida ha sido, y es, la escuela.
Para mí fue tan importante el cariño de la maestra y de las niñas en aquella temprana edad que ya desde entonces siempre quise ser maestra, la mejor profesión del mundo. En aquel tiempo (bueno, años después) era muy raro que las chicas estudiaran, al menos en los pueblos; ni soñar que podríamos ir a un instituto y menos a un colegio en la capital. Nos preparaban los maestros y maravillosamente, por cierto. Nos examinábamos libres y en un solo examen nos jugábamos el trabajo de todo el curso, así que nos sabíamos el libro de cabo a rabo. No me importaban las dificultades, incluso un curso (cuarto de Bachiller) lo estudié yo sola porque el maestro no me pudo dar clases ese año. No me rendí: pedí los libros a mi padre, estudié con ahínco y aprobé. Fue un orgullo para mí. Continué mis estudios y al fin fui maestra. Cumplí el deseo que acariciaba desde mi infancia.
Estas vivencias marcaron mi línea de conducta. Mis alumnos encontraron en mí a la persona siempre dispuesta a escucharlos, a defenderlos contra viento y marea, que lo mismo los reprendía cuando era necesario que los consolaba y abrazaba cuando lo necesitaban. He sido un poco madre, un poco confidente, un poco abuela y siempre maestra. He llevado a la clase mis vivencias, mis viajes, mis poemas y todo lo que pudiera instruirles y educarles de forma amena.
Hace unos años que ya no estoy. Me fui con la satisfacción de haberles dado lo mejor de mi vida y haber recibido de ellos la alegría y el mirar las cosas con sus ojos nuevos. Ha sido un intercambio que me ha mantenido la ilusión por la vida y me ha dejado un grato recuerdo. Mi agradecimiento a las familias y a todos los compañeros, de los que he recibido siempre el apoyo y el cariño necesarios para seguir adelante. Por donde quiera que voy, encuentro alumnos, ya mayores, madres y alguna que otra vez oigo: «¡Maestra…!». ¡Mis niños, queridos niños! ¡Qué alegría en sus caritas al encontrarnos de nuevo! Para ellos seré siempre la maestra, porque maestra se es, aunque no estés en la escuela, y yo lo seguiré siendo hasta el día que me muera. Os quiero.