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ОглавлениеPrólogo
Aldo Ferrer
La ciencia y la tecnología son los impulsores de la transformación y el crecimiento. Ambas avanzaron muy lentamente en el mundo antiguo y la Edad Media. Hasta entonces, las mayores innovaciones tuvieron su origen en las grandes civilizaciones de Extremo Oriente y Oriente Medio. Alrededor del siglo xv, durante el Renacimiento, la Europa occidental comenzó un rápido proceso de transformación económica y social impulsado, precisamente, por la ampliación de las fronteras del conocimiento y la innovación, inicialmente concentrados en las artes de la navegación y la guerra. Este incipiente predominio de los pueblos cristianos europeos impulsó su expansión de ultramar, liderada por los navegantes portugueses y españoles. En la última década del siglo xv, desembarcaron Cristóbal Colón en el Nuevo Mundo y Vasco da Gama en la costa occidental de la India, inaugurando así el primer orden mundial.
Hasta entonces, en ausencia del progreso técnico, las relaciones internacionales y las acciones de los incipientes Estados nacionales eran irrelevantes para el desarrollo económico. La estructura productiva y la productividad del trabajo, en todas partes, permanecían sin cambios. A su vez, las políticas de los Estados consistían en asegurar el dominio del propio espacio y, eventualmente, la conquista y ocupación de otros territorios. Es decir, el Estado de un país y sus vínculos con el exterior no influían decisivamente en el conocimiento y el desarrollo económico.
Aquella última década del siglo xv marcó un cambio radical en la historia. En ese momento, por primera vez, se conformó un sistema internacional de alcance planetario y la tecnología comenzó a impactar en la estructura productiva y el crecimiento. De este modo, el desarrollo económico quedó definitivamente asociado a dos cuestiones fundamentales: por una parte, quién producía qué y, por lo tanto, qué países incorporaban las nuevas producciones y saberes portadores de la transformación; por la otra, la aparición del Estado, como protagonista del impulso del conocimiento, la innovación y, por lo tanto, el desarrollo.
Ambas cuestiones, a saber, la naturaleza de las relaciones económicas internacionales y el papel del Estado, configuran, por primera vez en la historia, el dilema del desarrollo en el mundo global. Es decir, cuál es la participación de un país en la división internacional
del trabajo, compatible con su desarrollo nacional, y cuál es el papel del Estado, para tales fines.
El dilema del desarrollo en el mundo global cuenta, precisamente, con una antigüedad de cinco siglos. En esa historia, la ciencia, la tecnología y el desarrollo de las actividades portadoras del conocimiento fueron dominadas por las naciones industriales de la Europa occidental y, desde mediados del siglo xix, por la creciente participación de Estados Unidos. El surgimiento de Japón como potencia industrial a fines del siglo xix y, después de la Segunda Guerra Mundial, el rápido crecimiento y desarrollo de Corea y Taiwán instalaron protagonistas más allá del espacio desarrollado, occidental y cristiano. Pero es recién con el despegue de China e India, con un tercio de la población mundial, cuando, por primera vez en la historia, aparece, en la cuenca Asia-Pacífico, un polo de desarrollo de vasto alcance, competitivo de las potencias industriales del Atlántico Norte.
La globalización, transformada a lo largo del tiempo, y la emergencia de nuevos protagonistas no han cambiado la naturaleza del proceso de desarrollo económico. Éste continúa descansando en la capacidad de cada país de participar en la creación y la difusión de conocimientos y tecnologías, y de incorporarlos en el conjunto de su actividad económica y relaciones sociales. El desarrollo económico sigue siendo un proceso de transformación de la economía y la sociedad fundado en la acumulación de capital, conocimientos, tecnología, capacidad de gestión y organización, educación, capacidades de la fuerza de trabajo y de estabilidad y permeabilidad de las instituciones, dentro de las cuales la sociedad transa sus conflictos y moviliza su potencial de recursos. El desarrollo es acumulación en este sentido amplio y la acumulación se realiza, en primer lugar, dentro del espacio propio de cada país.
El desarrollo implica la organización de los recursos de cada nación para poner en marcha los procesos de acumulación en sentido amplio. El proceso es indelegable en factores exógenos que, librados a su propia dinámica, desarticulan el espacio nacional y lo organizan en torno de centros de decisión extranacionales. Por lo tanto, frustran los procesos de acumulación, es decir, el desarrollo. Un país puede crecer, aumentar la producción, el empleo y la productividad de los factores impulsado por agentes exógenos, como sucedió con la Argentina en la etapa de la economía primaria exportadora. Pero puede crecer sin desarrollo, es decir, sin crear una organización de la economía y la sociedad capaz de movilizar los procesos de acumulación inherentes al desarrollo o, dicho de otro modo, sin incorporar los conocimientos científicos y sus aplicaciones tecnológicas en el conjunto de su actividad económica y social.
En resumen, los dos temas centrales para la resolución del dilema del desarrollo en el mundo global son la naturaleza de las relaciones económicas internacionales y el papel del Estado. Son los mismos a los cuales se refieren los aportes del pensamiento desarrollista latinoamericano. Como lo señaló Raúl Prebisch, el primer requisito de una estrategia eficaz es rechazar el pensamiento “céntrico”, es decir, el conjunto de teorías elaboradas por los países dominantes para ordenar las relaciones internacionales y las políticas públicas del resto del mundo, en beneficio de sus propios intereses. Por ejemplo, las ventajas comparativas en la teoría clásica del comercio internacional o, en la actualidad, la racionalidad inherente al comportamiento de los mercados financieros de la teoría de las expectativas racionales. De estas teorías surgen las recomendaciones de subordinar las políticas públicas a los intereses de los mercados y la reducción del Estado a la condición de mero garante del libre juego de las fuerzas económicas.
Esta nueva y espléndida contribución de Marcelo Gullo esclarece estos temas fundamentales, de cuya adecuada resolución resultan, en definitiva, el desarrollo y la soberanía o el atraso y la subordinación. Los dos primeros capítulos se destinan a encuadrar la cuestión en su contexto histórico y cultural. Luego se dedica al estudio de casos relevantes que abarca desde la primera economía industrial de la historia hasta el más exitoso de los “tigres asiáticos” contemporáneos. Todos ellos se ubican en la trayectoria de cinco siglos del dilema del desarrollo en el mundo global y confirman el planteo fundamental de la obra, a saber: que, en el marco de los cambios extraordinarios producidos por la continua revolución científico-tecnológica, el desarrollo sigue siendo esencialmente un proceso de construcción nacional y el Estado, el instrumento de la vocación y capacidad de transformación de una sociedad.
Finalmente, mi agradecimiento al autor por la distinción que me confiere al solicitarme estas palabras introductorias a una obra que, aparte de su interés general, constituye un valioso aporte para la docencia.