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Introducción

Este libro intenta ser una reflexión sobre la construcción del poder y el desarrollo de las naciones a lo largo de la historia. Si en nuestros escritos anteriores hemos puesto el acento en la cuestión de la construcción del poder nacional, hoy lo ponemos en la cuestión del desarrollo económico que, ciertamente, como elemento constitutivo del poder nacional, es un componente necesario aunque no suficiente. Nos sumergimos en la historia para tratar de encontrar las claves del fracaso y el éxito de las naciones. No planteamos, sin embargo –y es preciso aclararlo desde el inicio–, un análisis economicista porque –como lo advirtiera reiteradamente Aldo Ferrer–, dada la complejidad de los factores que influyen en el desarrollo económico de un Estado, “el análisis de la cuestión excede las posibilidades de una aproximación economicista”. Así pues, el estudio del desarrollo de las naciones requiere necesariamente “incorporar los diversos planos de la realidad en una perspectiva histórica de largo plazo” (Ferrer, 2002: 92).

Es justamente esa perspectiva histórica de largo plazo –propuesta por Ferrer– la que nos permite afirmar que las naciones más desarrolladas, aun las recién llegadas a ese estadio –como es el caso de Corea del Sur–, proponen como fórmula del éxito económico y social un camino totalmente distinto del que ellas transitaron. Hay una falsificación de la historia –construida desde los centros hegemónicos del poder mundial– que oculta el camino real que recorrieron las naciones hoy desarrolladas para construir su poder nacional y alcanzar su actual estado de bienestar y desarrollo. Todas las naciones desarrolladas llegaron a serlo renegando de algunos de los principios básicos del liberalismo económico, en especial de la aplicación del libre comercio, es decir aplicando un fuerte proteccionismo económico, pero hoy aconsejan a los países en vía de desarrollo o subdesarrollados la aplicación estricta de una política económica ultraliberal y de libre comercio como camino del éxito.

El estudio de esos exitosos procesos de desarrollo permite afirmar que todos ellos tuvieron (más allá de las diferencias y las particularidades de cada uno, producto de los enormes contrastes religiosos, culturales, geográficos y políticos que los separan) dos características básicas en común. En todos los casos se verifica lo siguiente:

1) una vigorosa contestación al dominante pensamiento librecambista, identificándolo como ideología de dominación, hecho que los llevó a adoptar, cuando la relación de fuerza les fue favorable, una adecuada política de protección del mercado doméstico, y

2) un adecuado impulso estatal al proceso de desarrollo a través de subsidios, cubiertos o encubiertos, a la industria incipiente y a las actividades científico-tecnológicas.

Por ello sostenemos como hipótesis que todos los procesos de desarrollo exitosos fueron el resultado de una insubordinación fundante, es decir, de una conveniente conjugación de una actitud de insubordinación ideológica para con el pensamiento dominante (insubordinación que rompe el primer eslabón de la cadena que ata a todos los Estados al subdesarrollo y la dependencia) y de un eficaz impulso estatal que provoca la reacción en cadena de todos los recursos que se encuentran en potencia en el territorio del Estado.

Asimismo, importa destacar que, en mayor o menor medida, todos los países desarrollados –comenzando por Estados Unidos– una vez que lograron entrar al exclusivo club de países industrializados (es decir, a la estructura hegemónica del poder mundial), se convirtieron en fervientes propagandistas de los beneficios del libre comercio y de la no intervención del Estado en la economía.

No es, por supuesto, la maldad intrínseca de la elite dirigente de esos países la razón que los lleva a comportarse de esa manera sino la propia naturaleza del sistema internacional que conduce a que todo Estado tienda a evitar siempre, en la medida de sus posibilidades, la aparición de posibles competidores.

Esta contradicción entre la prédica ideológica que realizan los países desarrollados y lo históricamente acontecido es una verdad que debería resultar obvia y evidente para cualquier político, industrial, periodista o estudiante universitario argentino o latinoamericano. Sin embargo, no lo es por el enorme peso de la subordinación teórica al pensamiento hegemónico producido por los grandes centros de excelencia académica de los países desarrollados. De esta forma, la subordinación ideológico-cultural todavía se constituye, en nuestros países, en el primer eslabón de la cadena que los ata al subdesarrollo endémico y a la dependencia. Por esta razón, se hace necesario un análisis agudo de la naturaleza del sistema internacional y una revista histórica que, poniendo los hechos en su base real, nos permita concebir una política de construcción de poder nacional y, por lo tanto, de desarrollo nacional con criterio propio y realista.

Se impone, entonces, realizar una revisión histórica de las políticas efectiva y realmente aplicadas por los países actualmente desarrollados que desnude la falsificación de la historia y permita, en consecuencia, a los países subdesarrollados tomar de ellos el verdadero “buen ejemplo” para alcanzar su progreso y el bienestar de sus pueblos.

Es necesario aclarar que no nos proponemos, sin embargo, la tarea ciclópea de revisar la historia de todos los Estados actualmente desarrollados. A fin de dar una idea, lo más acabada posible, de las circunstancias en que pueden alcanzarse o perderse las oportunidades del desarrollo, decidimos ofrecer sólo algunos casos testigo.

Así tomamos el de Portugal porque demuestra que, desde el comienzo de la globalización, el impulso estatal ha sido el factor fundamental para la incorporación del conocimiento que es, desde esos tiempos, una condición necesaria e imprescindible tanto para la construcción del poder nacional como para alcanzar el desarrollo económico.

El caso de España demuestra que un Estado, aun contando con las condiciones económicas más favorables, puede desaprovecharlas si carece de una elite de conducción política calificada.

El caso de Inglaterra comprueba que fue el primer país en ocultar y falsificar su historia económica para que otros países no pudieran seguir el camino que había llevado al Estado inglés a la industrialización, la prosperidad económica y la grandeza nacional.

El caso de Francia expresa cómo el poder nacional y el poder económico pueden ser jaqueados por la ideología.

El caso de Estados Unidos manifiesta que fue el primer Estado en advertir que la doctrina económica que Inglaterra propagaba por el mundo para llegar al progreso económico nada tenía que ver con lo que esta última nación había realizado, efectivamente, para convertirse en la primera potencia industrial del mundo. Fue Estados Unidos el primer Estado en insubordinarse ideológicamente contra la doctrina económica hegemónica que Inglaterra presentaba como una “teoría científica”. Esa insubordinación tomó la forma de una insubordinación armada durante la guerra de la independencia primero y, posteriormente durante la guerra civil norteamericana, más conocida como “guerra de secesión”.

Tomamos luego el caso de Canadá porque se trata, al contrario del caso estadounidense, de una insubordinación pacífica exitosa que demuestra que, también por ese camino, se puede acceder a una insubordinación fundante y en consecuencia, al desarrollo.[1] Además, Canadá demuestra que la Argentina, eligiendo un camino diferente, el de la subordinación, allá por la década de 1880 –aunque poseyendo similares condiciones naturales–, frustró el sendero de su desarrollo industrial. El caso canadiense deja en claro que existía una opción alternativa y superadora que, en el tiempo, lo condujo al desarrollo y la autonomía. La Argentina, por el sendero de la inserción en el sistema internacional, como simple productor de materia prima, se quedó en la frustración y la dependencia.

Abordamos también el caso de Corea del Sur, porque demuestra que, aun un pequeño país, pobre, desprovisto casi de materias primas y recursos energéticos, puede ponerse de pie contando únicamente con sus propios recursos, a condición de rechazar de plano el pensamiento liberal hegemónico. Importa destacar que Corea del Sur pudo alcanzar su desarrollo industrial en tiempo cercanos y estando apenas a unos kilómetros de distancia de un Japón superdesarrollado, industrial y tecnológicamente. En definitiva demuestra que, aun hoy, el camino es posible.

Finalmente, el hecho de que la principal potencia mundial –la primera nación en llevar a cabo, en el siglo xviii, un proceso de insubordinación fundante y construir un Estado continental– se encuentre sumida en una de sus más severas crisis y que muchos de los Estados que, en este texto y en nuestros anteriores escritos, hemos puesto como ejemplos de desarrollo, se encuentren también en crisis, nos obliga a reflexionar, en los últimos capítulos, sobre las causas profundas de estas crisis. Crisis que están provocado un deterioro enorme del grado de desarrollo y bienestar que esas naciones habían logrado alcanzar luego de la Segunda Guerra Mundial y que han causado la aparición, nuevamente, en el seno de esas sociedades, increíblemente, de los fantasmas de la pobreza y el hambre que se creían completamente desterrados. También importa señalar que desentrañar estas causas es fundamental para la comprensión de las claves del fracaso y el éxito de las naciones en el devenir de la historia. Pero, sobre todo, dilucidar las causas de la crisis que atraviesa en particular la Unión Europea es una cuestión fundamental– principalmente para los países que conforman la América del Sur– a fin de no realizar los mismos errores que ha cometido Europa en su proceso de integración.

Insubordinación y desarrollo

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