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EN EL MADER

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Pero entiendo que el ejemplo más contundente que presenta la Palabra de Dios en esto de perdonar sin que lo soliciten y sin que merezcan el perdón, es aquel que Jesús ofrendó cuando estaba clavado en el madero.

Aquellos mercenarios romanos estaban no solamente crucifican- do al Salvador, sino que burlándose de Él; lo injuriaban, lo humillaban, lo degradaban al grado sumo.

Me parece oír las carcajadas. Me parece ver el momento terrible en que le quitaron las pocas ropas para sortearlas entre ellos.

El Señor clamó por un poco de agua, y con una caña y una estopa le pusieron un líquido amargo en la boca. Alguien le clavó una lanza entre las costillas.

La vida de Jesús se iba apagando lentamente. Sin embargo, pese al dolor extremo y a la crueldad sin límites de los soldados, usó el último minuto para pronunciar aquellas ocho palabras que han conmovido a la humanidad: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Los soldados no le imploraron perdón a Jesús, ellos no le dijeron “Somos soldados que estamos cumpliendo órdenes, no hacemos esto porque queremos, perdónanos” Todo lo contrario, lo que se advierte es una terrible ferocidad por parte de ellos. Pero, de igual forma, el perdón volvió a salir por amor de la boca del perdonador.

La Palabra nos enseña: “Nunca digas: ¡Me vengaré de ese daño! Confía en el Señor, y él actuará por ti” (Proverbios 20:22).

Piensa ahora si has roto relaciones con un familiar, si has dejado de hablarte con un cuñado, con un hermano de sangre, con algún primo... si te has enemistado con un vecino –por culpa del vecino quizá- y desde hace meses o años no se dirigen la palabra; si has tenido una discusión con un compañero de trabajo y notas que el aprecio de muchos años se ha diluido y hasta sientes rechazo cada vez que lo ves; si antes tenías un amigo “de oro”, con el cual vivieron muchas experiencias juntos, y te enteraste que te criticó duramente y terminaron hasta gritándose todo tipo de insultos y agravios; si tienes algún pleito con un hermano de la iglesia y ya no puedes mirarlo a los ojos como antes y tratas de esquivarlo.

Si te encuadras dentro de alguna de estas situaciones, sigue el ejemplo de Jesús: perdona a esa persona hoy mismo por iniciativa propia. O pide perdón si el que actúo mal fuiste tú.

No interesa cuán grave es el hecho que haya sucedido. No importa quién haya tenido la culpa. Primero, perdónalo ahora mismo en tu corazón. Pero no lo dejes allí. Si solamente haces eso, el perdón estará incompleto. Vete a ver a esa persona, como hizo Marta con Francisco, y arregla la situación. Dios va a proveerte de la fuerza y el amor suficientes.

No esperes que esa persona clame a ti por perdón.

Sé que cuesta mucho, pero serás el primero en sentirse liberado. ¿Recuerdas las palabras de Marta? (“Cuando perdoné a Francisco sentí un gozo comparable al que experimenté cuando nació mi nuevo hijo.”)

Te perdono

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