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iv

LA ARQUILLA

Transcurrieron diez inviernos. Ya no era un niño, me había transformado en Kóro el cazador, más por insistencia y perseverancia que por valentía para la caza. //Auru, mi hermana, había crecido fuerte y rebelde. Era una niña rapaz, sin obligaciones. Trató, ya desde pequeña, de esquivar todo lo que de alguna manera la ataba. Las sesiones de enseñanza espiritual siempre terminaban mal, alguna travesura inventaba. Mi madre la reprendía de mil formas, pero las que daban mejor resultado tenían que ver con el aumento de sus tareas y obligaciones cotidianas. A pesar de todo, esto no parecía afectarla mucho, tenía la capacidad de hacerlas, rápido y bien, y por lo general se terminaba escapando con Motsu, su loba dorada que la seguía a todas partes. Le gustaba acompañar las partidas de caza, trepando a los árboles más altos y frondosos durante las batidas para no ser descubierta. Ella prefería perseguirlos corriendo junto a su loba, en los trechos más sinuosos y frondosos para no ser descubierta. En ocasiones iban a cazar cerca de las montañas sagradas, le gustaba escalarlas, sentir el viento en los ojos y observar desde arriba las tácticas del grupo cazadores.

Había una sola cosa que ella temía, cuando se adentraban en esa región. Era la cueva de los espíritus, a la cual siempre trataba de evadir. Si, por desgracia, el camino de los cazadores pasaba cerca de la caverna, ella detenía su marcha o buscaba rodearla, mirando a la lejanía las partidas de caza. Por lo general, se situaba lejos de esta, en un viejo y alto árbol. A pesar de la distancia, más adelante me contaría que muchas veces le parecía escuchar gritos y chillidos provenientes de sus profundidades; ella no estaba segura de si tenían su origen en su imaginación o si eran ruidos propios de la naturaleza que la rodeaba. Ese lugar y esos sonidos, que solo ella escuchaba, la aterraban.

Yo sabía de esos miedos, de ese punto frágil del espíritu de //Auru, pero nunca hice mención de ello para no herir su orgullo.

Una noche lluviosa y muy oscura, cuando nos íbamos a dormir, me tomó del brazo, me apartó hacia un rincón de nuestra !Nu56 –sin que yo le preguntase algo– y me confesó en voz baja por qué tenía tanto temor de acercarse a esa cueva.

—Ese lugar, todo lo que lo rodea y en especial ese hoyo profundo y negro me aterrorizan –dijo casi susurrando.

—Pero si tú no le temas a nada –contesté con aparente incredulidad.

—Eso crees. Le temo a la cueva, porque escucho sonidos y voces, que salen de ahí, como en mis sueños –dijo con los ojos muy abiertos y oscuros.

—¿Cómo tus sueños? –le pregunté con un tono burlón pensando que hacía una broma.

—Es que… No, déjalo ahí, Kóro. –Y con evidente enojo replicó–: Si no me vas a creer mejor no te cuento.

Con aire solemne y mostrando que me importaba realmente, le dije:

—Por favor dime lo que sientes, no me voy a reír de ti –le expresé, apretando los labios para no mostrar una sonrisa burlona.

Ella suspiró, miró la lluvia como pidiendo su compasión y me manifestó:

—Sombras, sombras que se mueven, me hablan y algunas veces me gritan…

Miré el negro de sus ojos y vi su temor. Me corrió un escalofrío por el tono y emoción de cómo se expresaba. Traté de ser más pragmático y le contesté:

—Bueno, debe ser tu imaginación o simplemente son sueños. –La observé y su expresión era todavía más gris. Provoqué una carraspera, tratando de apagar lo que había dicho y le dije:

—¿Y…? ¿Se repiten? –pregunté con curiosa sinceridad.

Me miró y dijo:

—Cada noche desde que tengo conciencia.

—¿Y de qué te hablan? –la interrogué con preocupación creciente.

—Ese es el problema, no comprendo qué dicen, siempre tengo la sensación de que estoy por entender, pero me despierto o vuelvo a la realidad y siento una gran frustración.

—Me parece que lo mejor sería… –le manifesté con una expresión seria– que le consultemos a ≠Giri, ella siempre tiene una respuesta para este tipo de cosas.

Dicho esto, ella levantó los hombros y dio un largo suspiro. Se apoyó de costado, abrazando a la loba, se tapó con su piel preferida y se quedó dormida. La miré. No solo la quería porque éramos hermanos y nos habíamos criado juntos, sino también por su personalidad llena de simpleza, pero a la vez tozuda y valiente. En realidad, la admiraba, era una luchadora innata. Me quedé junto a ella unos momentos y su respiración suave me tranquilizó para conciliar el sueño también.

Al otro día entró U’we a la choza trayendo algo en sus brazos. U’we también se destacaba por su trabajo con la madera y las piedras, tanto en tallado como en esculturas. Cuando giró pude verla era una pequeña urna, hecha de madera de un tronco de acacia.57 Por la perfección y detalle los había trabajado con sus buriles58 de piedra, que con mucho celo guardaba. Nunca había visto algo tan hermoso. Medía casi un pie a lo largo, por una mano abierta de ancho y cinco dedos59 de alto. La había cavado, con destreza y paciencia hasta lograr tres hoyos profundos y divididos entre sí. Había hecho una tapa que encastraba a la perfección. En la misma grabó, con una punta de hueso de Eland, especial para canaletear la madera, tres círculos –uno adentro del otro y con un punto en el centro– pintados de color rojo.

Él observó nuestra curiosidad en aumento y nos dijo:

—Es una arquilla.

La cajuela me fascinaba, pero me preguntaba para qué servía, estaba vacía y no tenía ni idea de qué podía albergar en su interior:

—Tío, disculpa que pregunte, pero me muero de ganas por saber: ¿para qué es la arquilla? –pregunté con sumo interés.

U’we me miró y expresó:

Kóro, no tengo por qué ocultártelo, ≠Giri me la encargó, me dio el tronco, las medidas que debía tener la arquilla y me dibujó con un trozo de carbonilla en una piedra laja los tres círculos. Me explicó que siempre se trabajaba al amanecer y nunca en presencia de niños pequeños. Y que al final, ya pulida y engrasada, se grababan con prolijidad y precisión los tres símbolos circulares.

Mientras hablaba con U’we, yo no perdía de vista a //Auru, que no emitía gesto ni sonido. Se la veía muy atenta y callada.

Levanté la cabeza algo conmovido y dije:

—Es… es… hermosa. –Estaba emocionado y extendí los brazos para tomar a la arquilla terminada.

U’we con rudeza la apartó lejos de mis manos y exclamó con seriedad:

≠Giri también me pidió que por ahora nadie, excepto yo, su constructor, puede tocarla. Cada pieza de este conjunto debe ser respetada. Lo único que les puedo decir es que está hecha con madera del sagrado yìí-sá.60 Y fue construida, especialmente, para ser llevada por nosotros a través de la “gran agua”. –Terminó de pronunciar estas palabras y partió con paso medido a la !Nu de ≠Giri.

Di un salto de alegría:

¡U’we –exclamé gritando–. ¿Nosotros… yo y //Auru? ¿Seremos parte de los navegantes? –dije entre angustiado y emocionado–. ¿Haremos el gran viaje…?

U’we se volvió, me tomó del hombro, esbozó una suave sonrisa, y mirándome a los ojos, asintió con la cabeza.

En ese momento miré a //Auru, estaba de cuclillas, apoyaba su vista inerte en algún punto del horizonte. Su cuerpo vibraba, se estremecía. Me agaché para hablarle y en ese instante recordé haber visto a ≠Giri en la misma posición, como una roca sin existencia vital, como prisionera quizás de otros mundos como ella solía relatar.

//Auru –le susurré con suavidad para no alterarla–, escuchaste… vamos a viajar por fin.

La brisa del atardecer le movió el pelo mientras un !Kwai-!Kwai61 chillaba allá lejos. Sus ojos perdieron su brillo y el miedo poco a poco se apoderó de su ser.

Y entonces //Auru dijo con preocupación:

—La arquilla es el vientre para traer a las madres de vuelta al pueblo, pero nos acechan oscuros peligros.

Volvió su temblor. Cerró sus párpados, suspiró con agitación. Respiró largo en búsqueda de algo profundo de su interior, y para mi sorpresa, gritó como un trueno:

—¡Veo un camino de mucho sufrimiento! Recorrido por sombras, pero, a pesar de todo, es necesario encontrarlas para entender nuestro destino como pueblo.

Me dejó boquiabierto, sentí que su marca en la frente aumentaba de tono, de un rosa pálido a un rojo profundo.

Y con un último suspiro áspero y corrido, abrió los ojos para despertar y escapar de su pesadilla. En un breve pasaje de tiempo, su rostro tomó color, sonrió, me miró y preguntó como si nada hubiese ocurrido:

—¿Kóro, dónde está U’we?, ¿se ha ido...?

—Sí, hace un momento –le contesté incrédulo, sin poder cerrar la boca de la sorpresa.

Se levantó y corrió hacia la aldea.

Me quedé quieto con mis pensamientos enredados por el suceso. //Aurú nunca dejaba de sorprenderme.

Esa noche, en extremo silenciosa, sin ruidos ni nada que se le pareciese, el tiempo se hizo tan lento que me costó dormirme. Hasta que desperté, sobresaltado por un largo y profundo aullido de la loba dorada, justo después que una gran luna rompiese el horizonte, algo lujuriosa con sus destellos rojizos, presagiando, quizás, malos tiempos por venir.

56 !Nu es un término /xam que significa: choza de arbustos, casa de ramas o nido.

57 La Acacia erioloba es un árbol de la sabana natural en el sur del Kalahari, en Sudáfrica.

58 Buril: cinceles que se utilizaban para tallar maderas o piedras de menor dureza.

59 Medidas antiguas utilizadas antes de la invención del sistema métrico decimal: un pie equivale a 30,48 cm, una mano abierta o palmo a 21 cm y un dedo pulgar a 2,54 cm.

60 Yìí-sá, en lengua khoisánida, significa árbol que produce frutos.

61 !Kwai-!Kwai: antes era un hombre y ahora es un pájaro (en apariencia algo parecido a un “antílope”). viene, durante la ausencia de sus padres, para matar a los niños. “Historia de la Mantis, el Kwai-!Kwai y los niños” (en http://lloydbleekcollection.cs.uct.ac.za/stories/615/index.html).

Venus mujer: viaje a los orígenes

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