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Un atardecer frío de verano hace 11.000 años AP cerca de las cuevas de Tsodilo en el desierto de Kalahari –hoy Botsuana– a 10 años del deshielo total.33

LA MARCA EN LA FRENTE

Miré cómo el kau!34 caía en la trampa de palos, atraído por el penetrante olor, su sentido del olfato lo había traicionado.

¡Kóro,35 no te olvides del lagarto que va a ser parte de la cena! –le gritó su tío U’we36 riendo mientras volvía con paso firme al poblado.

Esta vez no se lo entregaría a U’we, para que lo matase y le comiera la cola. Yo lo quería para jugar. A mi tío le precedía la fama de buen cazador, de su astucia y respeto ante la presa, pero este lagarto no sumaba nada importante en su largo historial.

Él, como nadie, conocía las diferentes huellas de los animales, además identificaba qué animal la había hecho, la edad, el peso y hasta el sexo. También por ciertos detalles, como, por ejemplo, una telaraña rasgada, la inclinación que había tomado una hoja de pasto luego de ser pisoteada y el tiempo que tardaba en volver a su posición natural, o si todavía la huella conservaba el polvo de la pisada original, parecían datos suficientes para que él los procesara e indicara si era un animal u otro, sus características y cuándo había pasado por ese lugar.

Se había transformado en una leyenda para muchos, desde aquella vez que estuvo inmóvil durante tres días y tres noches esperando que un Poho37 que había sido derrotado y apartado por la manada, se acercase a él. Era tal el grado de adaptación con el entorno que tenía la habilidad de confundirse con el paisaje. Aquella vez, a pesar del refinado olfato del animal, logró que se aproximase a comer de un verde arbusto húmedo que había dejado junto a él, ni el destello delator de sus ojos, ni la tensión muscular del cazador ante la presa, habían espantado al animal. Él contaba con orgullo, pero también con un dejo de tristeza, que al sentir la respiración del Poho en su rostro pidió, en silencio, permiso a los espíritus primero para su protección y segundo para matar al animal. Quizás fue el brillo especial de los ojos globosos del animal que lo autorizaron, y sin más que pensar, con un movimiento rápido lo hirió con un poderoso golpe de lanza en el cuello. La bestia, como siguiendo el ritual, apenas forcejeó. Fue tan certero el golpe que se desplomó con todo su peso levantando el polvo del suelo que le daría el reposo final. U’we miró sus profundos ojos negros y vio pasar paisajes y danzas que el animal había vivido en otras vidas antes de ser ese infausto Poho. De cuclillas, con respeto y compasión acompañó la agonía y el último resuello del imponente animal, ayudándolo en el pasaje a otro universo natural.

Esa quizás fue una de esas historias que me mostró la profundidad del espíritu de un cazador. De alguna manera, yo buscaba imitarlo.

Ese día, el calor no me molestaba, a pesar del tiempo que llevaba quieto y escondido junto a una //hoba38 mascando lentamente un trocito de su tallo. Armé nuevamente la trampa, que tenía larga historia de caza. Despejé el agujero en su parte superior para permitir el paso limpio de la próxima víctima. El objetivo era atraer a otro lagarto a la trampilla de palos, este solía merodear la lomada, lo reconocía por cómo arrastraba una de sus patas. De alguna manera, admiraba en especial a este animal, sabía de su inteligencia para eludir trampas, había puesto mucho empeño para cazarlo. Era necesario que cayera dentro, a través del hueco atraído por el olor de un puñado de malolientes larvas de termitas. La espera fue en vano, el lagarto apenas percibió mi presencia ignoró la carnada y huyó con su tranco característico.

Mi vida, como la de todo niño de la aldea, transcurría alrededor de juegos, relatos y danzas. Pero la caza, en particular, era mi mayor pasión. Sabía que mi tío pronto me llevaría con él y los otros niños de la aldea a rastrear alguna manada importante. Ansiaba descubrir las sensaciones de un cazador. Percibir con respeto, con mi propio ser el dolor de las heridas del animal apresado. Quería estar cerca de su piel, de su tensa musculatura y sentir por su cuerpo vital de presa el recorrido galopante de su sangre; esto sumado a la emoción del peligro, convertía a la caza en algo más que una aventura. Lo sentía como una experiencia espiritual tal cual nos había enseñado mi madre durante largas noches de historias y cantos.

Mi madre, cuyo nombre era !Gä, en referencia al color rojo de su pelo, nos reunía en noches iluminadas con la hoguera central de la aldea y nos relataba en tono ceremonial historias impregnadas del maravilloso, peculiar y conmovedor sentido de humanidad que debemos cultivar, donde lo fraternal une a animales, plantas, cosas y humanos. Donde las estrellas, la luna y el sol juegan a ser dioses sin ser omnipotentes, permitiéndole a la vida buscar sus diversos caminos, al ser la muerte de cualquier ser viviente un pasaje más de la larga cadena de la historia de la existencia.

En el medio de esos relatos era bastante común que ejerciera su paciente autoridad para reprendernos.

—¡Kóro, no te distraigas, escucha atentamente el relato de la humanidad! –repetía con aires de autoridad–. Comprenderás mucho de nuestros actos, tendrás claridad al observar a la mantis39 cuando se enfrenta irguiendo sus patas ante cualquier enemigo, sentirás en tu piel por qué el león atrapa a un venado sabiendo que alguna vez en otra vida también fue presa, entenderás por qué la liebre tiene el labio partido y es tan veloz. Estos conocimientos, Kóro, te harán mejor cazador, pero lo más importante, mejor persona.

Este argumento, aunque sabio, era repetido una y otra vez, hasta que las palabras tomaban su verdadero sentido. A pesar de lo reiterado, siempre sus dichos me provocaban diferentes sensaciones, que venían a mi memoria cuando compartía danzas y cantos, cuando capturaba, más con astucia que con armas, a pequeños lagartos y aves. La danza y la caza, de manera gradual, se transformaban en cuestiones vitales de mi vida. Si bailaba tenía nuevas sensaciones, sentía que me llenaba de energía, que me transformaba en pleno salto en una gacela o si me arrastraba en ritmos sinuosos me sentía como una serpiente poderosa. A veces me preguntaba qué había sido antes, en otra vida, ¿un avestruz hecho con plumas y viento o quizás una minúscula larva que tarde o temprano se convertiría en alimento o en una hermosa mariposa dueña de los aires y de los colores? Presentía –en el fondo lo anhelaba– haber sido un animal importante. Quizás un león poderoso ávido de carne fresca y latiente o un diligente lobo amaestrado que junto al cazador buscaba la presa y la acorralaba en su destino de muerte. Esas imágenes mentales y mi alocada imaginación asaltaban siempre mi cabeza afiebrada de ideas y fantasías. Me reconfortaba pensar que sería reconocido como un importante cazador, respetuoso de mis hermanos animales, querido y admirado por mi pueblo.

Como pasaba a menudo, cuando mis pensamientos caían en cascada, haciéndome olvidar el espacio y el tiempo, anunciaban que algo, quizás apenas perceptible, pero importante, estaba por suceder. Presentía.

Aquella mañana, la brisa se detuvo. La naturaleza bajó su rápida inercia y comenzó a expresarse de forma extraña. Me parecía que el tiempo no existía, que era un viaje muy largo y recién lo comenzaba, solo algunas cosas y seres de manera exigua mostraban señales de vida, quizás, aunque ahora inertes habían sido personas, animales o plantas en otros tiempos. Miré la roca donde estaba apoyado. Acaricié con mis manos su redondez, reconfortado por la suavidad que transmitía. El sol se reflejaba en su parte superior. Abajo, en su sombra, quieto, me repetía: “Si no me muevo, no existo”. Un pequeño escarabajo distrajo mis delirios. Respiré para alimentar mi espíritu y sentí que otra vez viajaba despierto. El reflejo del sol en la piedra se dividió, una parte comenzó a caer hacia un lado, dando una nueva sombra que recorrió la arena junto a la piedra. Pensé, es otro sueño, otra sombra que juega conmigo. Pero la naturaleza despertó. Un grupo de aves alzaron vuelo a puro graznido, el viejo lobo40 de Kóro aulló lejos, detrás de la aldea, su sonido era más agudo y lastimoso. El extraño viento frío provocó un remolino repentino alrededor de mí que me hizo perder el contacto con el suelo, hasta caer y golpear con el rostro, mordiendo la tierra.

El sol me cegó por un instante, pero al final de un breve parpadeo ya se había nublado, alcé la vista y divisé ya lejos la bandada de grullas azules41 trazando una desordenada línea en el horizonte. Algo aturdido, eché una mirada al cielo y allí encontré el enigma a tanta rareza momentánea. Había otro sol y se movía velozmente. Me derrumbé de rodillas y atiné a taparme los ojos con mis manos. “¿Otro sol…?”, le pregunté al aire. Volví a mirar su intensa luz y observé tembloroso cómo se alejaba dejando una estela de fuego lejos, muy lejos, hasta caer detrás del horizonte.

Comprendí al recordar repetidos relatos de !Gä y grité con desesperación: “¡Gaunu…,42 es ¡Gaunu, la gran estrella, un gran hechicero ha muerto, su corazón se ha caído, allá detrás del gran pozo de agua. Es la señal…, es la señal”, dije esta vez en un susurro.

Me quedé tieso durante un infinito momento. ¿Era real o había tenido una de esas extrañas visiones? Sin pensarlo más, me levanté y giré sobre mis pies descalzos, tomé mi morral y eché a correr hacia la aldea, desgarrando mi taparrabo de tanto apuro.

Irrumpí, para sorpresa de todos, con desparpajo y sin respeto en la choza. El olor a incienso era fuerte y fue la primera barrera a mi angustia. El jadeo no me dejaba emitir una palabra. Apoyé mis manos sobre las rodillas, trataba de recuperarme. Un gemido llamó mi atención, me quedé atónito, cuando descubrí que en un rincón había un bebé recién nacido.

—Es una niña –murmuraba mi madre a las ancianas. –Por un momento, la alegría, invadió mi ser y olvidé al sol caído y pensé: “¡Una hermana...!”. !Gä, mi madre, bañada en sudor, sentada en la esterilla junto a dos matronas, dibujaba sonrisas en su rostro y las regaba con lágrimas de ternura.

Como de soslayo me miró y con su suave voz me dijo:

—Su nombre es //Auru,43 es tu hermana. –La contemplé un momento y me pareció ver cómo su sombra jugueteaba con ella. Debía ser el cuero de la puerta que se movía por el viento, pero la sombra tuvo un giro curioso, como si tuviese vida propia. Fue en ese instante cuando tuve un mareo, quizás las fuertes emociones, mis torpes pies o la suma de todos ellos, me hicieron perder el equilibrio y caí de bruces junto a la pequeña. Levanté la cabeza y observé su moreno rostro. Algo en ella me llamó la atención, tenía una marca en la frente como una gota con una larga cola. Enmudecí.

Cuando me disponía a contar lo sucedido, una sombra cubrió aquella escena. Todos voltearon para mirarla. Era ≠Giri, la chamán, imponente y bella, con sus pechos elevados, sus caderas bien pronunciadas y sus glúteos prominentes. Era hermosa, respetada por muchos y deseada por todos en la aldea. Se acercó a la niña nacida y la revisó detenidamente, luego volteó su rostro y me dijo:

—La señal ha llegado, ha dejado su marca en la niña y en ti, Kóro, la imagen de un viejo cielo. Hay que preparar el viaje, tenemos tiempo, dentro de diez inviernos será la partida, hay que traerlas a “ellas” de nuevo a nuestra tierra.

Lo último que vi esa noche fue a mi pequeña hermana y a su sombra inquieta; a pesar de lo extraño de la situación no me parecía tan raro después de todo lo sucedido ese día. Cerré los ojos y me dormí en la negrura tibia y acogedora.

Al día siguiente, empecé a procesar mi visión del día anterior; ¿en realidad había sucedido? Comprendí que solo la chamán y yo habíamos sentido la presencia del sol en movimiento, esa visión tenía un valor espiritual, podía ser una vivencia de otro tiempo o de un viejo cielo, quizás de nuestros ancestros, como había dejado entender ≠Giri. Recordé un antiguo relato que la madre de mi madre le había contado y que ella durante muchas noches, especialmente en los crudos inviernos, relataba. Se trataba de una historia, de esas de la primera humanidad, donde otro sol44 había caído desprendido del corazón de un gran chamán que había muerto, lo que ocasionó años de oscuridad y hambruna. Fue un tiempo tallado por la aridez y escasez de animales y plantas comestibles, lo que produjo la huida desesperada de gran parte de la gente con la esperanza de hallar nuevos lugares donde vivir.

Fue la repentina aparición de mi tío lo que me sacó de mis pensamientos; su llegada junto a una cría de loba famélica con un extraño pelaje dorado45 que había sido abandonada por unos viajeros nómades que habitaban más allá del gran desierto. En el futuro la iba a alimentar y a cuidar, como un miembro más de nosotros, él la llamó Motsu,46 y desde entonces se convertiría en la guardiana y compañía de mi hermana //Auru.

Mi tío, con su caminar erguido, haciéndose cargo de la situación, tomó mi mano y junto con mi mamá, //Auru y la cría de loba que corría a los tropiezos, tomamos el camino largo, pero seguro, hacia las montañas de los dioses en Tsodilo; esta vez el propósito era claro, había que llenarse de energía de los antiguos espíritus para iniciar el gran viaje. Fue por entonces cuando surgió esa frase tan repetida en muchos relatos:

“Es tiempo de traer a ‘ellas’, nuestras madres, de regreso a casa…”.

33 La última fase de enfriamiento climático se denominó Younger Dryas de la Edad de Hielo, terminó de forma repentina hace 11.400 años y en solo una década produjo un deshielo generalizado.

34 Lagarto Agama o stellio ( khau o kau! en lengua khoisánida) es un reptil de la familia Agamidae propio del África subsahariana, llamado también agama estrellado. Posee el cuerpo aplastado sin cresta dorsal.

35 U´we (/xue) significa “luna” en lengua khoisánida, cuyo significado remite a un ser masculino que “crea las cosas”.

36 Kóro: en lengua khoisánida significa chacal (Canis mesomelas)

37 Poho (en lengua africana seshoto) es el nombre vulgar de un Bos primigenius de origen africano, según nuevos hallazgos fósiles, son los ancestros de los toros de Lidia, que se movían en manadas de miles de animales, que por los desplazamientos estacionales ocupaban ambientes tanto del sur como del norte de África. Poseían un cuerpo robusto y espalda gibosa. Su color era oscuro y pesaban algo más que una tonelada. Su cornamenta, usada para la defensa, sobrepasaba el metro de largo con una base de 15 cm de diámetro.

38 La planta Hoodia ordonii, conocida vulgarmente como //hoba, por la gente del sur de África, es de la familia de las Asclepiadáceas. Es endémica de la región del Kalahari, tiene la capacidad de retener el agua para su sobrevivencia. La población /Xam la utiliza para afrontar largos viajes de caza en el desierto, donde comen pequeños fragmentos reduciendo el apetito, dado que copia el efecto de la glucosa sobre las células nerviosas del cerebro.

39 La mantis africana (Sphodromantis lineola) es usada como mascota en el África Subsahariana, es admirada por sus técnicas de caza, por la velocidad de sus patas y la capacidad de movimiento de su cabeza y grandes ojos. Los /xam la consideran como un dios, como a la luna y al sol. La mantis religiosa toma varios nombres de acuerdo a la lengua, en sesotho: es nombrada Rapela mantis, en suajili la denominan kuomba vunjajungu y es llamada isithwalambiza en lengua zulú. A pesar de ser un pequeño insecto es respetado por la mayoría de los nativos del sur de África.

40 Según algunos estudios se calcula que en esa época ya se había producido la divergencia del antecesor común entre el lobo y el perro. Las culturas prehispánicas poseían tradiciones donde el perro tenía un uso y valor religiosos similar: entidad asociada al origen de la humanidad, también como símbolo de la muerte y como animal de ofrenda en actos ceremoniales y funerarios. Ya en la prehistoria se lo utilizaba como animal de defensa y de aviso, pero además como alimento y abrigo en los largos inviernos, para transporte de pertenencias y como compañía de vivos y muertos. Algunas culturas asociaban a sus largos ladridos y aullidos con la aparición de tormentas y de lluvia.

41 La grulla azul (Antropoides Paradise) habita en el árido sudafricano, aparece solo en los períodos de lluvias. En los mitos /xam es considerada hermana de la mantis.

42 ! Gaunu, la gran estrella protagonista de relatos de bosquimanos. Los especímenes de Bushman Folklore es un libro escrito por el lingüista Wilhelm H. I. Bleek y Lucy C. Lloyd, publicado en 1911. El Libro de ochenta y siete leyendas Bushman, mitos y otras historias tradicionales registra los relatos extraídos de entrevistas realizadas a cinco bosquimanos, | A !kungta;| | Kabbo; Dia! Kwain; !Kweiten ta || ken y |Hang? kasso (la puntuación y otras marcas representan varios clics), que más tarde se tradujeron por el Dr. Bleek en inglés y en otros idiomas para ser conocidas por todo el mundo.

43 //Auru,! kwi k’^mm, significa en lengua khoisánida “persona con la que, al soñar con ella, tenemos éxito”.

44 Hace 12.900 años, según el método de datación por carbono calibrado, cayó una lluvia de cometas. El gran impacto dio comienzo al período frío denominado Dryas Reciente . Al cometa principal se lo denominó Clovis, nombre que hace referencia a la población que habitaba en el hemisferio norte del continente americano. Los restos arqueológicos de los Clovis se extendieron desde Canadá hasta México.

45 Se hace referencia al lobo dorado africano (Canis anthus) que es una especie de la familia de los cánidos que incluye a lobos, chacales y coyotes, descubierta en los últimos 150 años. África también es hogar de otras dos especies de lobo: el lobo gris y el lobo etíope. Habita en llanuras y zonas esteparias semidesérticas. Es un animal territorial y cazador que posee una dieta amplia, variada y oportunista, predando sobre todo invertebrados, reptiles, aves y mamíferos de distintos tamaños.

46 Motsu significa ”flecha”, en sesotho, lengua africana hablada en el África Austral.

Venus mujer: viaje a los orígenes

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