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Prefacio

Ellos entran a la noche a través de una puerta de fuego

y nos aman

a su manera

pues están llenos de costumbre y paciencia.

Son un puente,

solo un puente entre olvido y olvido.

Y nosotros pasamos sobre sus huesos

para hacer lo nuestro.

—María Julia De Ruschi Crespo

Viaje a los orígenes es el subtítulo de la novela de Marcelo Mario Miguel, VENUS MUJER. El autor se propone una travesía que –sin duda– es también la de los ríos de su propia sangre. Hace una cartografía posible desde el universo donde se ubican los cuerpos que alumbran los senderos de esa mujer –que es todas las mujeres–, en tanto que desvela al escritor como si se tratara de huellas transparentes en la arena de los tiempos.

De ahí que puede decirse –también– que antiguos poetas y filósofos, como Homero o Heráclito, narran las peripecias del héroe o el transcurrir de la vida como un viaje o río, y por eso mismo el transitar del viaje implica el exilio y la nostalgia de los extramuros. Quizá el viaje –iniciático en este caso– no sea otra cosa que la posibilidad de despertar aquella antigua matriarca dadora y cuidadora de la creación misma en su sentido más cabal. Tal vez, esa pareja originaria de gemelos, que rasga la historia para dejarnos asomar a ella, no sea más que las fuerzas o energías antagónicas en el corazón del humano. Tánatos, muerte de toque suave, como la de su hermano gemelo Hipnos, el sueño, o muerte violenta, dominio de sus hermanas amantes de la sangre, las Keres, y Eros, dios primordial responsable de la libertad, la atracción sexual, el amor; el sexo, venerado también, como un dios de la fertilidad.

Mircea Eliade da una definición de mito que deslumbra por su sencillez y certeza: «el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los “comienzos”. Dicho de otro modo: el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los seres sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia, sea esta la realidad total, el cosmos, o solamente un fragmento: una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución. Es, pues, siempre el relato de una “creación”: se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser».

Marcelo Miguel pone palabras vivas a un tiempo neutro, insinúa el temblor del caminar sobre los huesos, y reduce los espacios inmensos apenas habitados por el Homo sapiens, para el encuentro milagroso de esos seres, con las más sorprendentes aventuras del vivir-morir. Los personajes de Miguel no sobreviven. Viven la plenitud del vivir y del morir.

Esa íntima conexión vida-viaje al tiempo primordial trae a la novela de Miguel una extraordinaria y potente significación. Miguel sublima e interioriza sus propias derivas e interrogaciones validándolas en esta propuesta novelada. Porque un viaje a los orígenes es también un viaje a la propia infancia, dado que entre novela e infancia se establece una relación cardinal. Hay en este retorno testimonial una escritura que vuelve su mirada intimista al exterior de su propio universo personal en búsqueda de esos orígenes esquivos, siempre a punto de recomenzar de modo inacabable.

En efecto, en su dedicatoria puede leerse: “… A todas esas mujeres…”, nos dice con humildad, “… para asomarnos y conocerlas… por lo menos, un poco”. Mujeres que además de creadoras de vida disponen de una especie de clarividencia, un presentimiento del riesgo y del desasimiento a la vez que son sostenedoras del hilo de la palabra que se desliza de los saberes antiguos llenos de costumbres.

El poeta escritor se enfrenta –quizá– a una imperiosa soledad y a un desafío que ni científicos ni investigadores han podido resolver, como si dentro de un inmenso laberinto habitara un no saber del enigma de lo femenino.

Un viaje, que, tal como diría el filósofo César Enrique Juárez, circula “… de la nada al ser y del ser a la nada”. Un viaje a contracorriente –ciertamente, también, trabajo etnológico– hacia los albores de lo humano. Peripecias anteriores en los calendarios que hicieron los hombres son –de hecho, a la vez– ajenos y propios como danzas sobre el polvo de los huesos acumulados en las coordenadas del viento.

Un itinerario que, sin duda, desnuda en su lectura el drama existencial del hombre contemporáneo que ha olvidado su verdadera naturaleza. Ese despertar al que nos invita el autor descalza en uno la conciencia de nuestra propia condición de exiliados y deudores.

La condición de deudor agradecido de Marcelo Miguel deja –en este libro– señales de los constructores de un saber mítico y etnográfico como lo testimonian las notas de pie de página y su gentileza, la de una bibliografía consignada al final de una novela, que, no obstante ese final de relato, deja abierta la inquietud del ser por un saber siempre incesante.

Celebremos, pues, el frescor de unas letras apasionantes, bajo la forma de VENUS MUJER: VIAJE A LOS ORÍGENES.

María Isabel Saavedra Usandivaras,

Chilecito, otoño de 2020

Venus mujer: viaje a los orígenes

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