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PREFACIO

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Este libro existe porque tengo un editor excepcional: Neil Belton. En realidad, llevo tiempo actuando como una especie de acechador suyo. He seguido sus pasos allí donde él ha ido, desde Jonathan Cape hasta Faber. Neil tiene múltiples aptitudes. Entre ellas está la de que conoce muy bien los puntos fuertes de los autores a los que guía y sabe qué es lo que pueden y deben escribir mejor de lo que ya hacen.

Mi talento particular es que sé explicar física compleja a cualquiera que tenga la «mala fortuna» de ir sentado junto a mí en un autobús. Pero, además de la física, también me interesan otras cosas. Leo muchísimas obras de ficción. Me fascina la historia. Me gusta correr. De hecho, en 2012, completé la maratón de Londres (algo que difícilmente olvido mencionar durante los tres primeros minutos de conversación con alguien a quien acabo de conocer).

La gran idea de Neil en esta ocasión fue animarme a que escribiera algo en lo que combinara esas dos facetas: es decir, algo en lo que echara mano de mi aptitud para explicar física compleja con un lenguaje accesible y lo aplicara a la tarea de explicarlo todo con un lenguaje igualmente accesible.

La idea me resultaba ciertamente intimidante. ¿Cómo iba a ser yo capaz de escribir de todo? ¿Por dónde empezaría siquiera? Comencé por tratar de figurarme un modo lógico de organizar un material tan amplio. Pero ninguno de los esquemas que discurría me convencía y, al final, acababan hechos trizas en la papelera. Todo eso cambió, sin embargo, cuando escribí la aplicación Solar System for iPad. Disponía solamente de nueve semanas para redactar 120 historias sobre planetas, lunas, asteroides y cometas, así que no tuve más remedio que lanzarme al agua y aprender a nadar sobre la marcha. Y, al parecer, la táctica surtió efecto, porque la app ha sido galardonada con varios premios. Así que eso mismo fue lo que hice aquí: superé mi aprensión y me zambullí en esta nueva tarea sin mayores preámbulos.

La cosa tuvo su dificultad. Normalmente, cuando necesito saber algo sobre algún tema de física, averiguo qué físico (premios Nobel incluidos) es un experto en la materia y lo llamo por teléfono sin más. Hay un 95 % de probabilidades de que la persona así interpelada sea capaz de responder a mis ingenuas preguntas de inmediato. Y, si no puede, seguro que al menos tratará de trasladarme una contestación aproximada. Pero en el caso de temas de los que no sé nada, como el dinero, el sexo y el cerebro humano, me resultó difícil identificar siquiera a quienes pudieran dar respuesta a las preguntas más básicas que yo tenía para los expertos y expertas en la materia. Y cuando por fin localizaba a la persona adecuada y le telefoneaba, sucedía a menudo que no lograba explicarme las cosas al nivel de comprensión de un niño, que era lo que yo necesitaba en ese momento. Peor aún, había ocasiones en las que parecía que estuviéramos hablando idiomas distintos. Con frecuencia, tenía que acudir a dos, tres o cuatro personas antes de hallar a alguien que pudiera contestar a todas mis preguntas. Y, en algún caso incluso, no pude dar con nadie que fuera capaz de hacerlo. Me vi obligado entonces a confeccionar una explicación a partir de retazos de cosas dichas por personas a las que había acudido y de cosas que yo había leído.

Pero Neil tenía razón. Este era el libro que yo debía escribir. Me obligó a hacer un esfuerzo que me sacó de mi zona de confort y que terminó siendo una experiencia tan estimulante como alegre. Me encantó aprender tanto de tantas cosas diferentes sobre las que no sabía nada. Y empecé a apreciar lo maravilloso que es el mundo en que vivimos: mucho más increíble que nada que hayamos podido inventar. Por el camino, aprendí muchas cosas sorprendentes, como que…

• para entender los términos de una obligación de deuda garantizada CDO al cuadrado (uno de los productos de inversión tóxicos que hundió la economía mundial en 2008) habría que leer mil millones de páginas de documentación;

• el moho mucilaginoso tiene trece sexos distintos (¡y pensábamos que éramos nosotros los que teníamos problemas para iniciar y mantener una relación estable!);

• todos los miembros de la raza humana juntos cabrían en el volumen de un terrón de azúcar;

• somos un tercio seta: es decir, compartimos un tercio de nuestro ADN con los hongos;

• envejecemos más despacio en la planta baja de un edificio que en el ático;

• la ventaja crucial de los seres humanos con respecto a los neandertales era… que sabían coser;

• IBM predijo en una ocasión que el mercado mundial de ordenadores no pasaría nunca de… cinco;

• cada día, el cuerpo de cada uno de nosotros fabrica unos 300.000 millones de células: más que estrellas hay en nuestra galaxia (no me extraña que nunca le pille el tranquillo a nada);

• aunque cueste creerlo, el universo podría no ser más que un gigantesco holograma. Ustedes y yo podríamos ser un holograma.

Si tienen ustedes la sensación de que, en esta sociedad nuestra sobrecargada de información, todo ha ido pasando por su lado a gran velocidad, dejándoles a lo sumo la leve impresión de un tenue recuerdo borroso, mi libro tal vez sirva para devolverlos rápidamente y sin esfuerzo a la velocidad a la que funciona el mundo del siglo XXI. Este es, después de todo, mi particular intento unipersonal de entenderlo todo. Aunque, hablando con propiedad, debería decir que se trata más bien del primer tomo de mi intento unipersonal de entenderlo todo.

MARCUS CHOWN

Londres, marzo de 2013

El universo en tu bolsillo

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