Читать книгу Torre Espacio - Margarita Benedicto - Страница 7

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Su padre se lo había contado. Lo de David era por David y Goliat. Lo está pensando ahora, justo ahora que tiene que enfrentarse con el armario. Si va demasiado trajeado puede emitir una señal de inseguridad. Si en el hogar impera la reverencia hacia lo antiguo, cualquier informalidad puede interpretarse como una falta de gusto. La cuerda floja es hoy mucho más estrecha y oscilante que nunca, ahora, en el momento en que al otro lado se ve ya tierra firme.

Le viene a la mente, como una iluminación, la teoría del justo medio. Tenía que ser precisamente Aristóteles el que le sacara del apuro. Es una señal de lo alto y ya no duda. Elige una chaqueta azul muy sobria pero excelentemente cortada, unos chinos gris perla y una camisa de Ralph Lauren de rayita muy fina. Nada de corbata. Náuticos de toda la vida para indicar que se pisa fuerte y que, cuando conviene, sabe uno saltarse los convencionalismos. Se contempla en la luna de Ikea y ella le devuelve un aplauso. ¡Bravo! Se ha dicho a sí mismo más de cien veces que hay que ser natural, distendido, como si estas cosas le hubieran ocurrido más de una vez. Pero tampoco arrogante. Ha pasado el tiempo en que la empresa se dirigía con mano de hierro. Ahora impera el soft power que solo se vuelve hard cuando no queda más remedio. La Aproximación Humanista lo dice todo: un programa de felicidad del trabajador que coincide punto por punto con los intereses de la empresa.

Joserra le espera en la escuela. Van en su coche. Por el camino le cuenta que Francisco Javier, el presidente, está casado con una alemana y que tiene cinco hijos. Se ven con frecuencia, porque tienen intereses comunes y es un gran donante de la congregación. Es un hombre muy piadoso. Un gran amante del arte. En calidad de mecenas artístico y experto, le asesoró en la decoración de la basílica que la orden tiene en el norte.

—Durante esos viajes juntos y esas estancias, he podido calibrar todos los tesoros de ese gran espíritu. Puedo decirte que la basílica de san Justo es actualmente el mejor museo de arte religioso contemporáneo de Europa. Nada de fruslerías, de cursiladas devotas. Obras maestras en vitrales, pintura, escultura, vídeo.

David no entiende cómo puede colgarse un vídeo en una iglesia. Sonríe y asiente, pero su aplomo se va escurriendo por el sumidero a medida que avanza la conversación y se va dando cuenta de su abismal ignorancia. Ha estudiado mucho. Ha entregado su juventud a la tarea de triunfar donde no triunfan los chicos de su barrio. Pero el desierto cultural de las viviendas de protección oficial es demasiado grande.

Es un alivio descubrir que el coche se detiene en la barrera que impide la entrada a la urbanización. Hay un guardia de seguridad que pregunta y hace una llamada. La barrera se alza.

Los árboles frondosos, radiantes por la avanzada primavera, le devuelven algo la autoestima. Es joven, es guapo —lo comprueba con disimulo en el retrovisor—. La naturaleza se impone al arte, que no es más que el refugio decadente de los vejestorios.

El coche vuelve a detenerse ante una verja negra. No se ve nada detrás del imponente seto de aligustre. Las cámaras de seguridad se mueven como insectos en lo alto y, misteriosamente, la verja se abre para ellos.

El coche avanza por el amplio camino de grava flanqueado por altos cipreses. Al fondo, una vivienda moderna, extendida, de una sola planta, con enormes cristaleras que se abren a las terrazas y al jardín. El presidente está de pie ante la puerta, en mangas de camisa. Alto, bronceado, con el pelo blanco perfectamente cortado.

—¡Buenos días, Joserra! ¡Buenos días, David! Espero que hayáis dado con esto a la primera. A veces resulta un poco lioso.

—Para eso está el GPS que, aunque no siempre, en ocasiones funciona. Ya te has imaginado que este es David. David, Francisco Javier de Olea.

Están más o menos a la misma altura, un metro noventa, mientras Joserra se queda allá abajo. Pero Joserra es el rey del mambo. Se mueve de un lado para otro, dando la impresión de que lo tiene todo bajo control.

—Joserra me ha hablado muy bien de ti. Dice que eres el mejor alumno que ha tenido en mucho tiempo.

—No solo bueno por el talento, sino ante y sobre todo por la voluntad. Eso es lo que hay que apreciar más que nada en un joven. Ahora que estamos rodeados de indolencia por todas partes.

—Ganas no me faltan, eso es cierto. Es lo que he visto siempre en casa. Iniciativa. El trabajo bien hecho.

—¿Tienes hermanos, David?

—No, señor, ¡qué va! Soy hijo único.

—Pues vas a conocer a mis hijos. Y espero que hagáis buenas migas. Bueno, hoy no están todos, solo los pequeños. Pasad, pasad. David, espero que hagas honor a mi casa y te des un baño en nuestra piscina climatizada, antes de que sirvamos el aperitivo.

David tiene la sensación de que, si se desnuda, dejará al descubierto todas sus flaquezas. Le parece que eso de la piscina es un test por el que don Javier hace pasar a todos sus invitados.

—No sabía… No he traído traje de baño.

—Enrique te deja uno. ¡Enrique! ¡Amalia! Salid a recibir a nuestro invitado.

De distintas esquinas de la casa, llegan al salón dos criaturas muy diferentes. Enrique es cuadrado, fuerte, moreno. No se parece a su padre. Amalia le recuerda a un vilano. Frágil, descolorida, los ojos grises casi sin pestañas.

—Os presento a David, el mejor alumno de Joserra. Le estoy tendiendo una trampa para que se decida a trabajar con nosotros.

—Ni se te ocurra, David —saluda Enrique—. Es una compañía que no hace más que achicar agua.

—Amalia es mi ahijada —apunta Joserra—. ¡Ven a darle un beso a tu padrino!

Amalia es una libélula transparente. Al saludarle, le ha mirado a los ojos con una sencillez que le incomoda.

—Y ahora, chicos, id a tomar un baño mientras Joserra y yo hablamos de nuestras cosas. David, quizá te sorprenda que trate con esa familiaridad a mis invitados, pero es que, para mí, los alumnos de la escuela son como hijos. Estudié allí y a ella le debo todo lo que soy. Mis mejores empleados han salido también de sus filas. Y luego está Joserra.

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