Читать книгу Torre Espacio - Margarita Benedicto - Страница 9

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Aquella primera conversación fue de tanteo. David no se fía. A pesar de su amabilidad y su aparente sencillez, el otro le estaba escrutando. Es lo que dan las tablas. Que no se note. Pero cada pregunta y cada mirada pugnaban por desnudarlo como lo había hecho antes en la piscina. Una declaración de intenciones. Una metáfora. Cuanto más acogedor y distendido el ambiente, más corrosivo el ácido que deja el hueso al descubierto. Pensaba que se había defendido bien. No había soltado prenda. La imagen metálica y lustrosa de un hombre enérgico y aplicado, sin recovecos. Profesionalidad y nada más.

Dos semanas más tarde, le ha citado en las oficinas del vigésimo piso. Torre Espacio. Todas las plantas del edificio pertenecen a la compañía. El curso ya ha acabado y ha obtenido la calificación más alta. El sábado siguiente tendrá lugar la entrega de premios y de diplomas. Joserra le ha vuelto a insinuar que espera mucho de él y lo que espera es tan claro como el mediodía: que extienda la influencia de la congregación y sus métodos por todo Torre Espacio y a través de ella, como un faro, hasta los confines del orbe. Así entiende él la evangelización.

Hace calor. Esta vez ha elegido vestirse totalmente de sport, porque parece que es eso lo que se espera de él. Coge un taxi. Al descender, se da cuenta de que nunca antes había estado allí. Las cuatro torres. Se dirige hacia la última, la más esbelta, que vista de frente parece una aguja infinita de acero y de cristal, pero que tiene en el lateral una aleta de tiburón que provoca la ambigüedad. ¿Una criatura celestial o del abismo?

No le importa. Esa va a ser su casa. Tras seis años de convivencia con los curas, no cree ni más ni menos en el cielo. Temas ociosos de sobremesa para el que haya decidido perder el tiempo.

El vestíbulo es inmenso, transparente. Si avanza hacia el centro y dirige la vista hacia arriba, el embudo de cristal parece chuparle hacia lo alto, hacerle perder pie en un abismo inverso. Hay ascensores a los lados. La planta vigésima.

Francisco Javier tiene un despacho despejado, casi vacío, con una enorme cristalera a través de la cual se ve solo el azul. El vértigo. Una segunda enseñanza del maestro zen, que le recuerda que él es insignificante. Encaja el golpe.

—Buenos días, David. Tienes un aspecto magnífico. Espero que hayas tenido tiempo de descansar unos días. Joserra me ha invitado a la entrega de diplomas y allí estaré, encantado de alegrarme y celebrar tu triunfo.

—Bueno, no es para tanto. Todos los años acaban el ciclo alumnos excelentes.

—No hay modestia que valga. Por lo que estuvimos hablando el otro día, tú tienes ya muy avanzado un trabajo sobre la aplicación a una empresa como la nuestra de la Aproximación Humanista. De eso tenemos que seguir tratando.

David se da cuenta de que hay un doble lenguaje. ¿Eso cómo se come? Las palabras del jefe son amables, cercanas, prontas a aumentar su autoestima y a hacerle sentir alguien valorado e importante. El despacho, en cambio, con su descarada representación del infinito, lo convierte en un pigmeo. Se pone en guardia.

—Aquí le he traído un programa que muestra las distintas intervenciones que pueden aplicarse en una empresa: aplicaciones docentes para el personal subalterno, aplicaciones para ejecutivos y cargos intermedios, aplicaciones terapéuticas para enfermos de estrés, desmotivación, burning out

—Ven, ven, siéntate a mi lado y deja de llamarme de usted. Me parece que hace nada era como tú, un muchacho ambicioso y lleno de ideas. Yo no he estado siempre en esto, ¿sabes? Mi padre era funcionario y mi madre ama de casa. Si no llega a ser por los curas, mi carrera habría sido mediocre y no habría conocido a Herta. Tienes que venir otro día a casa para que te la presente.

David acerca una silla y coloca el portátil sobre la mesa del presidente. Abre el programa y empieza a desplegar diagramas con los distintos cursos, terapias, necesidades de personal… Se da cuenta de que Javier no le sigue. Quizá sea lo normal. Quizá ha sido un ingenuo al pensar que todo un presidente podía interesarse por las minucias de una subsección de un departamento más de su compañía. Entonces ¿qué hace allí?

—Todo esto está muy bien, David. Me parece que lo tienes todo muy bien pensado. Pero, los detalles, tendrás que contárselos al jefe de recursos humanos. La semana que viene te concertaré una cita con él y os ponéis a trabajar. Ahora querría invitarte a casa a comer el próximo domingo. Estarán mi mujer y el resto de la familia. Así los conoces a todos.

—Muchas gracias, Javier. No me merezco tanto.

—Eso no es nada. Me gusta la gente, David. Me gustan los jóvenes. Hay que conocer y entender a los jóvenes para diseñar el futuro. De todas formas, nos vemos también el sábado, celebrando tus diplomas.

Al salir, David ha evitado mirar el azul. Se marcha erguido, con paso firme y gestos enérgicos. Pero, por dentro, está lleno de confusión. Javier parece decidido a tratarle como a un amigo, como a un hijo. Pero Torre Espacio es un ámbito frío, donde las puertas se abren y se cierran sin ruido y las personas no parecen trabajar ni vivir, sino transitar en el vacío.

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