Читать книгу El Zodiaco - Margarita Norambuena Valdivia - Страница 11

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TAURO

— Ok… creo que Vetu tiene la curiosa habilidad de desquiciar a nuestros queridos y siempre sensatos líderes. —razonó Géminis.

Yo alcé una ceja permitiéndome dudarlo, Leo hacía un berrinche digno de un niño pequeño. Esperaba que Géminis no se estuviera refiriendo a Leo como uno de esos sensatos líderes, ni a Aries tampoco. El único que podría ser un líder sensato sería Capricornio; nadie pondría en duda su autoridad, aunque siempre ha mantenido un perfil bajo, así que supongo que le falta personalidad para llenar el puesto de líder.

— ¿Quién es sensato? —Capricornio observó asombrado a Géminis. Yo sonreí e iba a responderle que nadie, pero me arrepentí y me incliné apenas sobre su hombro para susurrarle al oído.

— Vetu. —él volteó a verme y yo aproveché de guiñarle un ojo.

— ¿Qué hacemos? —preguntó Libra.

— ¡Yo voto por ir por nuestras armas y balear la puerta! —Leo se puso de pie ansioso por ejecutar su plan.

— Anda hombre, ¿por qué tan mala actitud? —Cáncer frunció el entrecejo como si no comprendiera la actitud violenta de Leo.

— ¿Yo soy el de la mala actitud? ¿En serio? —Leo sonaba ofendido y se dejó caer de mala gana en la silla— ¿Y tú tienes la desfachatez de decírmelo? ¿Es necesario que te recuerde lo que has hecho hace un par de horas en aquella bodega? —insistió cruzándose de brazos.

— No sé de qué me hablas. —Cáncer prefirió fingir demencia y volvió a dirigir total atención a su desayuno.

— Oh… de acuerdo, yo iré a ver quién es Vetu. —Piscis se fue en dirección a la puerta principal caminando con alegría.

— ¿Deberíamos detenerla? —yo desvié mi mirada hacia Leo, entonces me di cuenta de que parecía tener una conversación privada con Aries. Tan privada como el hecho de estar sentados en extremos opuestos de la mesa se los permitía.

— Nah… ¿quién sabe? En una de esas nos sorprende y le entierra un cuchillo. —Aries sonaba tranquila, pero sonreía como si de verdad esperara que Piscis acuchillara a Vetu.

Yo volví la mirada hacia Piscis mientras me rascaba la barbilla, comenzaba a cuestionarme seriamente la identidad de ese tal Vetu.

— Iré a ver cómo sigue Virgo. No hagan mucho ruido. —nos advirtió Capricornio.

— Sí, Capri. —respondí observándolo con interés.

— ¿Puedo ir contigo? —Cáncer se había puesto de pie nada más escuchar el nombre de su hermano.

Lo observé un instante antes de posar mi mirada de nuevo en Capricornio, para ver su reacción. Yo también quería visitar a Virgo, pero Capricornio había cerrado el horario de visitas y no había forma de pasar por encima de él. Tendríamos que esperar hasta la tarde, y eso si Capricornio decidía que podíamos.

Me sorprendió bastante cuando Capricornio terminó aceptando la petición de Cáncer y juntos se encaminaron al dormitorio de Virgo. Supongo que ser hermano del pequeño peliblanco tenía sus privilegios.

Me quedé mirando el camino a los dormitorios hasta que los perdí de vista y cuando volví a observar el comedor me di cuenta de que aún quedaban tostadas en uno de los platos y nadie parecía interesado en comérselas. Las habría tomado si no hubiera sido porque en ese momento me percaté de que todos parecían observar con el ceño fruncido en dirección a la puerta.

Suponiendo que lo más probable era que Piscis hubiera vuelto a tener algún descuido, miré en su dirección y entrecerré los ojos al notar quién la acompañaba.

Atravesando la entrada junto a Piscis se encontraba un hombre alto, cabello castaño oscuro, traje azul, zapatos negros, muy elegantes por cierto, y que estaba seguro de que se trataba de Alpha Leo. No sé cómo, pero sabía que se trataba de él, no podía ser otro. Me encontraba a unos seis o siete metros de distancia, pero reconocería ese rostro donde fuera.

Recuerdo con claridad nuestro primer encuentro hace once años. En aquel tiempo Alpha me doblaba la edad y era casi treinta centímetros más alto que yo, a pesar de que yo era bastante alto para un niño de siete años.

Por aquellos días, el Zodiaco me era totalmente desconocido, lo único que tenía claro era que debía encontrar algo para comer durante el día y un sitio donde dormir al caer la noche. Por lo demás, rumores de un grupo de niños vándalos que vagaban por las calles me parecían tan cotidianos e insignificantes que jamás me detuve a prestarles atención. No hasta que me crucé de frente con ellos.

Era temprano por la mañana de un soleado día de julio y el aroma a pan recién horneado me atrajo hasta una panadería casi al final de la calle Minskaya, a dos cuadras de la avenida Vitebskoye.

La vida en la ciudad recién comenzaba a despertar y los locales abrían sus puertas preparándose para la llegada de sus clientes.

Llegué frente al escaparate de la panadería y a través del cristal aprecié las delicias que una joven dama comenzaba a acomodar en las vitrinas. Estaba tan ensimismado babeando por aquellos pasteles que no me di cuenta del momento en que el dueño salió del local escoba en mano.

— ¡Fuera de aquí, pulgoso! —escuché justo antes de que me golpeara un par de veces con la escoba. Yo me cubrí lo mejor que pude mientras sentía el fuego de la impotencia quemarme por dentro. Algún día me vengaría.

— ¡Patada voladora! —oí de pronto, segundos antes de que una mata de cabello castaño oscuro volador estampara su pie derecho en la cara del regordete dueño del local.

El hombre, a quien el ataque encontró totalmente desprevenido, perdió el equilibro y se fue de espaldas, pero logró evitar la caída solo por segundos antes de que tres muchachos salieran de la nada y lo taclearan para terminar de tumbarlo. En seguida los cuatro chiquillos se sentaron a horcajadas sobre el panadero para inmovilizarlo.

— ¡Ahora! ¡Ahora! —el muchacho de la patada voladora incitó con su mano a que ingresaran al local.

Desconcertado, observé hacia el lugar al que hacía señas y me di cuenta de que de un callejón oscuro frente al local salía una banda de niños pequeños a toda velocidad, ingresaban a la panadería y regresaban corriendo cargando su botín: un montón de dulces, panes y tortas, todo lo que sus pequeñas manos podían cargar.

— Gracias por la comida, viejo. —rio el chico de la patada voladora, entonces entrelazó sus manos y golpeó con fuerza la cabeza del pastelero, aturdiéndolo el tiempo suficiente como para que él y sus tres colegas huyeran de escena.

Asombrado, pero sobre todo intrigado me apresuré a darle alcance al grupo de ladronzuelos. Después de un par de calles corriendo tras ellos creí que les había perdido el rastro, hasta que al llegar al final de la calle Smith III logré distinguir que uno de los chicos que había tacleado al panadero se preparaba para bajar por la quebrada.

— ¡Oye! —corrí lo más rápido que pude, intentando alcanzarlo.

Logré agarrarlo del brazo y el cruzó miradas conmigo justo en el momento en que le hice perder el equilibrio y comenzamos a rodar barranco abajo.

Cuando sentí los primeros golpes con los arbustos y piedras lo único que atiné a hacer fue protegerme la cabeza, cerrar los ojos y morderme los labios conteniendo el dolor. Creí que sería mi muerte, pero de pronto sentí que algo tiró de mí y al instante siguiente algo blando me rodeaba.

Abrí los ojos y me encontré con un par de ojos violeta que me miraban con cariño, como si me conocieran de toda la vida y hubieran estado esperando por mi regreso. Observé al adolescente siete años mayor sin comprender qué sucedía, él cubrió con una mano mi cabeza y con la otra me sujetó con fuerza del tórax para impedir que me cayera, resbalando sobre su espalda lo que quedaba de quebrada.

— ¿Estás bien? —preguntó una vez el suelo frenó nuestra caída.

Yo no podía quitarle la mirada de encima, pero atiné a contestar con un torpe movimiento de cabeza y en cuanto me liberó me separé de él.

— Debes tener más cuidado, podrías lastimarte seriamente si caes por ahí. —él se enderezó y se acercó revisándome sin pedir permiso ni avisar, yo arrugué la nariz cuando me tocó el hombro derecho y él frunció el entrecejo. —Ven conmigo.

Me tomó de la mano y prácticamente me arrastró a través de un húmedo bosque. Yo estaba tan aturdido, que ni siquiera podía pensar en que estaba siendo secuestrado.

Cuando creí que nos habíamos perdido llegamos ante una enorme casa de un piso que la naturaleza comenzaba a reclamar como propia. El joven se detuvo un momento ante la puerta principal y antes de entrar se giró hacia mí y me pidió que guardara silencio.

— Será nuestro secreto, ¿de acuerdo? —yo parpadeé sin comprender lo que me pedía, ¿secreto de qué?

El flacucho de cabello negro abrió la puerta revelando un bullicioso salón lleno de niños pequeños corriendo y jugueteando, todos con las manos y boca aún pegajosas de restos del botín que acababan de conseguir.

Mi secuestrador y yo nos movimos a hurtadillas pegados al muro, tratando de pasar inadvertidos.

— ¡Kaytoko! —una niña que tendría cuando mucho tres años nos señaló en cuanto nos divisó cerca de la entrada.

Tras el grito de la niña todos los presentes dejaron sus juegos de lado para posar las miradas en nosotros, tardaron dos segundos en correr en nuestra dirección y rodearnos antes de que pudiéramos decir pío.

— Es Capricornio, Virgo. —mi secuestrador corrigió a la pequeña delatora al tiempo que la tomaba en brazos.

— Ahí estabas, tortuga. —casi gritó una voz a mi costado, yo lo reconocí como el chico de la patada voladora, él se acercó y sujetó a mi secuestrador en un desprevenido abrazo por el cuello, ahorcándolo sin dañar.

— Alpha, me ahorcas… —se quejó tratando de soltarse, pero dejó de forcejear al notar que el chico había aflojado su agarre y había posado su mirada en mí.

— Oye, Kaytoko… —el chico dejó en libertad a mi secuestrador y frunció el entrecejo sin quitarme la mirada de encima. Kaytoko, Capricornio o como sea que se llamara mi secuestrador, dejó a la pequeña en el suelo e inhaló una gran cantidad de aire, me dio la impresión de que hacía alguna clase de mantra mental para mantener la calma.

— No le des cuerda a Virgo, llámame por mi nombre Alpha, soy Capricornio. —le pidió.

— Mh… —fue toda la respuesta del tal Alpha, quien no me quitaba los ojos de encima—¿Qué es eso? —preguntó señalándome. Alpha me observaba como si fuera un pedazo de muro que acababa de desprenderse y caer.

— No seas idiota. —le reclamó Capricornio dándole un manotazo y pasando por su lado para poder acercarse nuevamente a mí— Es un niño, nos siguió hasta aquí. —Alpha frunció el ceño dedicándome una mirada apática y algo desdeñosa. —Acuario, ve por el botiquín.

— A la orden, Capri. —respondió otro de los chicos que había visto taclear al panadero, era un chico rubio que media cerca de diez centímetros más que yo.

Lo observé asombrado, por alguna razón se veía muy feliz, tenía una amplia sonrisa que iba de oreja a oreja y se cuadró realizando un saludo marcial frente a Capricornio, se dio la vuelta y salió corriendo.

Solo cuando Acuario regresó con lo encomendado y Capricornio se disponía a revisar mi hombro, Alpha reaccionó. Se abalanzó nuevamente sobre Capricornio ahorcándolo mientras lo separaba de mi lado, observándome como si yo fuese la cobra más venenosa del mundo y él un perro que debía enseñar sus dientes para evitar que me acercara.

— Mío. —gruñó mientras me fulminaba con la mirada. Yo le contesté alzando una ceja desconcertado— Mi hermano. —repitió. Capricornio sujetó el brazo que le rodeaba el cuello haciendo girar los ojos, parecía hastiado.

— Mi emano. —se sumó la pequeña de tres años, creo que la habían llamado Virgo. Ella sujetó a Capricornio de una pierna y me mostró la lengua, molesta. Capricornio puso los ojos en blanco.

— Se dice hermano, Virgo. —corrigió Capricornio.

— Quítate, enana, es mío, yo lo tenía de antes que tú nacieras. —le reclamó Alpha, empujando a Virgo con su pie, tratando de despegarla de la pierna de Capricornio. Yo los observé impresionado, Alpha fácilmente superaba a la niña en diez u once años, pero continuamente se metía con ella.

— Alpha, no molestes a Virgo. —le pidió Capricornio, y por su tono de voz me dio la impresión de que no era la primera vez que lo decía.

— Sí, enano. —le advirtió Virgo, enseñándole la lengua esta vez a Alpha.

— ¿Cómo que enano? Petisa desvergonzada. —protestó Alpha, entonces la niña mordió la pierna con la que el chico trataba de separarla de Capricornio— ¡Ah! La bestia me mordió. ¡Capricornio! —gritó mientras se separaba de Capricornio para saltar sujetándose la pierna mordida. Virgo reía victoriosa.

Capricornio observó un instante a Alpha que saltaba en un pie y luego a la niña que reía aún sujeta a su pierna. Se puso serio, como si tuviera intenciones de regañarla, pero cuando su mirada se cruzó con la sonriente pequeña se vio forzado a cubrir su boca para evitar soltar la carcajada que se le escapaba.

— No lo vuelvas a morder, ¿vale? —le pidió sonriendo, Virgo suspiró, pero terminó aceptando con un movimiento de cabeza.

— ¡Venganza mortal! —gritó de pronto Alpha saltando sobre la pequeña para aplastarla en el suelo mientras la torturaba a cosquillas.

— Para qué me molesto… —Capricornio se masajeó la frente antes de sujetar a Alpha del cuello de la camiseta y tirarlo hacia atrás con tal fuerza que logró separarlo de la niña.

— Táque aélo. —pidió Virgo jalando de las ropas de Capricornio, quien, suspirando, se inclinó, la sujetó por debajo de las axilas y la lanzó sobre Alpha que se estaba poniendo de pie.

— Ataque aéreo. —gritó sin nada de entusiasmo mientras lanzaba a la pequeña, quien voló por el aire gritando de alegría hasta aterrizar encima de Alpha.

— ¡Ah, es un ataque a traición! —dramatizó Alpha— ¡Ah! ¡Me está mordiendo! —gritó esta vez en serio, tratando de quitarse a la pequeña de encima.

— ¡Somos atacados! ¡Somos atacados! ¡Asuman posición de defensa! ¡Es un botín! —chilló Acuario mientras extendía sus brazos y corría en círculos por todos lados haciendo sonidos de avión y disparos con su boca.

— Se dice motín. —corrigió Capricornio, pero dejó de prestarles atención al ver que todos se habían sumado a la batalla entre Alpha y Virgo. Yo los observé parpadeando. Estaba impresionado, en un segundo todo se había vuelto un caos, gritos y niños corriendo por todas partes.

— Bueno, ya está. —anunció de pronto Capricornio separándose de mi lado y contemplando su obra, ni cuenta me di de cuándo había tratado mi hombro lastimado, pero contemplé la venda asombrado mientras volvía a acomodar mis ropas.

— Gracias.

— ¿Tienes hambre, quieres comer algo? —me preguntó sonriente, obviando de modo magistral el alboroto a su alrededor, como si el grupo de chicos revoltosos no existiera.

Respondí con un movimiento afirmativo de cabeza mientras observaba asombrado cómo la rudeza de la pelea escalaba vertiginosamente.

— Déjalos, —me dijo al seguir mi mirada, —los más pequeños terminarán llorando en un par de minutos y entonces los grandotes tendrán que ingeniárselas para calmarlos. —yo le respondí con un asentimiento de cabeza. —Ten, come todo lo que quieras. —me ofreció mientras me acercaba una cesta llena de panes.

— Gracias. —respondí maravillado, llevándome cuanto pude a la boca, justo en ese momento, un fuerte estruendo inundó la habitación.

— ¡Ah! ¡Alpha me pateó! —chilló un pequeño pelirrojo, mostrando el lado derecho del rostro contusionado y completamente rojo. Alpha se había arrodillado cerca del niño e intentaba consolarlo mientras se disculpaba.

— Te dije. —yo volteé para poder observar a Capricornio, su tono era monótono. A pesar de todo, no pareció tener intenciones de moverse o ayudar con el pequeño lastimado, se limitó a observar la escena apoyando el rostro sobre su puño.

Entonces Acuario llegó corriendo con el niño en brazos, casi lanzándolo a los brazos de Capricornio, quien se encaminó a una pequeña nevera, sacó una bolsa de hielo y la envolvió en una tela que estaba tirada por allí, acto seguido la golpeó contra el borde de un mesón moliendo el hielo y la acercó a la mejilla del niño, sin bajarlo de su regazo, y fue a sentarse nuevamente junto a mí.

— Leo, en serio lo siento mucho, no era mi intención. —se acercó Alpha pidiendo disculpas, el pequeño pelirrojo sollozaba adolorido en brazos de su guardián, quien se aseguraba de mantener el hielo en la posición adecuada.

— Idota. —le gruñó en respuesta Leo, lanzando una patada en dirección a Alpha.

— Se dice idiota, Leo. —le sopló de modo cómplice Acuario.

El Zodiaco

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