Читать книгу El Zodiaco - Margarita Norambuena Valdivia - Страница 7

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PREFACIO

El reloj marcaba las cuatro con cuatro de la madrugada cuando el vehículo comenzó a desplazarse sobre la gravilla del callejón que se formaba entre la parte de atrás del teatro principal y el muro trasero de una serie de cafés y restaurantes.

El auto se detuvo al llegar a una bodega ubicada casi a la mitad del callejón. El motor aún ronroneando, perturbaba con un sonido casi gutural el silencio de la noche. Los focos delanteros alumbraron la entrada de la pieza de metal, imponiéndose sobre la escasa iluminación procedente de la gran avenida a un par de metros, y del alba que comenzaba a pelearse por emerger en el horizonte.

El reloj marcó las cuatro con siete cuando la puerta trasera derecha se abrió rompiendo la monotonía de la escena. Un par de mocasines dudó una fracción de segundo al enfrentarse a la gravilla de la superficie, pero al final descendió con convicción, dando paso a un varón.

El hombre se enderezó revelando su gran altura y se ajustó los guantes blancos antes de comenzar a caminar hacia la entrada de la bodega. Sus pisadas, firmes y amplias, resonaban con un crujido que parecía trizar cada una de las pequeñas piedras bajo sus pies.

Cuando llegó a la entrada principal tomó su bastón y lo empleó para empujar la puerta solo lo justo y necesario para lograr su cometido: la puerta se abrió con un movimiento perezoso, venciendo a penas la inercia.

Se quedó un momento contemplando el umbral antes de usar nuevamente el bastó como una extensión de su mano para encender el interruptor. La iluminación produjo tal contraste de luces, que el dueño del bastón se vio forzado a pestañear un par de veces antes de identificar el vacío interior.

El hombre entrecerró los ojos mientras observaba a su alrededor y acariciaba la pieza de ámbar transparente que coronaba su bastón, desviando la mirada de vez en cuando a la viuda negra vitrificada en el centro de la gema.

Antes de que pudiera proceder de alguna forma, su intromisión alertó a quienes se encontraban en la sala contigua.

— Oh!, señor, es usted. —comentó quien salió a su encuentro. Un hombre vestido con la indumentaria de la guardia oficial de lord Leiton. —No creí que se molestaría en venir, Sir Bertholy, no era necesario. —aseguró, inclinando unos veinte grados su tronco hacia abajo, brazos y manos pegadas a sus costados, cuerpo rígido.

El recién llegado observó al oficial de pies a cabeza y compuso una sutil mueca de desagrado que provocó que su interlocutor tragara con dificultad antes enderezarse.

— Yo… yo… yo… —comenzó a tartamudear el oficial al servicio de lord Leiton, sin tener del todo claro qué había hecho mal como para recibir esa reacción del hombre frente a él.

— ¿Dónde están? —preguntó ignorando el tartamudeo del oficial; su voz era grave y potente, revestida con una autoridad que cosquilleaba de modo bastante desagradable en la nuca, como si una ráfaga helada de pronto subiera por la espalda hasta revolotear en la base de la cabeza.

— Por aquí. —le contestó mientras se hacía a un lado y le cedía el paso hacia el interior de la siguiente habitación.

Nada más ingresar y contemplar la escena cubrió su boca y nariz con el envés de su mano izquierda. No parecía especialmente afectado por la situación, ni siquiera por lo grotesco de la vista, salvo quizás por el hedor que despedía.

Era una estancia de tres por tres metros, con una silla de madera ubicada justo al centro. En cada una de las patas delanteras se encontraban apoyados dos cadáveres de hombres que bordeaban los treinta años.

El cadáver del lado derecho estaba decapitado, su cabeza se encontraba sobre la silla y le faltaban ambos ojos; al otro cuerpo le faltaba todo el brazo derecho y además del evidente disparo de gran calibre en la cabeza, había recibido otro que le había destrozada el pie. Una gran cantidad de sangre seca teñía el asiento de la silla, sus patas y gran parte del suelo del lugar.

— ¿Por qué apesta tanto? Creí que apenas llevaban unas horas así. —Bertholy arrugó la nariz y observó alrededor sin quitar la mano del rostro.

El oficial que lo había guiado hasta allí lo observó un momento sin estar seguro de si era una pregunta que debía o no ser contestada. Por suerte no tuvo que escoger, el único otro ocupante del lugar salió a su rescate.

— Oh, la peste es cosa mía. —contestó un joven de unos veinte y pocos, de piel color café con leche y cabello rubio peinado como mohicano.

— ¿Qué haces vestido así, Sekani? —preguntó con desdén Bertholy al contemplar al joven.

Sekani recordó que se había puesto la casaca del uniforme de gala de la guardia de lord Leiton media hora atrás para evitar manchar sus ropas.

— Oh… es una prenda que encontré en los pasillos subterráneos. —comentó sin mucho interés mientras señalaba sin cuidado a la trampilla en el suelo a un par de metros.

— Te ves ridículo. —espetó Bertholy con desprecio.

— Sí, sí. No sabía que vendrías, jefe, me la quitaré al rato. —comentó despreocupado mientras centraba su atención en las manchas de sangre seca sobre la chaqueta verde. Frotó un par de manchas con los dedos cubiertos por guantes de látex, pero al comprobar que no era una labor de utilidad, decidió hacer un sencillo estiramiento con sus manos por sobre su cabeza, apuntando a llegar lo más alto posible.

— ¿Qué es lo que tenemos? —preguntó Bertholy, volviendo a arrugar su nariz y observando a su alrededor. No muy lejos de la silla central se apreciaba un montículo de carne, huesos y restos de ropa que parecían haber pasado por una trituradora industrial.

— No hemos encontrado el cadáver de tu primo, pero me parece que ese montón de carne desfigurada y podrida dará positivo a las pruebas. —reveló Sekani, moviendo con intensidad la cabeza de lado a lado, llevando la oreja hasta el hombro, terminando con su sesión de estiramientos. Bertholy le lanzó una mirada cargada de odio, pero se abstuvo de pronunciar palabras. —Hey, a mí no me mates, yo solo hago las pruebas. —se defendió alzando las manos en señal de paz— Agradece que estoy aquí.

— Tienes tanta sensibilidad como una pulga, Sekani. Y una boca tan deslenguada que me pregunto por qué aún no he mandado a cortarte la lengua. —se aproximó un momento a la silla ubicada al centro del salón y dedicó unos segundos a observar los cadáveres para luego posar la mirada en el muro tras ellos.

Ahí, pintado con sangre seca, estaba una gran letra zeta con un círculo al centro y una línea vertical desde el punto superior donde el círculo cortaba a la diagonal de la zeta hasta el punto inferior del círculo. Un símbolo que permitía escribir la palabra ZODIACO empleando la zeta como primera letra, el círculo como O, la zona limitada por el extremo derecho del círculo y la línea vertical para la D, la línea vertical para la I, la figura formada por la diagonal de la zeta y la línea vertical para la A y el arco de círculo a la izquierda de la línea vertical para la C.

Además, a un costado del símbolo, estaba escrita en la pared la frase: “Si te metes con uno, te metes con todos”.

Pietro Bertholy frunció el ceño mientras intentaba juzgar la autenticidad del símbolo y el grito de guerra adscrito. No terminaba de encontrarle sentido a la intervención del Zodiaco en este asunto y comenzaba a sospechar que podría tratarse de una falsificación, aunque todo el cuadro se veía muy real: el exceso de violencia, la puesta en escena, el símbolo, la frase…

— Síp, el Zodiaco. Al principio creí que era curioso, ya sabes, ¿qué tendría que ver el Zodiaco en todo esto? El plan era absurdamente simple: “volar el teatro”, fin del tema, sin ambigüedades, sin complicaciones. —Sekani interrumpió el silencio al ver que su jefe se entretenía revisando el símbolo y el mensaje, pero a cambio recibió una mirada severa de parte de su superior. —Pero no… tenían que meter la pata… Luego de un poco de investigación me topé con esto circulando en la red. Estaba visible hasta hace un par de horas, pero alguien se ha encargado de eliminarlo. ¡Fue asombroso!, aún estoy tratando de recuperar el código fuente, pero fue un trabajo muy limpio, casi profesional, de hecho, no me extrañaría descubrir que ha sido el mismo Zodiaco quien se ha encargado de borrarlo. —narró mientras revisaba un video en su microtyp, pasando por alto la mirada furibunda de Bertholy.

— Sekani. —le interrumpió el hombre junto a él.

— ¿Sí, señor? —preguntó el joven.

— Cierra la boca. —le ordenó al tiempo que le arrebataba el dispositivo móvil.

Sekani se limitó a responder con un asentimiento de cabeza mientras observaba por sobre el hombro de su jefe el video en la pantalla de su microtyp.

Sekani estaba especialmente orgulloso de su microtyp, era un modelo imposible de conseguir en el mercado, tuvo que hacer uso de todas sus habilidades de recolector de información y sus influencias como miembro de la Araña, además de algo de ayuda del bueno de Mirko, la mano derecha de Pietro Bertholy, para comprarlo en el deepmarket.

— Hice un par de copias, pero esa ya es la última que me queda, las demás fueron eliminadas. —comentó cuando el video apenas llevaba reproduciéndose diez segundos. —El Zodiaco es asombroso, mientras no me conecte a la internet creo que podré mantener esa copia a salvo. ¡Vaya! Ya quisiera saber quién es el genio que hace todo eso, me gustaría poder analizarlo en detalle, estoy seguro de que podría usar parte de sus ideas para completar mis muñecos de…

— Sekani, una palabra más y te corto la lengua. —Bertholy cruzó miradas con el joven de casi su misma estatura.

— Claro, señor, lo que diga. —realizó un saludo militar demasiado exagerado y acto seguido comenzó a vagar de allá para acá por la habitación mientras continuaba con sus experimentos sobre los cadáveres y comenzaba a juguetear con las cuencas vacías de la cabeza decapitada.

Un silencio susurrante se apoderó del recinto, llevando consigo solo las voces y ruidos procedentes del video que Bertholy observaba en el aparato electrónico.

— Sí, fueron bien estúpidos para meterse con el Zodiaco, ¿ah qué no, jefe? —volvió a oírse la voz de Sekani, un tono juguetón que no calzaba del todo con su edad, pero sí con su actitud, desbordaba fanfarronería y despreocupación como todo él, sin ser capaz de contenerse y mantener su boca cerrada por más de diez segundos.

Pietro Bertholy observó de reojo a su interlocutor al tiempo que acababa de ver el video. También lo creía, pero no le seguiría dando cuerda al joven para que soltara más la lengua, así que se limitó a arrojarle el aparato electrónico y abandonar la habitación.

— ¿Jefe? ¿A dónde va? ¿Jefe? —llamó Sekani mientras hacía malabares para asegurarse de no dejar caer el microtyp y ponerse de pie lo más rápido que pudo para seguir a su superior.

— Termina tu trabajo, Sekani. —le ordenó Bertholy cuando estaba por subir al vehículo, que aún conservaba el motor en funcionamiento.

— Sí, señor. —respondió el joven moreno.

— Reuniremos a la Araña, asegúrate de llegar a la hora. —le pidió mientras cerraba la puerta y se disponía a marcharse. —Hablo en serio, Sekani, más te vale estar ahí de los primeros. Esta vez no detendré a Neko si quiere arrancarte la cabeza. —le advirtió al tiempo que bajaba la ventanilla para observar por última vez al joven, quien tragó con dificultad mientras acariciaba su cuello.

— S-sí, señor. —por primera vez su voz revelaba algo de temor.

El vehículo se marchó dejando al joven de pie con una mano alrededor de su cuello mientras observaba ensimismado el sitio en donde segundos antes había estado el rostro del líder del gremio de la Araña Escarlata: Pietro Bertholy.

El Zodiaco

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