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Capítulo 7

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AUDREY se sintió tan frustrada que pensó en darle una bofetada.

Él retrocedió y estudió su rostro antes de decir:

—De verdad que lo siento. No quiero ponerte las cosas más difíciles…

—¿Difíciles? —repitió ella.

—Sí —susurró Simon.

—¿Difíciles? —gritó Audrey.

«Maldita sea», había vuelto a gritarle.

—Sí —asintió él, en voz todavía más baja.

Se suponía que era un hombre con mal carácter, pero, en ese momento, el de ella parecía peor.

—Oh, Simon —gimió, y las lágrimas brotaron de sus ojos.

Y Audrey odiaba llorar. Lo odiaba.

Simon parecía desconcertado, como si no supiese si salir corriendo o quedarse y rogarle que le diese una pista de lo que ocurría.

—¡No lo entiendes! —volvió a gritar Audrey.

—En ese caso, explícamelo —le pidió él, acercándose otra vez y limpiándole las lágrimas—. Porque quiero entenderlo. Quiero ayudarte y hacer que las cosas sean mejores para ti. Dime lo que necesitas.

—Sólo necesito este trabajo. Lo necesito tanto…

—Y nada ni nadie va a quitártelo, pase lo que pase, o lo que no pase, entre nosotros.

Ella asintió antes de soltar la parte más dura:

—Necesito que no pase nada entre nosotros.

—¿Por qué? —quiso saber él.

—Porque quiero recuperar a mi hija y vive a cinco manzanas de aquí. Estar cerca de ella es lo más importante para mí.

—Y vas a estarlo, pero no entiendo el resto. ¿No puedes estar conmigo, aunque lo desees?

—Quiero recuperar a mi hija, es lo más importante.

—Y piensas que, si tuvieses algo conmigo, eso interferiría en tus planes.

—Sé que lo haría.

—Audrey, eres una mujer adulta, ya no estás casada, pero no quieres que haya otro hombre en tu vida…

Ella volvió a romper a llorar.

—No sabes lo que hice. No sabes lo horrible que fue, el daño que hice a tantas personas. No puedo volver a hacerlo, Simon. No puedo.

Él quería seguir contradiciéndole, pero, en su lugar, le puso la mano en la mejilla, como si le doliese verla tan triste, y luego la abrazó con tanto cuidado que Audrey deseó llorar todavía más.

Era tan grande y sólido, su cuerpo la tranquilizaba tanto.

Por un momento, volvió a sentirse segura, como hacía mucho tiempo que no se sentía, como había deseado sentirse desde que su matrimonio se había roto.

¿Por qué necesitaba a un hombre para sentirse así? En realidad, las mujeres nunca estaban seguras con un hombre al lado. Y ella tenía que haberlo aprendido a esas alturas. No obstante, allí estaba, sollozando contra su pecho, envuelta por el calor de sus brazos.

—No deberías ser tan bueno conmigo —protestó.

Él rió.

—No suelo serlo.

—Claro que sí, pero intentas ocultarlo.

Él la apretó un poco más para reconfortarla. Audrey sintió sus labios en una mejilla mojada por las lágrimas, luego, en la comisura de los labios, muy despacio, para darle tiempo a apartarse, a rechazarlo.

Pero ella, como si no hubiese aprendido nada durante todo el año anterior, en vez de separarse de él, levantó la cara, abrió la boca y recibió el embriagador placer de besar a Simon Collier, muy despacio, con mucha dulzura, como si tuviesen todo el tiempo del mundo.

Él gimió, la apretó contra su cuerpo y su lengua la acarició, le prometió todo tipo de placeres.

Audrey puso los brazos por encima de sus hombros, arqueó la espalda y apoyó todo su cuerpo contra él.

Se sintió feliz besándolo.

Y se olvidó de todo lo demás.

Andie estaba en la heladería el sábado por la tarde, en alerta por si su madre volvía a aparecer.

No había hablado con ella desde que se habían encontrado allí, pero sabía que estaba cerca. Media docena de amigos la habían llamado para decirle que la habían visto haciendo footing por el barrio, o en un parque cercano, con un perro.

¿De verdad estaba trabajando como niñera de un perro?

Andie pensaba que aquello no tenía sentido.

Seguro que era otra mentira más.

Aunque ya le daba igual.

Oyó que un coche se detenía en la curva y vio a Jake, que sonreía, como siempre.

Se sintió contenta y tranquila, y tensa por dentro.

Aquello era ridículo.

Al fin y al cabo, era un hombre, no podía fiarse de él. Ni debía sentir nada por él.

—Eh, ¿te llevo a casa? —le preguntó.

—Pensaba ir dando un paseo.

En realidad, sólo estaba allí pasando el rato, para no estar en casa. La Barbie y su padre habían tenido una pelea, y ella había preferido quitarse del medio.

—Ven, te llevaré —insistió Jake, sonriendo todavía más.

Andie se levantó dispuesta a rechazar su ofrecimiento, porque era lo más inteligente.

Jake era encantador, pero era como un niño grande. No obstante, se había portado estupendamente con ella durante los últimos meses, que habían sido horribles, a pesar del lío en el que le habían metido su madre y ella.

Andie seguía sintiéndose fatal por aquello.

—Venga —le abrió la puerta del copiloto para que entrase.

—Bueno, supongo que será mejor que me vaya de aquí, que es donde me encontré a mi madre. No quiero volver a verla.

—Yo también la vi aquí el otro día —comentó Jake.

—No me lo habías dicho —le recriminó Andie, como si hubiese hecho algo horrible, y entró en el coche.

—Pensé que sólo serviría para disgustarte, por eso no te lo mencioné.

—¿Y qué te dijo? ¿Qué hizo? No permitas que vuelva a causarte problemas, Jake.

—No me contó mucho, la verdad. No fue ella quien se acercó a hablarme, sino yo quien la convenció de que nos dejase ayudarla. Se había hecho daño en una pierna y la llevamos a casa.

—¿Quiénes?

—Estaba con Jordan y unos amigos suyos. Tu madre sólo estuvo en el coche dos minutos, Andie. ¿No querrías que la dejásemos volver a casa cojeando?

—Me da igual lo que haga, siempre y cuando yo no tenga que verla ni hablar con ella.

Pero, ¿se habría hecho daño de verdad? Andie intentó no pensar en ello.

—¿Viste dónde vive? —preguntó.

Jake asintió.

—Es como una mansión.

—Cómo no. Ha debido de encontrar a otro hombre que la mantenga otra vez. Es lo único que sabe hacer.

—Me dijo que trabajaba allí.

—Ya sabes que no puedes fiarte de ella.

—Yo sólo te estoy contando lo que me dijo —insistió él, suspirando. Detuvo el coche delante de la casa de Andie.

Ella se quedó allí sentada, no quería entrar. En realidad, no quería hacer nada.

—¿Se están peleando otra vez? —le preguntó Jake.

Ella asintió.

—¿Quieres venir a mi casa? Ya sabes que a mi tío y a Lily no les importa.

—Ya lo sé —murmuró ella.

No le gustaba estar en casa de Jake. Allí el ambiente era agradable, todo el mundo era simpático, pero sabían todo lo que había pasado con su madre. Odiaba que la gente la mirase, cuchichease, se riese, pero casi era peor que la tratasen con amabilidad.

Como si les diese lástima.

Eso, lo odiaba.

No obstante, hacía semanas que no iba a casa de Jake.

—Venga, Andie, ven. Le he prometido a Lily que cuidaría de las niñas para que ella pueda salir con mi tío.

—Está bien.

Sólo tardaron un par de minutos más en llegar a su casa. Andie salió del coche y se encontró con la señora Richards en la acerca. Tuvo la esperanza de que la mujer no se detuviese, pero no hubo suerte. Su madre la había considerado su amiga, pero durante el último año, ésta no había hecho nada más que criticarla.

—Andie, cielo, qué casualidad. Juraría que acabo de ver a tu madre saliendo de Morton’s y subiéndose a un coche muy elegante con chófer y todo.

¿De Morton’s?

—¿El balneario? —preguntó Andie.

La señora Richards asintió.

—Supongo que tu madre ha vuelto a ser la de siempre. Me habían dicho que trabajaba paseando a un perro, pero uno no va a Morton’s con ese trabajo, así que supongo que tiene un hombre nuevo. ¿Lo conoces ya?

Andie negó con la cabeza y se mordió el labio inferior para no decir nada. De todos modos, ¿qué iba a decir?

—Bueno, me alegro de verte, cariño. Cuídate —se despidió la señora Richards.

Ella se apoyó en el coche de Jake. Él estaba en la acera, a su lado, intentando decidir qué hacer.

—Morton’s —murmuró Andie—. Vive con un hombre viejo y rico en Highland Park y se pasa el día en Morton’s. Es perfecto. Perfecto.

—Eso no lo sabes —insistió Jake—. La gente habla sin saber lo que dice.

—Tienes razón. No lo sé. Así que será mejor que lo averigüe. Tú sabes dónde vive, ¿no? Pues llévame allí.

—Andie, no tienes por qué hacerlo. No te pelees más con ella. Sólo vas a conseguir que las cosas vayan a peor.

—Jake, llévame a su casa. Ahora —repitió Andie, entrando de nuevo en el coche.

Él cedió.

—De acuerdo, pero no le saltes a la yugular nada más verla. Prométeme que vas a darle una oportunidad, ¿de acuerdo?

—¿Por qué?

—Porque es tu madre, y porque tu padre es un idiota y odias a su novia y no eres feliz con ellos.

—Estoy bien con ellos.

—Sí, estás encantada con la situación.

—No tengo elección, Jake.

—Sí, claro que la tienes. Algunos no la tenemos, pero tú, sí.

Andie se sintió avergonzada, guardó silencio.

Jake había perdido a sus padres en un accidente de tráfico el año anterior. Por eso había ido a vivir con su tío.

—Daría lo que fuera, lo que fuera, por poder volver a hablar con mi madre —confesó Jake—. Por poder verla. Por poder vivir con ella, pero no puedo. Tú, sí.

—Es verdad. Lo siento.

—Andie, tal vez no tengas siempre la posibilidad —le dijo con tristeza.

—Es sólo… —no quería decírselo a Jake, ni a nadie.

Le aterraba volver a depender de su madre. Depender de alguien.

Incluso de él.

—¿Puedes llevarme a su casa, por favor?

—Está bien —dijo él.

Parecía harto de ella y de sus problemas.

«Mejor», pensó Andie.

Él también pensó que era mejor estar enfadado.

De todos modos, Andie ya le gustaba demasiado.

Simon no estaba seguro de cómo habían terminado así: con Audrey entre sus brazos, su exquisito cuerpo contra el de él, sus brazos alrededor de su cuello, su boca abierta para recibir la de él, pero, en cualquier caso, estaba encantado.

Habían discutido, después Audrey había llorado, y allí estaba en esos momentos. Y pretendía aprovechar la ocasión, ya que le daba la sensación de que ella tardaría en volver a dejarse llevar.

Había soñado con tenerla así, pero la verdad era que la realidad superaba a su imaginación.

Audrey olía como para comérsela, su piel era muy suave, y su pelo un poco loco y muy sexy. Ella estaba temblando, pero hambrienta de él, también. Lo besaba como si su vida dependiese de ello.

Simon se preguntó si conseguiría llegar así con ella hasta su apartamento sin que nadie los viese, en especial, su hija, que estaba echando la siesta en el patio trasero con el perro.

Si el maldito animal los oía, querría subir también.

Y él quería estar a solas con Audrey, detrás de una puerta cerrada con llave, de preferencia, en una habitación con una cama, porque quería quedarse en ella un rato después, pero se temió que no iba a conseguirlo.

Ella lo deseaba, pero estaba asustada.

Y él la deseaba, a pesar de los miedos de ella.

Podrían superarlos juntos. Él lo arreglaría y luego, tendría a Audrey en su cama.

—Ven arriba conmigo —le susurró contra los labios.

—¿Qué?

—Arriba. Conmigo. No te preocupes. Peyton está dormida.

Y sintió la resistencia de Audrey, supo que estaba intentando ser fuerte y rechazarlo.

—No —le dijo él—. No lo hagas. No pienses en los motivos por los que no debemos hacerlo. Ya nos ocuparemos de eso más tarde. Yo lo arreglaré, sea lo que sea. Ahora, quédate conmigo, sé que es lo que quieres. Y es también lo que yo deseo.

Ella gimió y se puso de puntillas para besarlo todavía más desesperadamente.

—Simon, no puedo.

—Claro que puedes…

Audrey estaba intentando zafarse de él cuando Simon se dio cuenta de que no estaban solos. En el camino se había parado un viejo coche que no conocía. Detrás del volante había un chico.

Y justo fuera una muchacha alta y rubia, que los miraba con indignación.

Audrey dio un grito ahogado.

—Así que trabajas aquí —dijo la chica—. ¿Así lo llamas ahora? ¿Trabajar? ¿No hay nada más, verdad?

—¿Quién eres? —inquirió Simon.

La muchacha lo fulminó con la mirada.

—¿Que quién soy? ¿Quién eres tú?

«Estupendo».

Una adolescente furiosa con lengua viperina.

Él se dispuso a contestarle en el mismo tono. No estaba acostumbrado a que nadie le hablase así, pero Audrey le puso una mano en el pecho para detenerlo.

—Simon, es mi hija, Andie.

Vaya, la noticia no era buena.

—Andie —empezó Audrey.

—Ahórrate las palabras, madre. Había venido a ver si de verdad trabajabas aquí, y ya tengo la respuesta —dijo—. Había oído que alguien te había regalado una sesión en Morton’s y pensé que tendrías un hombre nuevo. Veo que no me había equivocado. A juzgar por la casa, debe de tener más dinero que el último con el que estuviste. Me alegro por ti.

Simon se imaginó a Audrey con otro hombre y le resultó insoportable, pero se contuvo. Le puso el brazo alrededor de los hombros, pensase lo que pensase su hija, porque se dio cuenta de que estaba temblando, dolida y preocupada.

La joven lo miró a él.

—Por favor, dime que no estás casado, porque la última vez que mi madre estuvo con el marido de otra montó un buen follón.

Simon apretó la mandíbula.

—No, no estoy casado —se limitó a responder.

—Bueno, algo es algo. Espero que seáis muy felices juntos —añadió—. Asegúrate de cerrar bien el armario de las bebidas, porque mamá tiene un pequeño problema con el alcohol. Aunque supongo que ya lo sabrás a estas alturas, ¿no?

Simon se dio cuenta de que el chico que conducía el coche había salido de éste. Parecía avergonzado, incómodo y arrepentido.

—Andie —dijo, poniendo un brazo alrededor de los hombros de la chica—. Vamos, te llevaré a casa.

La muchacha lo miró y, de repente, pareció volverse vulnerable, pareció dolida.

—Yo ya no tengo casa.

¿Acaso no vivía con su padre? A Simon no le dio casi tiempo a pensarlo, porque el estúpido perro escogió ese preciso momento para aparecer en escena, gimiendo, ladrando.

¿Acaso no se daba cuenta de que Simon podía hacerse solo con la situación?

Estaba tan molesto que le costó darse cuenta de que Peyton estaba también allí, observando la escena como había observado sus peleas con su ex mujer.

—Supongo que éste es el perro —dijo la hija de Audrey—. ¿De verdad esperas que la gente se crea que te dedicas a pasear a un perro…?

En ese instante, Simon se cernió sobre ella y le dijo en voz baja.

—Ésa es mi hija. Tiene cinco años. Y no tiene por qué oír nada de esto. ¿Lo entiendes?

—Lo ha entendido perfectamente —dijo su amigo, interponiéndose entre ambos.

A Simon le gustó el muchacho.

—Peyton —dijo sin volverse—. Todo va bien, te lo prometo. Toma al perro y llévatelo al porche, yo iré en un minuto.

—Pero…

—Peyton, vete y llévate al perro.

Esperó a que su hija y el perro desapareciesen.

Mientras tanto, la hija de Audrey no dejó de mirarlo a los ojos, como si estuviese retándolo.

—Que sepas que lo estropea siempre todo —le dijo, refiriéndose a su madre.

A Simon no le parecía posible.

—Andie, vámonos —insistió el chico.

Y ella cedió por fin, se dio la vuelta y entró en el coche después de mirar a su madre una vez más.

—Me aseguraré de que llega bien a casa —le dijo el muchacho a Audrey.

—Gracias, Jake —murmuró ella.

Luego se dio la vuelta, subió las escaleras de su apartamento y cerró la puerta tras de ella.

Cómo conquistar a un millonario - Dulce medicina

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