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PRÓLOGO

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Es muy satisfactorio prologar este relato documental, expresado como sincera y audaz confesión, con la humildad y amor a la verdad que corresponde no sólo a la primera parte tan aparentemente negativa, como a la segunda, tan positivamente opuesta. Es la resurrección que no podría darse sin haber muerto primero.

Tres citas: del apóstol Pablo, san Agustín y san Juan de La Cruz, orientan al lector definitivamente para meditar sobre Dios Amor que sigue hoy día haciendo vivir los corazones de los seres humanos. Estas citas están distanciadas veinte, dieciséis y cinco siglos.

Dice san Pablo:

“…Pues todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios. Pero Dios, en su bondad y gratuitamente, los ha librado de culpa, mediante la liberación que se alcanza por Cristo Jesús. Dios hizo que Cristo, al derramar su sangre, fuera el instrumento del perdón. Este perdón se alcanza por la fe y demuestra que Dios es justo y que, si pasó por alto los pecados de otro tiempo, fue solo a causa de su paciencia. Igualmente demuestra que Dios es justo ahora, y que sigue siendo justo al declarar libres de culpa a los que creen en Jesús”

1 Romanos 3,23-26.

Dice san Agustín:

“Hubieses muerto para siempre, si Él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si Él no hubiera aceptado la semejanza de la carne de pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. No hubieras podido volver a vivir, si no hubiera venido Él al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si no te hubiera ayudado. Hubieras padecido, si no hubiera venido. Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención”.

Sermones de san Agustín, Obispo.

Sermón 185 PL 38, 997-999.

Dice san Juan de La Cruz:

“Verdaderamente esta alma está perdida en todas las cosas, y sólo ganada en amor, no empleando ya el espíritu en otra cosa. Por lo cual, aun lo que es vida activa y otros ejercicios exteriores desfallece, por cumplir de veras con la ‘una cosa sola’ que dijo el esposo ‘era necesaria’ y es la asistencia y continuo ejercicio de amor en Dios”.

San Juan de La Cruz. Cántico B, canción 8,

anotación, nn. 1-3pp. 934-935, Edic. BAC,1960.

A los 47 años de edad, la luz de Dios penetró en la brillante carrera artística de Marino y le reveló, a la vez, su propia oscuridad y las tinieblas de las acciones viles de seres humanos que lo privaron violentamente de su libertad física.

Paradójicamente, esa pérdida se transformó en auténtica libertad de espíritu por el regalo que Jesucristo le entregó misericordiosamente, de tal manera que el cambio radical que realizó el Señor en él, le dio entendimiento de su propia vida para orientarla al cumplimiento de una feliz misión apostólica.

Marino ha obrado desde entonces con una asistencia notable de inspiración divina. El calor, el consejo, el espíritu de Iglesia, le proporcionan hoy día una gran seguridad de visión doctrinal. En todas sus exposiciones cuenta siempre con disponibilidad para la asesoría de sacerdotes entusiastas, con la sacrificada entrega al cumplimiento de la voluntad de Dios sobre él y sobre quienes, movidos por su testimonio, se han vinculado al movimiento regenerador de miles de personas en diversos países.

Agradeciendo su amistad y valiente ejemplo,

Rafael Vall-Serra, S. J.

Director de ECOM –Evangelio Comunicado–

Bogotá, abril de 2003

De la Oscuridad a la Luz

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