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COLOMBIA, 12 de septiembre de 2000
ОглавлениеUna semana atrás, fui invitado a dar mi testimonio, a un lugar católico de retiros espirituales. Desde el momento en que entré en ese lugar, sentí que algo muy especial tenía el Señor para mí. Después de dar mi testimonio, fui invitado a participar en un retiro de silencio que comenzaba ese 12 de septiembre. Para mí, era una oportunidad de oro; llevaba cerca de cuatro meses dando mi testimonio, casi todos los días, por muchos lugares de Colombia. En ocasiones, lo relataba hasta dos y tres veces en un día. Por lo tanto, era la oportunidad de entrar a un necesitado descanso. Poco sabía de lo que era un retiro espiritual. Aunque sin entenderlo muy bien, toda mi vida había anhelado retirarme a un lugar así y participar en una actividad de esta magnitud; era como la realización de un sueño secreto de mi espíritu.
En la primera conferencia que escuché, el sacerdote hablaba del cisma en la Iglesia Católica y explicaba cómo éste era ya visible entre sacerdotes, religiosos y religiosas de todos los diferentes carismas de la Iglesia; hablaba de la necesidad que tenía la Iglesia de vivir una pasión, crucifixión y muerte para llegar a la resurrección y segundo Pentecostés, por ser ella el cuerpo místico de Cristo en la tierra; y el sacerdote anunciaba: “La Iglesia pasará por una gran tribulación y persecución antes de su purificación”. En otras palabras, todo lo que va a Cristo y es de Cristo se convierte en Cristo y, por lo tanto, vive una Cristificación proporcional a la de nuestro propio Cristo.
A medida que el sacerdote avanzaba en su conferencia, yo vivía paralelamente una experiencia muy interna; era como si todo lo que el estaba predicando, estuviera en mí y se convirtiera en una oportunidad para recibir información, más de aquella que ya tenía infusa por el Señor. También pude percibir que este sacerdote era una persona ungida pues hablaba desde el Espíritu del Señor; sentí mucha alegría de este encuentro.
Al regresar a mi Iglesia, después de mi conversión, me dolí de la increíble pobreza espiritual de algunos de nuestros sacerdotes y religiosos; admirablemente preparados en filosofía y en teología, algunos con grandes títulos y extensas enseñanzas en Roma, en Tierra Santa y en las mejores universidades del mundo, pero increíblemente alejados de la vida sobrenatural de la Iglesia. Pareciera ser que cuanta más educación formal han recibido, más se han alejado de Dios. Nunca lo entenderé, pero me imagino que es parte de la presencia del enemigo en las filas de nuestra fe.
Siguiendo el hilo de la conferencia puedo decir que su desarrollo iba a la par con mis pensamientos, ya que el sacerdote habló del laicado santo de estos últimos tiempos. En ese momento sentía una alegría muy grande, pues esto se
parece a todo lo que llevo en mí, regalo de nuestro Señor. El sacerdote también mencionó cómo iban a ser los laicos quienes despertarán al clero y a las comunidades religiosas para regresar al Espíritu Santo y reconciliarse. Yo sentí que algo se fortalecía dentro de mí, y ese algo era la certeza de que nuestro Señor me había llamado a una edad adulta, para poder ir por el mundo testimoniando que Él está vivo y que nuestra salvación no fue el invento de un grupo de judíos rebeldes de hace dos mil años, y que la persecución de los primeros cristianos sí fue un verdadero acto de martirio y no la acción de un grupo de fanáticos. Ser testigo de todo esto me empezaba a llamar la atención. Así que viví este primer día de retiro con una intensidad que no podría describir; el silencio de todos los compañeros era una contribución para acrecentar el tesoro de esta experiencia.
Comencé el día siguiente con gran entusiasmo y llegué al salón de conferencias con mi libreta de apuntes y mi Biblia. Abrí mi libreta y repasé las notas del día anterior; cuando el sacerdote nos habló del plan del maligno para sabotear el plan divino que tiene Dios para la salvación del hombre y de cómo la Trinidad Santa, Unidad salvífica, se traslada hacia el hombre en una perfecta concepción trinitaria, tema extenso e importante para nuestra concepción sobre la fe; en ese instante recibí la presencia clara de nuestro Señor, quien me hizo ver que esas notas eran la primera página del primer libro que Él me inspiraría. Ahora sí que cambiaría el rumbo de toda mi experiencia. Parecía que, a medida que me adentraba en el retiro, me sumergía en una dimensión llena de nuevas avenidas para mi espíritu y de riqueza de expresión.
Una vez más me sorprendo de la perfecta mano del Señor, cuando Él decide tocarnos y llevarnos a ser parte de su pedagogía divina, pues ya algunas personas me habían preguntado con mucho interés si yo había considerado la posibilidad de escribir un libro sobre mi experiencia con el Señor. Realmente, ni siquiera lo había pensado. Esto demuestra que nosotros no tenemos control de los planes divinos, cuando decidimos entregarnos a Su voluntad. Sin pensarlo, ya me encontraba escribiéndolo. Lo más difícil fue elegir la forma de empezarlo y encontrar un lenguaje lo suficientemente claro a fin de expresar todo lo que Él me había enseñado, especialmente para una persona como yo, sin ninguna formación teológica y que ni siquiera el Catecismo de la Iglesia llegué a conocer bien. Las dificultades ya no existían en mí. De repente me invadió una seguridad específica, de cómo dejar que el Espíritu del Señor fuera mi guía durante la jornada que me esperaba al escribir este libro. Fue claro para mí que el inicio de éste libro estaría impregnado de la esencia del retiro.
Como el tiempo destinado al retiro avanzaba, los organizadores anunciaron la presentación de mi testimonio para el día viernes. Sin duda que esta sería una gran oportunidad para estrechar mi relación con el grupo del retiro y de esta forma podría presentarle al lector una visión amplia de mi experiencia de vida,
la cual espero sea un medio de apoyo para que pueda vivir un testimonio más de conversión, dentro de los miles y miles que se encuentran registrados en el curso de los dos milenios de cristiandad.
Dios tiene una manera muy peculiar de renovarse cada día, en cada amanecer, por medio de todas sus criaturas. Aunque mi testimonio se parece a todos, porque en el fondo nos lleva a un mismo destino que es el de nuestra salvación a través de nuestro Señor Jesucristo, parece ser que Dios quiso que fuera escrito. No es posible que pueda proyectar, con absoluta exactitud, la experiencia vivida en un plano espiritual, por medio de palabras y tomar una dimensión inmaterial y divina para presentarla en un plano humano. Sería como si tratara de sentir la suavidad de la piel del rostro de un bebé, con un guante de asbesto en la mano. Tan solo por la gracia del Espíritu Santo, el lector, con mi pobre vocabulario y mi escaso conocimiento de terminología teológica, podrá penetrar los misterios que Él me reveló. Con la bendición de nuestro Señor y la inspiración del Espíritu Santo, guía espiritual en esta jornada, invito al lector, como delegado de sus manos, a participar en este encuentro con el Señor, con un corazón alegre, humilde y una mente abierta.