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PRÓLOGO: SALVADOR ALLENDE, UNA SEMBLANZA

Salvador Allende es una de las pocas personas que en la historia de América traza huellas imborrables y definitivas. Aunque su proyecto político terminara con su vida y la de miles de chilenos, su accionar modificó las estructuras económico-sociales de Chile y, lo que ha sido más prolongado, la conciencia de sus ciudadanos. «Los pobres de la ciudad y del campo», como se decía en los años setenta, lograron, en libertad, ser factores de cambio y transformación del país.

Observador privilegiado desde comienzos de 1970 hasta el 11 de septiembre de 1973, pude captar las complejas facetas del personaje, sus opiniones, sus manifestaciones de alegría y tristeza, sus preocupaciones ante actos protocolares delicados o problemas políticos que debía resolver. Como todos los seres humanos, el candidato y luego Presidente de la República reaccionaba ante las distintas situaciones de una manera personal y única. Ofendería su memoria si hiciera sólo un recuento hagiográfico de sus características de personalidad. Fue, en síntesis, un hombre de su época, vital, comprometido, protagonista siempre, que amó la vida con todas sus circunstancias.

Nos sorprende la seguridad con que decide conductas arriesgadas, en situaciones casi imprevisibles. Cuando durante las primeras horas de la noche del 4 de septiembre de 1970 se le insinúa, desde la central de recuentos, que tiene menos votos que Alessandri, con la asesoría de sus colaboradores resuelve, a pesar de esta información, que él ha ganado las elecciones y llama a Patricio Rojas, ministro del Interior de Frei, para que autorice una manifestación de sus partidarios en la Alameda Bernardo O’Higgins frente al local de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. La concesión del permiso confirma su audaz certeza. No menos categórico se muestra en la conversación, de la cual soy testigo involuntario, que se desarrolla en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York la tarde del 3 de diciembre de 1972, en que George Bush, padre del actual mandatario de Estados Unidos y a la sazón delegado de su gobierno ante Naciones Unidas, intenta que Allende modifique su discurso ante la Asamblea General de la ONU. Habla en castellano y Orlando Letelier traduce: «No haré cambios, mis palabras no son un ataque al Gobierno ni al pueblo de Estados Unidos, sino a las empresas transnacionales que intentan ahogar a Chile y su Gobierno».

Jamás un mandatario chileno había hablado con tanta claridad y firmeza al gobierno norteamericano. No cambió su actitud en la Unión Soviética, prolongación de ese viaje, donde se intentaba un apoyo económico al proceso chileno. No se logró en la medida de lo solicitado. «Los compañeros soviéticos no nos entienden», me dijo coloquialmente en su habitación del Kremlin después de una prolongada negociación. Comprendí que esas palabras no estaban destinadas a mí, sino a la troika soviética gobernante, que se impondría por los micrófonos que obviamente había en todas las habitaciones. «Tal vez deberíamos adelantar nuestro regreso a Chile», continuó con una afirmación que implicaba una velada amenaza. No fue así. Viajamos a Kiev por 24 horas, algún apoyo económico se logró, aunque el balance disgustó a Allende.

Una mirada superficial, a cuya tentación también a veces caí, muestra un personaje elegante, atildado, que siempre estará con cuello y corbata en los momentos ceremoniales. No se modifica su elegancia y buen vestir cuando está en la intimidad, en aquellas situaciones de descanso y relajo. Gusta de chaquetas bonitas, sobrias, cómodas. Su interés por algunas prendas del buen vestir llegaba a inventar argucias que le permitieran sustraérselas a alguno de sus buenos amigos. La artesanía andina y las pinturas eran otras de sus «debilidades», pudiendo recurrir a cualquier estratagema para apropiárselas. No había ánimo egoísta ni deseo de posesión individual. Bajo su dirección se gestó el Museo de la Solidaridad, cuyas obras constituyen la mejor pinacoteca que en la actualidad posee Chile. El impecable cuidado en el vestir jamás le restó contacto directo con los sectores más humildes del país, que lo quieren sin reservas, pero originaba envidia en sus opositores políticos. Al «pije Allende» se referían, intentando menospreciarlo. No lo lograban.

Faltaría a la verdad desconocer los sentimientos que generaba en el sexo femenino y sus obvias consecuencias. Culto, ingenioso, conocedor del mundo, podía resultar encantador. Algunas de sus relaciones fueron prolongadas y sin duda influyeron en su quehacer. Su compañera de toda la vida, Hortensia Bussi, madre de sus tres hijas, manejó con entereza y dignidad sus 34 años de convivencia. Sus discrepancias quedaban en la intimidad, manteniendo un respeto mutuo que se extendía a los diferentes roles que ambos jugaban en la vida sociopolítica chilena. En pocas ocasiones presencié al Presidente conmovido y emocionado. Una de ellas fue en la mañana del 11 de septiembre en La Moneda, cuando supo que los golpistas habían bombardeado su residencia privada de la calle Tomás Moro, donde se encontraba Tencha, quien con entereza y valentía logró salir con vida.

El carácter jovial, bromista y aparentemente despreocupado ha llevado a que en forma superficial se reste importancia a su producción intelectual. Nada más lejano de la realidad. Nunca se autodefinió como un «pensador»; no obstante, su vida está llena de aportes que, en su época, ningún otro político chileno hizo. Su primera incursión, después de su memoria de graduación de medico-cirujano, fue La realidad médico social chilena, que fue una síntesis, en su época, de los principales problemas de salud pública que aquejaban al país. Sus aportes teóricos a la situación del cobre se tradujeron en un proyecto de nacionalización tempranamente presentado al Congreso Nacional. Y los diferentes aportes que este libro reseña indican una persona informada y con poderosos argumentos.

Una magnifica síntesis de su concepción política y programática está en el libro de Régis Debray Conversación con Allende (1971), que es el diálogo entre un filosofo francés, de sólida formación, y un político que aplica a la realidad de un país subdesarrollado unas concepciones teóricas sobre la base de un marxismo enriquecido por los aportes científicos del devenir social. Socialista, laico, masón, marxista no dogmático, son características que definen al formulador de una tesis: la transformación del país al socialismo por la vía pacífica, electoral, con respeto a todas las concepciones políticas, ideológicas y religiosas.

La relación personal que establecía con sus amigos y colaboradores era cómoda. Respetuoso de los conocimientos técnicos de los profesionales, no ponía en duda los consejos que se le daban. La verdad es que, salvo un episodio de angina de pecho que se le presentó durante la campaña presidencial de 1970, fue una persona sana con algunos mínimos problemas médicos derivados del diario acontecer y que superó sin dificultades. Aun cuando en algunas fotos aparece fumando un puro, no tenía contacto habitual con el tabaco y aquellos momentos eran concesiones sociales a una amena conversación. Deportista, buen nadador, bebía vino tinto en las comidas y acostumbraba a consumir una copa de güisqui previa a las comidas o cenas.

Estos detalles son necesarios destacarlos porque la dictadura, sus personeros y todo el aparato mediático intentaron presentarlo como una persona de costumbres inconvenientes, sobre todo en relación al alcohol. Otorgaba confianza, siempre apreciaba a las personas en sus posibilidades. Me produjo a veces obvia inquietud, cuando en la ciudad argentina de Salta me indicó que colaborara con los médicos del general Lanusse en el manejo de un cólico nefrítico que retardaba la ceremonia final del encuentro presidencial. Igualmente, en los primeros días de noviembre de 1971, el mismo día de su llegada a Santiago, a requerimiento de Salvador Allende tuve que asistir médicamente a Fidel Castro, que sufría una laringitis aguda y una fuerte afonía que limitaban su frecuente y prolongado discurso. Eran demostraciones de confianza personal y profesional que me reiteró durante todo su mandato.

Siempre me llamó la atención la consideración que tenía para sus opositores políticos, que durante el gobierno de la Unidad Popular ya no fueron opositores, sino enemigos. Los diarios, televisiones y radios, en su gran mayoría en manos de la derecha, no escatimaron adjetivos para herirlo. Comentaba, en una mezcla de preocupación e ironía: «Es muy duro afectar el bolsillo de los poderosos». Mantenía, no obstante, la formalidad de maneras educadas y serenas. Sabía el odio que concitaba por los cambios económico-sociales que encabezaba, pero se refugiaba en el cariño y la solidaridad de aquellas mayorías que nunca habían significado nada en el país. ¿Cómo destruir la imagen de una persona que amaba la naturaleza, cuyos entretenimientos eran el ajedrez y el cine, que jugaba con sus perros? Difícil tarea. Ni siquiera lo lograron después de 17 años de dictadura. Se dice que la historia la escriben quienes ganan las batallas. En el caso de Salvador Allende esto es falso. Los golpistas y el gran traidor, a través de sus actos, han logrado casi una unánime opinión mundial y nacional. Perdieron la guerra. Se les ha ubicado en la escoria. Allende ha emergido, con los años, también por sus actos, como un político honesto, valiente y consecuente.

Su vida política y social, pormenorizada en este libro, fue brutalmente cercenada el 11 de septiembre de 1973. Quienes le acompañamos en su último combate fuimos testigos de un compendio de sus valores humanos y ciudadanos. Aquella mañana, cuando tuvo certeza de la magnitud de la traición, fue capaz de improvisar su último mensaje al pueblo de Chile, nos explicó colectivamente sus decisiones, nos ofreció la posibilidad de abandonar el Palacio de La Moneda, protegió y salvó la vida de las mujeres que allí estaban, incluidas Tati e Isabel, dos de sus tres hijas, combatió con las escasas armas de que disponía, se le escapó alguna lágrima por la muerte de Augusto Olivares y cuando la derrota militar era inminente puso fin a su vida. Su suicidio, tan incomprendido por algunos sectores, fue un ejemplo de consecuencia política y personal, fue su entrega a la libertad, a la defensa de la Constitución, y el postrer homenaje al cargo de Presidente de la República que el pueblo chileno, democráticamente, le había otorgado.

Dr. ÓSCAR SOTO GUZMÁN

Cardiólogo. Médico personal de Salvador Allende

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