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Presentación

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La Biblioteca Mario Escobar Velásquez surgió gracias a la iniciativa de la Editorial EAFIT y de la Fundación Mario Escobar Velásquez en respuesta al viejo deseo de amigos y editoriales cercanos de publicar la obra completa de este autor. Luego se unieron al proyecto Hilo de Plata y Sílaba Editores. Fue así como en 2017 salieron a la luz los cuatro primeros libros de una colección que abarcará toda su obra: Gentes y hechos de la aviación en Colombia, inédito hasta entonces; Un hombre llamado Todero (Plaza y Janés, 1980, 1ª. ed.); Cuando pase el ánima sola (Plaza y Janés, 1979, 1ª. ed.) y Canto rodado (Planeta, 1991 1ª. ed.).

Esta alianza afortunada continúa con la publicación de la novela Tierra nueva, un trabajo de reescritura que Mario realizó sobre su obra Relatos de Urabá, inicialmente publicada por la Editorial EAFIT en el año 2005, y que da cuenta de las vivencias del autor durante su memoriosa permanencia en esa región.

El cambio obedece a una decisión tomada por Mario, quien acostumbraba empastar y rotular él mismo sus libros inéditos, con el fin de poder empezar un proyecto nuevo y dejar el anterior completamente listo. Fue así como sus herederos lo encontraron rotulado como Tierra nueva y sus distintas partes estructuradas como una novela. Aparte de esto, las variaciones son mínimas, porque, en cuanto al contenido, no hay ninguna y el orden es prácticamente el mismo, solo un capítulo aparece en un lugar distinto.

Posiblemente Mario entendió que este conjunto de cuentos (porque es cierto que cada uno de ellos tiene una estructura cerrada para merecer esta clasificación) estaba a su vez unificado y entramado para constituir una unidad mayor. Ello se puede afirmar a partir de varios elementos: la presencia de los chilapos –apelativo con el que se conoce a los campesinos mestizos provenientes del departamento de Córdoba–; un narrador en primera persona, oriundo de un ámbito urbano, en este caso Medellín, que en realidad es el protagonista de todo el libro, muy bien caracterizado; amén de la aparición de personajes muy sólidos, que una vez presentados en algún capítulo, reaparecen luego en otros, de tal manera que conforman una trama unificada; y, finalmente, un solo escenario en donde se desarrolla la historia. La suma de estos aspectos confirma lo acertado de la decisión de Mario Escobar y permite una lectura desde una perspectiva completamente distinta.

Reencontramos al escritor ya conocido en otros libros suyos como En las lindes del bosque e Historias de animales; aparecen de nuevo sus dotes de observador minucioso y su talento descriptivo, capaces de retratar de manera inolvidable a las gentes, a los animales y el paisaje del Urabá de mediados del siglo xx.

El lenguaje de Mario Escobar, con sus modos tan propios, se pega al lector como las caricias de Rufo, el gato del personaje, con sus lengüetazos y acercamientos, que también marcan. Un estilo que permite identificar sus textos sin necesidad de leer quién es el autor. Por eso, como en todos sus escritos, en esta novela se halla, además del interés que suscitan las historias que capítulo a capítulo conforman la trama del libro, el placer estético que produce la lectura de cada página, trabajada, pulimentada sin afanes, con los términos precisos y con momentos poéticos muy logrados.

A pesar de la distancia física que existe entre una propiedad y la otra, a los chilapos los une la común procedencia y un motivo central: la tierra. Todos ellos han dejado su hogar en busca de un lugar de promisión en donde todavía es posible tumbar monte y apostar cuanto se tiene con el fin de establecerse como amos de sí mismos.

Por su parte, el narrador es un ser de rasgos paradójicos y múltiples, pues aunque parece que todo lo sabe, lo ve y lo puede, al mismo tiempo se humaniza, se conmueve a fondo y reconoce en otros unas habilidades que admira y envidia. En otras ocasiones es un maestro: enseña, explica, indaga e itera; es entonces un personaje que emprende el ejercicio, no solo de contar, sino de comprender las razones íntimas de los personajes; de explicar y explicarse el mundo y cuanto lo rodea. Y se pregunta, sobre todo, cuanto parece obvio, pero que no escapa a quien como él, con ansia golosa, quiere escudriñar y beber de la vida. También se torna en mero aprendiz en tierra nueva y establece relaciones de cercanía con los otros personajes, con respeto y admiración. Lo mismo sucede con los animales, a quienes sigue y escudriña por horas para entenderlos, maravillarse y aprender de ellos.

El protagonista se vale de dos recursos para introducirse en la intimidad de los otros colonos: ser uno más con ellos, con relaciones de amistad y camaradería, por un lado, y por el otro, ser consejero, confidente, auxiliador y apoyo en situaciones críticas gracias a una superioridad inevitable, que los demás también reconocen en él, proveniente de su educación y su origen urbano. Esto le permite mostrar los hechos desde una doble perspectiva, cercana y distante a la vez. Cercana, por las relaciones que establece con los colonos y distante, por el contraste cultural existente; útiles ambas para caracterizar sólidamente a los personajes, apreciar la raigambre de los distintos seres humanos que allí viven, sus usos y costumbres, las maneras de percibir la vida, de valorar la libertad, la tierra y , en fin, dar cuenta de su universo. Con ellos interactúa la naturaleza como un actor más, vilipendiada en la mayoría de los casos, pero también con una fuerza que impone maneras y actitudes.

El tiempo de contar sucede a posteriori, con la mirada de quien vivió y dejó un lugar amado por razones muy propias y de peso. Es este libro un periplo de quien va, descubre, conoce y regresa, convencido de que lo suyo no va más con devastar y apropiarse. No juzga, no acusa, entiende y respeta. Pero se aparta.

Queda de todas maneras el sabor de lo inevitable, esto se lee entre líneas; de la actitud de un colono que llega impelido por la necesidad, por el hambre, por la injusticia de patrones que los expoliaron, y por ello decide salir en busca de sus propios modos de subsistencia. Resiste y se impone a la naturaleza en una lucha en donde solo importa conseguir con qué alimentarse para sobrevivir y aliviar carencias sin reparos, sin cuidar del medio ambiente, ni ningún otro razonamiento parecido. Imposible este tipo de reflexiones para quien carece de proteínas y todo cuanto camina y es comible se caza sin reatos de conciencia. Tampoco los árboles se respetan, porque de lo que se trata es de tumbar monte para ampliar la tierra, para poseer más de ese poco que se consiguió a fuerza de hacha y que se ambiciona. Todo esto se denuncia en la novela, pero no con ánimo acusatorio sino con una fatalidad que deja en el lector un sabor amargo ante lo inevitable y la visión de un mundo paradisíaco que se nos escapa de las manos…

Emma Lucía Ardila Jaramillo

Tierra nueva

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