Читать книгу La casa amarilla y otros cuentos - Mario Oscar Amaya - Страница 11

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Como todas las tardes

Como todas las tardes, caminando, dando vueltas a la plaza, veo a una pareja de jóvenes en el rincón más apartado. Acariciándose. A veces sentados, otra acostados, sobre el pasto verde. Adoptando múltiples posiciones: uno junto al otro o uno sobre el otro o frente a frente, entrelazando sus cuerpos con las piernas. Besándose. Pasando sus manos por el cuello, rozando las orejas, recorriendo las mejillas, el mentón, los labios entreabiertos.

Como todas las tardes veo a los muchachos apostados en la esquina opuesta a la comisaría, tomando una birra helada y fumando un porro. Un flaco melenudo lo aspira profundamente, con fruición, con deleite, con gozo. Exhala el humo al cielo y le pasa el faso al compañero, para que participe del rito. Ríen, hablan, espían quién viene.

Como todas las tardes veo a alguien que le enseña a estacionar a alguien. Hoy la hija lo hace con la madre. Ayer era un padre con su hija. Improvisan vallas con sillas de plástico, imposibles de ver desde la posición del conductor, quien las derriba una y otra vez, ante la impaciencia primero, la irritación después, del instructor o instructora.

Como todas las tardes veo un abuelo que hamaca a la nieta. Empuja, se agacha, vuelve a empujar, transpira, se toma la cintura dolorida, mientras la niña, divertida, grita: ¡Más alto! Abu, ¡más alto!

Como todas las tardes veo un matrimonio, que toma mates y come galletitas. Él canoso y gordito. Ella delgada y con los cabellos teñidos. Han traído reposeras y una mesita donde apoyan el termo. Miran los autos pasar por Centenario, a la gente que camina o corre. Charlan animadamente, se cuentan cosas, comentan, ríen. Imagino que llevan varios años juntos. Cada tanto él le toma la mano y se la besa. Ella sonríe y lo acaricia.

Como todas las tardes veo un grupo de aspirantes a futbolistas trenzados en un picado. Encarnizados, luchan sin cuartel por la pelota, esquivan arbustos en la cancha improvisada, patean hinchados tobillos, pegan tremendos codazos, gritan desaforados, putean al compañero que le erra al arco.

Como todas las tardes veo a los que, impacientes, esperan el colectivo. Paso por delante de ellos una y otra, y otra, y otra vez, y siguen los mismos estando allí. Los mismos más los que se van agregando. A cada vuelta son más numerosos. Están los que salen del colegio, con sus pesadas mochilas; las profesoras y maestras, llenas de carpetas para corregir; los universitarios con un aire distraído y escuchando música en sus auriculares. Al final llega el transporte, bajan los que vuelven del trabajo, suben los que esperaban. A la siguiente pasada veo que no queda nadie en la parada. De a poco se van acumulando otra vez.

Como todas las tardes veo al señor que vive en una oxidada casilla rodante estacionada a la vera de la plaza. Curtido por el sol, entrado en años, vestido con los gastados y sucios harapos de siempre. Pareciera que hace siglos que no se baña. Solitario, huraño, no habla con nadie. Ignorando a todos se mete en su habitáculo a mirar televisión; para ello cuenta con una antena satelital y un pequeño grupo electrógeno. También posee una garrafa de gas en el exterior del rodado; con ella alimenta una hornalla donde cocina y calienta el agua para el mate. Hasta hace poco lo acompañaba un viejísimo perro de policía. Ya no se lo ve más. Imagino su natural deceso. Me gustaría mucho conversar con él, para saber de su vida, de cómo y por qué llegó a vivir de la manera en que vive. Imagino las fantásticas historias que tendrá para contar. Intento acercarme saludándolo pero no responde. Quizás con el tiempo.

Como todas las tardes veo a Sebastián trabajando en su coqueta peluquería. A veces está en la puerta y saluda levantando su mano en alto. Generalmente tiene mucho trabajo, hombres y mujeres confían su cabello a las manos mágicas de Seba. Van y vienen las filosas tijeras, rápidas y certeras, dando forma a un corte, a un peinado. Con artificio las hábiles pinceladas llenan de luminosos colores las testas féminas. Pero su sueño, el sueño de Seba, es otro. Él me contó que todas las semanas va hasta la ciudad de Buenos Aires a perfeccionarse en algo en lo que ya es muy bueno. He visto sus dibujos, maravillosos dibujos, de superhéroes en acción. Conmueve ver su excelente arte.

La casa amarilla y otros cuentos

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