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El imperativo virológico

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La reacción social en su totalidad, especialmente la reacción política al virus, incluidas las clasificaciones virológicas de actores políticamente involucrados como el Instituto Robert Koch, así como la declaración de una pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud, modifica la interacción de los subsistemas de la sociedad, lo que se refleja en el término «relevancia sistémica». Los grandes sistemas geopolíticos han estado escenificando sus valores en todos los canales disponibles durante meses y los movilizan mediante su gestión de crisis normativa.

Permanece indefinido qué actores políticos garantizarán la soberanía interpretativa sobre la crisis del coronavirus en los próximos años, ya que actualmente todavía nos regimos por leyes de protección contra infecciones y estados de emergencia. Como resultado, ha surgido un desequilibrio axiológico en Europa desde marzo de 2020 que está provisto de una pseudo racionalidad. Este desequilibrio consiste en que el imperativo virológico, el cual nos pide hacer todo lo posible individual y colectivamente, a casi cualquier precio, para hacer frente a la pandemia viral, elimina en gran medida los demás puntos de vista. Desde hace meses, la única alternativa pensable en la autodeterminación humana ha sido la economía, lo que ha llevado a que las discusiones sobre la relajación de las medidas se centren en la cuestión de cuán caro resulta exactamente contener la pandemia. La pseudo racionalidad del imperativo virológico consiste en que se formulan riesgos potenciales del nuevo coronavirus sobre la base de datos inciertos, de tal manera que incluso se sugiere que se debería haber impuesto un confinamiento más temprano, más estricto y por más tiempo en Europa (véase Mukerji y Mannino 2020). Si el objetivo principal de las actividades en la sociedad en su conjunto fuera contener el virus, tal interpretación del riesgo teórico podría aplicarse según los datos fácticos y los estudios médicos. Pero la premisa unilateral de la teoría del riesgo (que no señala una salida a la crisis del coronavirus) es completamente absurda, ya que pasa por alto el hecho de que, en primer lugar, hay muchos otros riesgos para la vida (incluidos los virales, como la pandemia interminable del VIH), que no se convierten en la «máxima máxima» de la acción estatal, y en segundo lugar que las medidas tomadas para combatir el virus son en sí mismas riesgosas y que en algunos casos ya han producido y están por producir grandes daños colaterales.5

Aquí es donde entra un formato de observación de análisis crítico sobre la crisis del coronavirus, el cual me gustaría utilizar como modelo para una visión positiva del futuro. La crisis revela en esta óptica las debilidades sistémicas del orden global que ha surgido en el curso de una globalización interpretada en su mayoría de forma neoliberal, porque en efecto, esta crisis tiene lugar mayoritariamente en el orden simbólico: una representación de la pandemia viral ha absorbido toda la operación de los medios, así como la atención de casi todas las personas que viven en la actualidad y que pueden seguir los eventos mundiales en línea en tiempo real. En el caso de Alemania en particular, se puede afirmar que, afortunadamente, el disparo inicial para hacer frente a la pandemia fue impulsado por una visión moral. En vista de los peligros médicos, se hizo evidente de inmediato un consenso en la sociedad en su conjunto, en la forma de una ola gigantesca de solidaridad, interpretada en el sentido de que es nuestra obligación incondicional hacer todo lo posible a casi cualquier precio económico por proteger a las personas particularmente amenazadas del curso grave de la enfermedad y, por lo tanto, también para proteger nuestro sistema de salud de su saturación. A esta visión moral la llamo «el imperativo virológico».6

La realidad en crisis

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