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Virus y sociedad La crisis del orden simbólico
ОглавлениеMARKUS GABRIEL
El orden simbólico se ha visto sacudido desde que la Organización Mundial de la Salud declaró una pandemia viral en marzo de 2020. Los subsistemas formativos de la sociedad moderna se han descarrilado y tratan de frenar su rumbo deslizante bajo la lupa de una atención globalmente coordinada sin precedentes. El orden simbólico es el lugar donde la sociedad se representa a sí misma. La sociedad es el sistema máximo de transacciones sociales, nunca cerrado y por principio inaprehensible. Debido a que la sociedad no es aprehensible y ni siquiera puede aproximarse ni controlarse como un todo, siempre hay concepciones de la sociedad que están más o menos distorsionadas por su naturaleza. Por tanto, el orden simbólico es siempre susceptible a los engaños y autoengaños, las ideologías, manipulaciones, propaganda, etcétera. Es decir, a toda la gama de fenómenos que se generan debido a que las personas actúan en condiciones de incertidumbre, falibilidad, presiones del tiempo, incertidumbres y complejidades que nunca podrán eliminarse con éxito (cf. Gabriel 2020a).
Los virus pertenecen ontológicamente al reino de las entidades naturales. Las entidades naturales son aquellas cuyas propiedades son en su totalidad, o en gran medida, independientes de cómo las definamos como seres vivos dotados de espíritu, lenguaje o teoría. El SARS-CoV-2 tiene un determinado genoma de virus, nucleótidos, etcétera, cuyo análisis conducido en febrero de 2020 lo clasificó como perteneciente a la misma especie que el SARS-CoV.
Este punto se complica ontológicamente. La clasificación del nuevo coronavirus en la especie de SARS fue acompañada automáticamente de una evaluación de riesgos, ya que ha habido un amplio consenso durante más de una década de que el SARS es un virus particularmente peligroso para los humanos. El proceso taxonómico al comienzo de la crisis del coronavirus fue controvertido porque el uso del término SARS-CoV-2, como se le llama ahora, contribuye al hecho de que, como todos hemos visto, «[la gente] entra en pánico al pensar en una reaparición del SARS», contra lo que advirtió un grupo de virólogos chinos en la reconocida revista The Lancet a principios de marzo de 2020. «[El] nombre SARS-CoV-2 podría tener efectos adversos sobre la estabilidad social y el desarrollo económico en países donde el virus está causando una epidemia, quizás incluso en todo el mundo».1 La respuesta a esta sugerencia en el mismo número de la publicación se basa en el hecho de que la clasificación taxonómica como SARS-CoV-2 es genéticamente correcta, por lo que los autores conceden: «La relación entre el nombre de un patógeno viral y sus enfermedades asociadas es compleja» y por ello proponen en el futuro, desde un punto de vista médico humano, denominar una versión más inofensiva del virus, anticipada por uno de los dos grupos de discusión, como «coronavirus humano de baja patogenicidad, como LPH-CoV» a su debido tiempo2.
En esta foto instantánea de un complejo debate virológico se muestra rápidamente que el nuevo coronavirus no es de ninguna manera exclusivamente una entidad natural. Desde que nosotros como anfitriones notamos que la enfermedad, más tarde conocida como Covid 19, es causada por el virus, éste se ha venido entretejiendo en procesos socioeconómicos y, por lo tanto, se ha convertido en una entidad parcialmente social. A diferencia de una entidad puramente natural, una entidad social tiene esencialmente propiedades que sólo pueden explicarse si se tiene en cuenta la reacción coordinada consciente o inconsciente de varias personas cuyas acciones están alineadas con la entidad.3 Cuando las personas cooperan ante una situación peligrosa, esta situación se traslada a una dimensión social, lo que no significa que pierda sus propiedades naturales ipso facto: una entidad natural formateada socialmente sigue siendo (en gran parte) natural.4
La reacción a una pandemia viral, a diferencia de la lógica de la propagación de un virus, no es (en gran medida) natural. No existe (o al menos no se conoce) una sociobiología que nos permita entender a los humanos, es decir, explicar científicamente sus reacciones, particularmente en materia de política sanitaria ante la declaración de una pandemia viral. El hecho de que las fronteras nacionales se hayan cerrado dentro de Europa no puede explicarse sociobiológicamente, y sería una hipótesis extremadamente extraña suponer que la existencia de fronteras nacionales tiene una explicación sociobiológica.