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La visión de un orden poscoronial

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Gracias a la dinámica moral de la primera fase de gestión de la pandemia, en la que se trataba de la protección de la vida, se ha demostrado frente al público que es una mera excusa política afirmar que, por necesidades del mercado, no seamos capaces de crear un orden mundial moral cuyo objetivo sea poner en la cima de nuestros objetivos la sostenibilidad, la justicia distributiva y otros imperativos urgentes para mejorar las condiciones sociales más allá de las fronteras nacionales. En resumen: debemos y podemos permitirnos reconstruir el orden global en términos de objetivos moralmente justificables, incluso éticamente deseables. Lo que es posible para contener una pandemia viral no puede ser imposible para prevenir la crisis climática mucho peor y los diversos agravios que asolan a miles de millones de personas con pobreza extrema y escasez de suministros.

Mi visión positiva para el futuro se refiere a que hemos reconocido que somos capaces de progresar moralmente. Por lo tanto, no es una coincidencia que, en medio de la pandemia viral, estemos lidiando con problemáticas de carga moral –discusión sobre racismo, cambio climático, renta básica incondicional, explotación de humanos y animales en la industria cárnica, noticias falsas y populismo de derecha– con un enfoque inesperado. En general, el progreso moral consiste en hacer visibles los hechos morales parcialmente oscurecidos también para quienes se beneficiaron, directa o indirectamente, de mantenerlos en secreto.

El hombre es capaz de una moralidad superior, es decir de realizar cambios sistemáticos en el comportamiento que resultan de reconocer que hay cosas que debemos hacer y otras de las que debemos abstenernos. En la tradición filosófica, lo que debemos hacer se llama el bien, y de lo que debemos abstenernos se llama el mal. Nuestras situaciones cotidianas de acción en las condiciones de la división moderna del trabajo son, por supuesto, considerablemente más complejas que los escenarios éticos que han estado disponibles para la ética durante miles de años7. Esto se traduce en nuevos tipos de situaciones de acción que nos confrontan con problemas éticos que aún no han sido esclarecidos. Por tanto, como muestra la crisis del coronavirus, no es fácil saber qué debemos hacer por motivos morales. La ética en tiempo real en sistemas dinámicos interconectados globalmente se mueve de manera diferente de lo que podrían imaginar Platón, Aristóteles o Kant. Pero naturalmente, no se puede deducir que no existan hechos morales sólo porque no sean previsibles a priori en condiciones de sistemas de acción complejos. Los desafíos morales más urgentes del siglo XXI sólo pueden superarse si eliminamos los frenos de la ética local tradicional en favor de una perspectiva genuinamente cosmopolita y, por lo tanto, universalista. Los peligros existenciales para la humanidad en su conjunto asociados con la digitalización y el cambio climático, así como la competencia sistémica, ampliamente percibida, entre los Estados Unidos, la Unión Europea y China, afectan a todas las personas que viven hoy y a las generaciones futuras. Cualquier toma de posición estratégica sobre estas problemáticas que no tenga en cuenta su dimensión cosmopolita fracasará porque pasa por alto los hechos morales.8 Y esta deficiencia, a su vez, se hará visible bajo la lupa de la actual crisis del coronavirus.

Una crisis es una situación compleja de toma de decisiones cuyo resultado está abierto. Nuestra libertad se revela en las crisis porque el resultado depende en gran medida de las decisiones que tomemos como individuos y comunidades, y de cómo se mapean institucionalmente nuestros patrones de autodeterminación, lo que a su vez modifica la autodeterminación individual. Hay diferentes estándares, es decir, puntos de referencia que podemos utilizar para medir y evaluar la gestión de la crisis y, por tanto, un potencial, aún inexistente «mundo después del coronavirus». Algunas normas son de naturaleza local. Esto incluye en particular la mayoría de las normas legales que son fundamentales para la crisis del coronavirus (especialmente las leyes de protección contra infecciones), pero también requisitos y objetivos económicos que están vinculados a expectativas en una economía social de mercado, diferentes a las de la República Popular China, por ejemplo. Las normas morales, los valores que afectan a todos los seres humanos como tales, deben distinguirse, pues conciben nuestra acción individual y colectiva en términos de una normatividad universal y son, por tanto, el vínculo racional de la humanidad, el techo bajo el que todos estamos.

En lugar de un «mundo después del coronavirus», me gustaría hablar de un orden poscoronial, que supone que el nuevo coronavirus probablemente no desaparecerá, sino que se infiltrará en las estructuras sociales (como el VIH). Es muy poco probable que este virus, como la viruela, pueda erradicarse en gran parte o por completo mediante una vacuna. E incluso si este golpe de suerte ocurriera, se encuentra varios años en el futuro, por lo que definitivamente habrá un orden poscoronial, pero no necesariamente un mundo sin coronavirus. Mi visión positiva para el orden poscoronial es que ahora deberíamos aplicar a los grandes desafíos del siglo XXI la brújula moral universal que usamos al comienzo de la pandemia con respecto al imperativo virológico. Estratégicamente, esto significa que tenemos que romper con la idea de que los valores universales de libertad, igualdad y solidaridad son específicos de Europa y de que la Unión Europea debería actuar ahora «contra» los Estados Unidos o «contra» China con su formato de valor correspondiente. Los valores morales no pueden encontrarse en una competencia sistémica, la trascienden al igual que los desafíos que enfrenta la humanidad hoy. Existe una posibilidad real de que en el curso de la crisis del coronavirus creemos un orden moral que apunte a la cooperación y a encontrar una imagen propia global de la humanidad. Esto presupone que hay que superar el pensamiento contenido dentro de las fronteras nacionales, el cual durante la pandemia viral también nos ha puesto en un peligroso desequilibrio en Europa, porque los estados nacionales han entrado en una competencia de higiene que apenas disminuye gradualmente.

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