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CAPÍTULO I

LA TEORÍA DE ULISES

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Dicen que en tiempos remotos todo fue creado por fuerzas misteriosas, incluso pienso que algún suceso mágico tuvo que ver con el cosmos, que por alguna razón algo o alguien colocó a los astros de manera específica para plasmar objetos, personas y animales en el espacio. Que las constelaciones encierran en su configuración voces y decretos del universo para los seres de este globo terráqueo.

Un día revisando mi libro de ciencias naturales me di cuenta de que sabíamos del origen de la Tierra, leí por ejemplo, las teorías fantásticas acerca del primer ser humano. Pero no encontré algo que hablara acerca de la procedencia de algunos objetos o cosas misteriosas. Revisé las historias de cuando el fuego fue inventado en épocas primitivas y que por fuerzas del destino una chispa lo ocasionó. Pero no encontré respuesta de algo que me inquieta desde que tengo uso de razón ¿esa enigmática chispa qué era? era algo fácil de pensar y difícil de responder. Mi gen científico me acercó a las siguientes respuestas: Pudo ser simplemente una reacción química, un ser extraño o un ente de otra dimensión con forma de chispa. Pero después, otra de mis reflexiones me llevó a la hipótesis de que era una luz mágica del cosmos.

La chispa que generó el fuego para mi juicio, debía poseer alguna explicación sobrehumana. Aunque para ser honesto y sin saber aún la naturaleza de aquella chispa, afirmo que alguna fuerza especial la puso en el momento preciso y el lugar adecuado.

También analicé de cuando las máquinas llegaron a sustituir al hombre. Pero nadie me explicó acerca de cómo aquella cosa intangible, sin forma ni cuerpo, sin luz ni obscuridad llamada “tiempo”, había sido atrapada fácilmente por los humanos en otras máquinas.

Fue atrapado en el reloj u objetos como los calendarios y que a pesar de estar preso podía hacer esclava a toda la humanidad. El tiempo en sí, me pregunté ¿es real o imaginario?

Poco a poco me cuestioné de otras cosas extrañas e inexplicables como el sonido que producen las caracolas de mar dentro de ellas o de cómo murmuran o guardan aromas los objetos de las casas. Entre más me respondía, algo en mi cabeza me obligaba a preguntar más y más acerca de todo. Como cerebro sediento, mis neuronas necesitaban ejercitarse tratando de entender las cosas de mi mundo, pero una vez mi madre llena de impaciencia por mis interrogatorios me dijo que no me preocupara, que al crecer entendería muchas cosas de él. Su gran amor de madre me había advertido sobre el exceso de preguntas y sé que al decirme esto seguramente quería postergar mis descubrimientos o mejor aún, evitarme la locura.

La última esfera

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