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¿Qué tienen que ver los caballos con todo esto?

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Los primeros caballos, tal como hoy los conocemos, aparecieron en las llanuras africanas al mismo tiempo que el homo habilis, aproximadamente hace cuatro millones de años. Esto sucedió después de cincuenta millones de años de evolución desde su antepasado conocido más antiguo, el Eohippus o caballo de la aurora, un animalillo ungulado del tamaño de un perro. A partir de entonces, caballos y hombres evolucionaron en paralelo desarrollando diversos sentidos con una finalidad común: salvarse de los depredadores.

Ambas especies coincidieron hace más de siete mil años y desde entonces no se han separado. Ninguna otra especie animal ha estado tan unida ni ha contribuido tanto al desarrollo de nuestra civilización como los equinos. En la guerra, en el campo, como forma de transporte o como deporte, los caballos y los hombres han funcionado como un gran equipo con mucho éxito. Hasta hace tan sólo cien años, toda la Sociedad tenía relación, en menor o mayor medida, con estos animales y, a pesar de la revolución industrial, hay todavía setecientos cincuenta millones de caballos en el planeta y una afición creciente a ellos en deportes, terapias, o en formación de la personalidad o del liderazgo. Todo ello demuestra que siguen muy presentes en nuestro mundo.

Nada de esto hubiera sido posible si no hubiéramos compartido determinadas cualidades que hacen que nuestra relación sea única. Por un lado, somos dos especies eminentemente gregarias que vivimos en grupos organizados. Por otro lado, humanos y caballos estamos dotados de una enorme curiosidad, capaz de ayudarnos a avanzar y a vencer nuestro miedo ancestral a lo desconocido. Por último, las relaciones de unos y otros con sus congéneres se basan en el afecto. Estas tres características esenciales hacen que, en nuestra forma de garantizar la supervivencia como especie, sea más lo que nos une que lo que nos separa.

Además, existen otros extraordinarios paralelismos de comportamiento entre caballos y hombres, adquiridos y compartidos después de tantos miles de años de convivencia. Al conocerlos mejor, nos damos cuenta de que las personas no somos tan diferentes de estos animales. Ellos son sencillamente más simples. Pero es precisamente en esa descomplicación donde radica su gran poder de enseñanza. Frente a la acuciante complejidad que nos rodea (de la que habla magistralmente Tim Hartford), gran parte de la cuestión de la que trata este libro se centra en la necesidad de volver a los esencial (lo que los anglosajones llamarían back to basics). Como la vieja cita, “el arte ecuestre empieza con la perfección de las cosas simples”, este libro trata de la necesidad de volver a ser simplemente nosotros mismos y de tomar perspectiva acerca de cómo estamos haciendo muchas cosas en el mundo de las organizaciones para empezar a trabajar desde la coherencia y el intercambio inteligente con otros.

“Si quieres ser parte del futuro debes jugar un papel activo en su creación”

Pablo R. Picasso

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