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Capítulo 3 EL RUMBO

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Alberto Fernández había asumido su mandato. Luego del discurso, (17) siguió adelante con el que sería un día largo y repleto de señales sobre lo que vendría.

A la salida del parlamento subió a su coche y encabezó la lenta marcha hacia la Casa Rosada. De contramano por avenida de Mayo, en un recorrido un tanto caótico, se vivieron momentos singulares durante los cuales muchos de los presentes se arrojaron sobre el auto que contaba con una modesta custodia que fue sobrepasada en más de una ocasión. Frente a su marcha, cuatro motos se abrían paso, y detrás una camioneta y dos móviles de seguridad cerraban la comitiva; esta escena contrastaba de forma notable con lo que había sucedido cuatro años antes, cuando quien realizaba ese mismo recorrido era el ingeniero Macri en una S.U.V que lo transportaba escoltado por cientos de granaderos a caballo y un ejército de hombres de negro encargados de que nadie se acercase al vehículo.

Cuando arribó a la casa de gobierno, Fernández ingresó por la explanada de avenida Rivadavia y subió las escalinatas acompañado por su pareja Fabiola Yañez y su hijo Estanislao. Por otro lado, sobre calle Balcarce, los humos que se elevaban dejaban adivinar choripanes y hamburguesas asándose sobre parrillas para nada improvisadas que volvían a ofrecer sus productos a un mar de gente que usaba más remeras que camisas y más ojotas que zapatillas. Las banderas de las diferentes agrupaciones políticas empezaban a desplegarse y diferentes bandas de rock nacional sonaban como telón de fondo de aquella fiesta popular celebrada en la plaza de mayo repleta a pesar de los 34 grados de temperatura (llegarían a 36) combinados con un cielo prístino y un sol radiante.

Ese mismo día, a las 7:13 AM recibí un mensaje de WhatsApp; era Olmos: “Tenemos vice del Banco Nación”, dijo. Yo estaba despierto desde hacía casi una hora mirando los noticieros y leyendo diarios por internet. 7:14 respondí con una pregunta en tercera persona: “Tombo, vice?”. “Así es, desde ese lugar vas a poder impulsar con más fuerza la agenda sobre la que charlamos”, confirmó. Este era un anticipo, la formalidad vendría unos días más tarde, ya que en política hasta que no se firma, todo es relativo. Junto con ese mensaje me invitó a la jura de ministros, que sería cerca de las 16 hs. Llegué a las 15, me acerque a la reja lateral, pasé el control y caminé hacia el ingreso al Museo del bicentenario donde se realizaría el acto. Al principio todos tenían lugar para tomar asiento sobre unas sillas plegables tapizadas en pana oscura con cartelitos que indicaban las reservadas para los familiares de los ministros y secretarios. A medida que se fue llenando, el grupo de protocolo corría, reacomodaba y agregaba filas de asientos por delante hasta quedar a menos de dos metros de aquella especie de tarima sobre la cual luego se encontraría el nuevo gabinete para llevar a cabo su juramento.

Mientras subía la temperatura llegaba más gente, hasta que finalmente, a las 17:35 apareció el presidente acompañado de su equipo de gobierno y dio inicio al acto. Mi asiento estaba junto al de la familia de Martín Guzmán, y al lado de Delfina Rossi, directora del Banco Ciudad, e hija de Agustín Rossi, quien estaba asumiendo como ministro de Defensa de la Nación.

Cuando el evento terminó, nos retiramos por los pasillos que conectan el Museo con la Casa Rosada. Mezclado entre los miembros del gobierno, subí las escaleras alfombradas hasta llegar a la puerta del despacho presidencial. Tenía una sensación de enorme curiosidad ya que, más allá del resultado de esta nueva gestión, esos siempre son momentos que pasan a formar parte de la historia; me sentía parte de un libro escribiéndose en tiempo real, al compás de cada suceso que ocurría a mi alrededor.

Continué con mi improvisado tour y vi ministros que hacía unos minutos habían jurado su nuevo cargo. Ya sobre la planta baja, me crucé con periodistas que cubrían el evento desde la mañana, a muchos de ellos los conocía de años anteriores, y me quedé conversando un rato cerca de una mesa, que se había improvisado para el “catering” que incluía vasos descartables con gaseosa, manzanas y mandarinas. Caminé un poco más hacia la salida y me paré detrás de una valla que formaba un pequeño corredor que conectaba la casa de gobierno con el escenario; a través del cual pasarían Alberto y Cristina solo un rato más tarde. La ubicación era emblemática ya que se encontraba sobre la mítica puerta de Balcarce 50, que en realidad no es la que usan los mandatarios para ingresar al palacio de gobierno, dado que siempre lo hacen por la puerta que da a Rivadavia y donde al ingresar están los bustos de los expresidentes y el acceso directo a la escalera central que conduce al despacho presidencial.

Mientras el sol se escondía detrás de los edificios situados al oeste de la ciudad, la jornada estaba llegando a su fin. El cierre fue mágico; los últimos en cantar fueron Lito Nebbia y Juanse. Luego, todos los músicos que habían participado del acto, subieron al escenario para cantar el himno junto a la orquesta nacional de instrumentos autóctonos, en una versión sencillamente inolvidable. Pude escuchar al maravilloso Lito Vitale en el teclado a la par de bombos, flautas, violines, un chelo y la emoción interminable de decenas de miles de personas que entonaron la melodía patria cantando sus estrofas en un grito único y diverso. A las 20:10, el presidente y la vicepresidenta cruzaron aquel corredor sobre el que había esperado verlos pasar. Subieron ágilmente y yo me escabullí debajo del escenario ubicándome en la primera fila, mezclado entre la multitud, para poder escuchar los discursos.

Casi como en un guiño a la historia, en el preciso momento en que los dos dirigentes más relevantes del país aparecían para celebrar junto a sus militantes, sonó “Deja vu” de Gustavo Cerati. Sin poder esconder la emoción, ambos mandatarios ofrecieron discursos cargados de contenido político en la que sería la última fiesta popular de esa magnitud durante mucho tiempo.

En los días siguientes, el gobierno se mostró sumamente activo a la hora de poner en debate un conjunto de medidas para atender la agenda que, desde la visión del Poder Ejecutivo, colocaba el eje en la recuperación del consumo y la protección de las fuentes de trabajo. Buscaba preservar el nivel de reservas del Banco Central, sumar condiciones que permitieran renegociar los vencimientos de la deuda externa contraída entre 2015 y 2019 y, fundamentalmente, desplegar estrategias que atiendan de manera urgente el avance del hambre que mostraba signos de extrema gravedad en cuanto a las cifras de pobreza e indigencia.

El set de medidas tuvo como punto de partida una limitación fundamental que dejó la gestión precedente: el Presupuesto Nacional no tuvo tratamiento, tal como lo anticipaba Fernández en su discurso de asunción: “En este contexto, he decidido que no le daremos tratamiento parlamentario al Presupuesto Nacional proyectado por el gobierno saliente para el ejercicio 2020. Sus números no reflejan ni la realidad macroeconómica, ni las realidades sociales, ni los compromisos de deuda que realmente han sido asumidos. Un presupuesto adecuado sólo puede ser proyectado una vez que la instancia de negociación de nuestras deudas haya sido completada y, al mismo tiempo, hayamos podido poner en práctica un conjunto de medidas económicas, productivas y sociales para compensar el efecto de la crisis en la economía real”.

Desde hacía tiempo que la ley de leyes resultaba letra muerta para la gestión pública, a tal punto que cuando miramos los supuestos macroeconómicos, sobre los que se elaboraban aquellos presupuestos, y lo comparamos con lo que pasó en la realidad (Tabla 1), podemos entender el tamaño del dibujo que representaba lo que en realidad debe ser una herramienta central de la gestión pública.

TABLA 1



La otra campana

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