Читать книгу El atajo - Mery Yolanda Sánchez - Страница 8

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CUATRO

Con ansiedad atravieso El Charco. Cada paso es andar en agua caliente. Saludo y nadie contesta. Sus rostros se mueven al compás de mis acciones. Hay viejos con torsos desnudos y vuelvo a papá. Y en las mujeres está mamá. Freno el pedal de su costura. Era un misterio que ella pudiera mover una rueda con sus pies para sacar los trajes que se lucían en celebraciones especiales. Un ligero dolor en la garganta. Nada se mueve y quienes caminan lo hacen con tal cansancio que es fácil medir su motricidad. Sí, es otra la velocidad, otro el sentido de la quietud.

Extrañé el vaso de agua, mi familia y mis amigos. Ese tinto al ser acogidos en el goce de una conversación.

Busco al alcalde. Aparece un señor grande cuidado por dos que llevan ametralladoras. Evitó recibirme en su despacho. Se mostró molesto por mi visita y exigió que las capacitaciones no fueran en San Andrés de Tumaco. Aclara que los municipios del litoral deben tener una atención especial e independiente. Miro a sus acompañantes y aparece un tic en mi ojo izquierdo. Jamás había tenido tan cerca personas armadas. Luego de la intervención del funcionario, quien sustentó de manera reiterada la pobreza de la zona, llamaron a sus amigos para conformar el comité de lectura.

Al encuentro llegó una monja que nadie vio ni escuchó. Estaba tan enredada con Dios que no entendió nada. Tomó nota y revisó mi presentación. Pedí otra reunión, con maestros, con jóvenes, pero fue imposible. Empezaba a vivir en permanentes actos fallidos.

El puerto se convierte en un patio para jugar. La embarcación se mueve y yo en su vaivén. Papá salta entre los peces muertos. Ahora se hunde, muestra las puntas de sus dedos. Flota su camisa aún con el cuello almidonado. Al otro lado, el señor A. juega en el trapecio. ¡No! Alguien lo cuelga hasta sacarle la lengua.

El atajo

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