Читать книгу El atajo - Mery Yolanda Sánchez - Страница 9

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CINCO

Debía hacer un triángulo con base en El Charco para desplazarme a Santa Bárbara Iscuandé y La Tola. Aprendí que la logística para el transporte debía hacerse con mucha anticipación.

Hombres en las puertas de las tiendas agotan, en voz baja, las últimas historias. Consulto la salida de las lanchas y otra vez las interpelaciones. No, yo vengo… y devolver la página para revisar el texto preparado según la locación. Un nudo en mi cuello repite el sentido de mi presencia y amenaza con ahorcarme. Esa esquina difiere de los principios de diversidad y pluralidad, corta con su filo el doblez de mi pierna derecha.

Voy de un lado a otro en busca de salida. Nada. No responden y si lo hacen, contestan algo que no he preguntado. Concluía respuestas por su gestualidad. Esconden sus ojos de los míos. La desconfianza es el primer mandamiento. En varias oportunidades intenté sonreír. Quizás mi actitud se leía como un destello de terror.

Pocas veces se interactúa cuando se viaja. La sospecha es mutua. Conocí a un señor de Misión Médica quien, después de mis lamentos: No se preocupe por el salvavidas que le han robado, solo sirve para encontrar los cadáveres, si no se sabe nadar con el mar, no hay nada que hacer.

Me advirtió que tenía pinta de pertenecer a la guerrilla. ¿Por las botas? ¿Por el pantalón? ¿Por las gafas? ¿Por el cabello largo? No, porque en la guerrilla es que hay personas como usted, bueno, de su color.

El médico quiso seguir su parlamento, pero en ese instante se nos vino encima una lancha como si fuera perseguida. Quedamos enterrados en el monte para evitar el choque. Incidentes como este eran tan frecuentes que terminé por acostumbrarme.

El señor A. leyó en una hoja que cayó en sus pies sobre alguien que viajó en una máquina y cruzó el miedo entre la realidad y la ficción. Que en adelante no tuvo preocupaciones porque sabía que cualquier día quedaría en el fondo, con una ostra en el fuego del agua o en la lectura de nuevas rutas por la jungla.

La provincia es de afrodescendientes y están a la derecha, de cara a algo entre río y mar, a manglares y esteros, a algo indefinido, no preciso. Están de cara a qué, no sé. Segunda advertencia: no preguntar.

El atajo

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