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Agradecimientos

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Muy a riesgo de precipitarme a lugares comunes tengo ciertas gratitudes para manifestar, no por el solo hecho del cumplido o por recordarles lo mucho que ha valido su colaboración, sino para reservarles por siempre un lugar en mi corazón.

En principio a mis queridos hijos. Su constante compañía, su cariño y su comprensión han sido para mí el sostén de mi vida. Así como también mi objetivo constante de velar por su bienestar. Como todo padre debo haber fallado en algunos casos y más allá de que terminen siendo muchas o pocas veces, siempre conservo en mi alma la sensación de tener que hacer algo más. Pero siempre he hecho todo lo que pude aunque prometo seguir haciendo aún más. En todos los hechos cotidianos que puedo intento resarcir todas aquellas cuestiones por las que he dejado algunas heridas y, aunque muchas hayan resultado inevitables, el sentimiento de culpa también lo es.

Seguramente no han sido solo ellos los que en el camino han quedado con alguna herida. Con todos me disculpo con mi más sincero arrepentimiento. Sucede que por elección o por naturaleza, los hechos de la vida han sido tan vertiginosos que a menudo no dejan tiempo para suavizar una por una todas las incomodidades que cada decisión conlleva.

A mis padres no solo les agradezco su presencia constante y su enseñanza ilimitada. Educación a la que nunca le han reservado un lugar fijo, ni un horario determinado, ni la han ejecutado ante una situación especial. Su tarea ha sido tan sin ningún preaviso y con tanta claridad que sus beneficios se han prolongado por siempre al punto que han ocupado muchas de estas páginas. Por eso también les agradezco el hecho de que su legado perdurará en mayor o menor medida en las siguientes generaciones de mi familia y de la de muchos de los que me conocen.

A mis nietos les auguro la misma felicidad que les deseo a mis hijos y que mantengan sus oídos, sus ojos y sus corazones bien abiertos para aprender tanto o más que sus padres.

A Marcela, compañera y amiga. Con ella, para cuando ocurrió la publicación de la primera edición, los sentimientos eran más estrechos, pero a menudo la vida tuerce los ánimos para un lado y para el otro convirtiendo unos sentimientos en otros, luego de los cuales han quedado unos buenos gratos recuerdos. Ha sido testigo de litigios de distinta índole, algunos de los cuales relato en estas páginas. En todos me ha sabido interpretar y comprender y en todos los casos también me ha acompañado con su buen corazón. En particular he de agradecerle su don de buena persona y su calidad humana y, por si fuera poco, la predisposición y entusiasmo que ha puesto en su traducción al inglés de este libro.

A mi hermana Livia no puedo dejarla de corresponder con mi afecto por todas las atenciones que desde siempre ha tenido conmigo y darle las gracias por el reparo que con gran predisposición ha hecho sobre cada uno de los huecos y los saltos en el tiempo que se me produjeron a lo largo de todo el relato.

A Alberto Miramontes mi gratitud por su predisposición para escucharme, para volverme a preguntar sobre cada cosa y para interpretarme con la fidelidad que era necesaria para volcar al papel todo lo que andaba suelto en la memoria.

Por último a todos aquellos que desean un país mejor, desde el fondo de mi alma los convoco a participar con su trabajo constante, exhaustivamente constante, sin pausa y honrado para que nuestro país sea un campo infinito de oportunidades en la que la emigración de nuestros hijos y la de nosotros mismos deje de ser una opción.

Hasta siempre.

Miguel Bornaschella

La satisfacción de haberlo logrado

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