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Prólogo

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Antes de que los huecos de la memoria se sigan pronunciando y terminen desbaratando la idea inicial, he decidido dar testimonio. Tengo esa intención desde hace algún tiempo, pero la he precipitado por distintas razones y ahora se me ha hecho imperativo responder a ese mandato interno.

Cuando la idea apenas florecía parecían ser apenas una acumulación de vivencias que se perdían y se volvían a encontrar a través del largo camino transitado. Por entonces apenas eran una colección de anécdotas que fui contando cuando me parecía apropiado y cuando ocurría algún suceso que mandaba oportunamente a la superficie la moraleja de la anécdota. Los hechos cotidianos traían los recuerdos de allí para acá de manera que no era ningún esfuerzo volver a contarlas, repetirlas, inclusive alguna vez a las mismas personas –aun cuando me interrumpían para advertírmelo– y así transmitir la moraleja correspondiente, graficar la vivencia a mis hijos, mis nietos, a mis amigos a los que fueron y son mis empleados y también a sus familias. ¿Será jactancioso tratar de enseñar? No es mi propósito. Tampoco creo ser jactancioso cuando he dicho que me gustaría dejar un testimonio.

Mi historia es otra historia más, tan sencilla y delicada como la de cualquier otro inmigrante italiano. Pero con tantas ansias de superación que es lo que termina por diferenciar a unos de otros y con la satisfacción de haberlo logrado. No por el reconocimiento público, ni por la superación al semejante, sino por la superación a sí mismo. Me daré por satisfecho si puedo dejar en claro que me he superado porque así lo siento cada mañana y cada noche y sigo intentando hacerlo día a día.

Volviendo a las partículas que fueron el germen de esta historia, las anécdotas se han ido precipitando y acumulando en el tiempo con la misma dinámica y con la misma inconsciencia que se han juntado los años. Mi padre me contaba muchas historias, suyas, de sus familiares y de sus amigos. Yo lo escuchaba con mucha atención, y con mucho asombro por la cantidad. Siempre tenía alguna para contar. En una ocasión le hablé de mi asombro por ello y él me respondió que yo mismo tendría muchas cosas para contar, que lo presumía por mi manera de ser, y que iba a ocurrir ni bien juntara apropiadamente los años necesarios.

Ahora se me ocurre que ya no es el momento de recopilar anécdotas. Viendo todo desde aquí y hacia atrás advierto con claridad el hilo conductor y me imagino la historia armada. Pondré todo el empeño para mantener el orden cronológico y ser gradual al momento de volcar las emociones. Pero no puedo garantizarlo.

Afortunadamente he viajado en el tiempo conectando el sufrimiento de aprender con el momento de aplicar lo experimentado. De manera que, ante todo, el testimonio me lo estaré dando a mí mismo.

Se me ocurre graficar la vida del inmigrante y tal vez en mayor medida el que ha inmigrado a la Argentina como una vida partida al medio. Al momento de emigrar llena su corazón con la alegría de sostener una esperanza, pero la nostalgia tampoco le da tregua. Y entre ambas cosas ha de debatirse todo el resto de su vida. Es una historia de viajes circulares. Mi inmigración (o mi emigración, según de cuál lado del océano lo estén leyendo), como la de tantos otros, se ha visto continuada con la emigración de algunos de sus hijos. Pero aun si eso no ocurriera, la vida del inmigrante está partida en dos. Aun cuando, como en mi caso, se produzca a corta edad. Un pedazo de la vida queda del otro lado del océano, preguntándose qué hubiese ocurrido de no haber ocurrido ese destierro, esperando el momento de los reencuentros, preguntándose, como seguramente lo ha hecho mi padre, si la decisión fue la correcta o, como ha afirmado mi madre, sin temor a equivocarse, que definitivamente no lo era. Si allá o aquí hubiese sido más fácil o más difícil.

En definitiva, la vida ha sido y continúa siendo redonda. Accidentada por crecer y perder, recuperarse y volver a perder, tomar aire y continuar y sufrir una fatiga interminable, decaer, no deprimirse, llorar lo suficiente como para aprender, reír lo necesario como para continuar y ser optimista por naturaleza aceptando el sinsabor con naturalidad, como una circunstancia irremediable.

En esta aventura interminable por ahora, he quedado a la vista de todos, por insufribles que hayan sido las consecuencias, nunca me he escondido, ni para reír ni para llorar cuestiones que se han producido casi por igual.

En esas vueltas de la vida hay muchos espectadores. Amigos fieles y otros que desconfían y otros que subestiman, unos que se alegran por el resurgir y otros que esperan la nueva caída y dejan de ser espectadores para estar expectantes, algunos para volver a ayudar y otros para disfrutar del infortunio.

Hacer es muy difícil. Proponerse los objetivos, manteniendo un cierto orden y acotando las metas es bastante sencillo, pero a poco de comenzar los obstáculos crecen con una naturalidad que terminan pareciendo una burla del destino. En el plano más terrenal y un poco más mezquino, la política económica siempre mete sus pezuñas y la política en general hace unos estragos cuyas consecuencias sufrimos día por día en tanto nuestra participación, la de la gente común no se haga cada vez más masiva, natural y efectiva. Ese también es parte de mi testimonio. La participación indispensable para cambiar nuestro destino y culminar siendo lo que realmente nos merecemos. Si otras gentes en otras latitudes lo logran, por qué no lo hemos de lograr nosotros. En aquellas latitudes, con otros climas, otros suelos y otras suertes existen seres iguales que nosotros, con la misma sangre, con el mismo sudor, las mismas lágrimas, que se superan cotidianamente, naturalmente, sin gritos y sin estridencias y generalmente lo logran. ¿Lo lograremos nosotros? Cada uno se responderá en su momento, en la intimidad de su alma, desde su lugar, pero lo que no deberá dejar de ser es sincero consigo mismo. Desde mi lugar no podré obligar a nadie a pensar lo que no quiera. Lo único que puedo hacer es poner en palabras mi experiencia y lo que he aprendido de ella.

Espero poder dejarlo lo más claro posible.

La satisfacción de haberlo logrado

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