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El perro en llamas en el monasterio de El Paular

La acción de esta leyenda se sitúa en la sierra Madrileña, concretamente en Rascafria. Colindante, cerca del puente del perdón, en el camino de la horca y la que fuera residencia del verdugo local. Es y era una zona bosquejada con álamos blancos. Hablo del monasterio del Paular y de los que fueron sus habitantes, los monjes benedictinos. Su edificación data del 29 de Agosto de 1390. Por sus habitaciones han morado Giner de los Rios, Pio Baroja, El marqués de Santillana, Jovellanos, o el mismísimo Rubén Dario. En sus habitaciones se meditaba, se escribían versos, y el presidente de la república Manuel Azaña, descanso varias noches. El Marqués de Lozoya lo catalogo como joya sinpar, y el monje benedictino Ildefonso M. Gómez en su libro “El Paular, poesía y leyenda” enumera y desglosa vivencias, leyendas e historia. La literatura está muy ligada a este lugar, tanto es así que en este sitió se fabrico y distribuyo el papel en el que se imprimió la primera copia del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Pero la historia que me cautivo y que llamo mi atención es la que se refiere a las obras de caridad que realizaban los monjes benedictinos. Todas las mañanas, a primera hora abrían sus puertas para dar limosna y alimentos a los mendigos. Uno de ellos un día llego tarde y quedo a las puertas sin alimento, muriendo de hambre. Los monjes, infringiendo sus propias normas, lo recogieron y dieron sepultura en el claustro. Durante varios días y semanas las campanas que avisan las labores de los monjes suenan una hora antes. Todo apuntaba a que era el espíritu del mendigo y decidieron sacarlo de allí y tirar su cuerpo al estanque de la huerta. Desconcertados, las campanas volvieron a sonar y uno de ellos estupefacto comprobó como un perro en llamas las hacía sonar y cuando finalizaba, se dirigía a la que fue tumba del indigente. ¿Estaba el mendigo condenado al infierno? No lo sabremos nunca probablemente, pero si se sigue comentando que todos los días a las doce de la noche, en el patio principal, se oyen los ladridos de un perro.

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