Читать книгу El poder de la derrota - Miguel Ángel Martínez López - Страница 5

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Amargura

El mismo tren, la misma gente, todo igual pero teñido de amargura. Mi mente ausente en su trajín de levantar —inútil esfuerzo de mi débil voluntad de Sísifo— la pesada roca de la memoria, que vuelve a rodar abajo, cayendo una y otra, y otra vez, en el mismo sitio, en la misma llaga, en la misma sangrante llaga del recuerdo.

Pasamos por el túnel. Veo mi cara reflejada en la ventana. Me esfuerzo en observarme para que no se me note. Interpreto el papel de mí mismo. Pero no soy yo mismo. Esfuerzo inútil.

Salimos del túnel y la luz destruye mi reflejo. Contemplo el paisaje. El mismo paseo, las mismas acacias lo custodian, el mismo autobús, los mismos coches, malditos coches, todo igual pero en colores pardos: blanco pardo, verde pardo, rojo pardo... todo pardo, pardo oscuro. Los coches no, no son pardos, son negros, negro asfixiante, negro macizo de oscuridad tan profunda que llega a cegar la mirada.

El interventor se acerca.

—Buenos días —alargo mi billete—, le hemos echado de menos. ¿Una gripe? —le sonrío—. No tiene buena cara. Hay que cuidarse.

—Muchas gracias —casi sin voz, respondo.

Él se aleja. Apenas llegué a oír mis palabras, el dolor se me coló como un ladrón entre los labios entreabiertos y me atraviesa como un rayo. Siento rabia de esta mordaza de silencio que me atenaza el alma. Si pudiera gritar, al menos desahogarme. Pero ¿cómo contar en dos palabras que parte de mi vida se ha quebrado, que la sangre de mi sangre ya no fluye por sus venas? ¿Cómo explicar este dolor que aplasta y vicia el aire hasta sentir con asco el estar vivo?

Pierdo la vista en el difuso horizonte mientras lloro en lo profundo de mí mismo sin que nadie lo note, al menos eso creo.

Me rodea una soledad aplastante de seres extraños que viven en un mundo diferente, que no es mío, el auténtico. Ellos ignoran la verdad desnuda que es un corazón sufriendo. Hacen como que viven y no saben. Hacen como si estuvieran vivos pero ignoran que sólo están jugando a un juego bisoño e inocente que no se parece a la vida real más que en los trajes y en la forma de mover los labios cuando hablan.

Sigo llorando en mi cueva de silencio. Así hasta el final de mi trayecto.

El poder de la derrota

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