Читать книгу El poder de la derrota - Miguel Ángel Martínez López - Страница 8
ОглавлениеEl trabajo
El trabajo me ofrece su rutina. Ocupo mi puesto. Se acercan mis compañeros indecisos a cumplir la cortesía incómoda del pésame. Les agradezco el gesto en lo que tiene de humano. “Te acompaño en el sentimiento”, “Lo siento”. Sin embargo, es todo tan ridículo; ni pueden, ni quieren acompañar mi dolor hasta el infierno en que me encuentro. ¿Lo sienten? ¡Faltaría más! Pero ¿qué sienten? ¿Cuánto lo sienten?
Trato de espantar estos negros pensamientos hacia aquellos que, más o menos torpemente, vienen a manifestarme su cariño.
Los papeles se escurren en mis manos, los asuntos patinan en mi mente, las palabras sólo mojan mi epidermis, pero en nada me afectan. Por dentro estoy seco, como un tronco quemado. Leo los informes, me hablan compañeros, pero yo estoy ausente, pienso en nada. Al sufrimiento de la memoria se suma el de la impotencia de volver al mundo. Me siento tan incómodo, estoy y no estoy. Me rodea un ruido de fondo molesto e insidioso. Mi corazón da vueltas en torno siempre a lo mismo: “ya no está”, como un disco rayado apenas sin volumen que sólo escucho yo en medio del jaleo de una música extraña que son los otros, y que no consiguen sino deformar el coro atormentado que machaca mi oído, haciéndolo más grotesco, agudo, doloroso: “ya no está”, “ya no está”, “ya no está”…
El tiempo pasa despacio, muy despacio. Se hace insoportable. ¿Cuánto ha de durar esta tortura? Intento concentrarme en el trabajo, pero nada consigo.
Mi capacidad de disimulo ha fracasado. El jefe se aproxima.
—Antonio, ¿por qué no te coges unos días y haces un viaje? Un conocido mío sufrió algo parecido, se marchó con unos parientes, a un lugar donde nada le hiciera recordar y consiguió dejar pasar el tiempo hasta que...
—Hasta que le fue soportable la memoria —concluí yo en absoluto silencio.
—No te preocupes de todo esto. Tú descansa y trata de reponerte y rehacer tu vida —me preguntó con los ojos si aceptaba y yo le respondí con la cabeza.
—Me convendrá adelantar las vacaciones.
Con una pereza informe que atenazaba todos mis movimientos, entre apretones de mano, sonrisas tristísimas y manos que se posaban en mi hombro, abandoné el calvario que habitaba en mi oficina.
Una vez en la calle comprobé que todo el dolor del mundo se había quedado conmigo.