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CAPÍTULO 2
PRIMERA DOCUMENTACIÓN DE LA NOVELA
ОглавлениеEscritora Bernarda, año 2000.
Me levanté temprano, el agua estaba alta. Desde la terraza veía el muelle. Ese mediodía vendría la lancha almacenera y ya tenía la lista con los comestibles que necesitaba. También había anotado cerillas y algo de carbón. Puse unos troncos en el hogar y avivé el juego que había quedado toda la noche encendido. El ambiente estaba cálido y afuera se veía que ese amanecer había helado. Un tono blanquecino lo cubría todo. Los eucaliptos estaban pelados con las ramas oscurecidas por el frío.
Había decidido pasar todo el invierno escribiendo. Hacía mucho tiempo que me daba vueltas esa historia. Pasé todo un año documentando la parte histórica. Recorrí periódicos, hablé con historiadores, periodistas y familiares de gente que estuvo en el poder en 1950, gobierno de Juan Domingo Perón. Ya tenía en mi poder varios libros donde se relataba el período histórico de esos años. Pero el tema me empezó a dar vueltas al escuchar las historias que me contaron de la casa vecina a la mía.
Justo en ese momento desde mi ventanal la miraba, preguntándome tantas cosas ocurridas en esa familia. No dejaba de mirarla. Estaba a una distancia de unos 100 metros, pero en esa época la propiedad estaba dentro de una gran quinta en donde Frau Hilde, la Frau, como la llamaban los isleños, ayudada por gente del lugar. Se dedicó al cultivo de frutales y arbustos de camelias blancas. Todavía la zona conservaba las plantas de camelias, hoy transformadas en árboles. En mi jardín tenía una muy grande, de unos cuatro metros de altura, color blanco, como la que inmortalizó Cocó Chanel en sus trajes. Los que pasaban con sus lanchas los fines de semana, se paraban para fotografiarlas. Como es una flor que no tiene tallo largo que la sujete, en época invernal que es cuando florece, las coloco en un cubo grande con agua y quedan flotando. La flor es tan perfecta, que me las imagino como modelo de algún lienzo de Cézanne.
Pero ahora, la casa de Hilde estaba cerrada y sola. ¿Pero desde cuándo?
Me preguntaba tantas cosas ahí parada, con mi pocillo de café frente al ventanal. Cómo me hubiese gustado conocerlas. La isla en 1942, sin electricidad, aún no se conocía la televisión y aunque se conociera, no podía llegar a las islas, pero si tenían radio, con un sistema que se llamaba a Galena, luego vinieron las radios a pila.
¿Escucharía Frau Hilde y su nieta las novelas de la noche? ¿Entenderían lo suficiente el español? O solo escuchaban música. Lo que no dudo, es que estarían pendientes de las noticias sobre la guerra. Dicen que Hilde tocaba muy bien el piano y a su nieta la habían enviado en Alemania a estudiar violonchelo.
Las velas encendidas, un hogar o salamandra con leños, una alfombra descolorida, dos sillones frente al calor, un tejido a medio hacer, las cortinas blancas de encaje a bolilla y un perro pastor junto al fuego. Ese es el escenario que imagino y por lo que averigüé sería el ambiente en la casa de esas dos mujeres.
¿Cómo trajeron los muebles y el piano, huyendo desde Alemania? ¿Irían al cine en el continente a ver películas de Clark Gable o Lana Turner?
En parte, pude hilvanar mi historia hablando con gente muy mayor que las conoció y, lo que siempre me repetían, es que allí vivieron una señora alemana y judía, doña Hilde o la Frau, y su nieta, una hermosa jovencita que se llamaba Ana Frenkel.
—Hola, buenos días, Bernarda. ¿Cómo estás? Desde el jardín os veía con el pocillo en la mano. ¿No escuchabas?
—Perdón, estaba pensando, pero entra, tengo café caliente —respondí.
—Qué lindo que se está acá. Hay olorcito a café y a leños del hogar.
—Elsa, la poeta soy yo.
—Sí, tienes razón, me gustaría pintarte en el estado hipnótico en que estabas —sugirió Elsa.
—Soñaba Elsa, quería imaginarme la isla hace 80 años.
—Sabía que algo tramabas.
—No va a ser una historia de amor, pero va a tener también amor —desvelando un poco la historia.
—Lo que yo pienso Bernarda, es que la isla habrá sido aún mucho más hermosa de lo que es hoy, porque ahora los terrenos son más chicos y lo que abundan son turistas, que solo vienen los fines de semana. En cambio, antes con grandes quintas, las familias italianas que competían con las francesas, tenían grandes extensiones de cultivo de frutales, principalmente manzanas.
No sé cómo se las habrá arreglado Frau Hilde para conseguir que le vendieran esta quinta —comentaba Elsa reflexionando.
—Eso también tengo que averiguarlo —dije decidida.
—Sí, porque acá era un monopolio de los italianos, como la familia Cigaglia, Paglietini y las familias francesas, como los Bodeau, Sartou, los Duclòs…
—Acuérdate que la fábrica de Sidra Real estaba ubicada en las proximidades del río Carapachay. Las grandes barcazas cargadas con manzanas se paraban en el río Espera y, al atardecer, cuando subía el agua, por el río Sarmiento, un barco las recogía y todas amarradas eran conducidas a la fábrica. De allí viene el nombre del río Espera, porque allí es justamente donde esperaban al barco grande —narraba.
—Te imaginas Bernarda, tanta gente trabajando en las quintas. Las plantaciones de duraznos. Las pequeñas empresas que fabricaban mermeladas y dulces con fruta de la zona que luego eran vendidas en el Puerto de Frutos de Tigre. Todo debería ser un vergel. Que importaba que no hubiese luz, televisión o teléfono.
Las hermosas fiestas que hacían los Noel en su parque en las noches estivales. Todo eso murió —decía Elsa.
—No, todo no, quedan las sudestadas —añadí.
—Y a quién le importa el viento del sudeste y la crecida de las aguas.
—A mí, porque mi libro se va a llamar así, Sudestada, y precisamente eso le va a dar carácter a mis personajes.
Una bocina muy fuerte y muy conocida nos hizo salir a la terraza. La lancha almacenera estaba atracando en el muelle de Bernarda, en donde un cartel tallado en madera indicaba «Las camelias», nombre de la casa.
Las dos bajamos y yo llevaba dos canastos que había dejado preparados.
—Te veo por la noche. Mamá va a preparar pastel de patatas. Trae un rico vinito —dijo Elsa.
Nos conocíamos hace ya, no recuerdo, pero mucho. Éramos dos jovencitas cuando nuestros padres compraron estas casas. Yo diría que Elsa era una amiga de la isla.
Cuando cada una estaba en la ciudad, la magia se perdía. Era como que no sabíamos de qué hablar en la vorágine de la vida en Buenos Aires.
Elsa es pintora y su trabajo la tiene atrapada en la isla. Es todo más tranquilo y como yo, huimos un poco de la gente y ella decidió traerse a su mamá que se sentía muy cómoda en este paisaje. Sin sirenas de la policía o ambulancias, sin el ruido de los motores de las motos.
Como decimos siempre «Somos animales solitarios».
Estuvo casada, pero nunca fue muy clara en contarme el motivo de su separación. Yo intuí que no era un lugar cómodo para ella y nunca pregunté.
Lo que pude averiguar es que cuando Hilde y su nieta se instalaron en la isla, el trabajo sobraba y la paz era algo que las dos no la habían imaginado en Alemania. No fue todo fácil, pero cuando Hilde se dio cuenta del valor de su quinta, aprendió a valorar el Delta, que lo describía como Vida, que es lo primero que intuyó cuando conoció el lugar.
Los isleños le preguntaron como hizo para conseguir que le vendieran esa quinta, ella siempre respondía que la adquirió por intermedio de un abogado que conoció en el buque que las trajo a América. Ese truhan le presentó al dueño de la propiedad y les supo sacar mucho oro y dinero, vendiéndole lo que describió como una chacra en el campo. Y ella, debido a la traumática situación en que se encontraba, no recordó las palabras de su marido: «Debes desconfiar de los abogados, Hilde, son personas que mantienen una relación constante con la mentira». Cuando Hilde y Ana, siguiendo las instrucciones, llegaron a la ciudad de Tigre, comenzaron a preguntar y les respondieron que esa dirección era en la isla. Le preguntaron si podían tomar algún taxi.
Un viejo capitán de lanchas, me contó que al principio ella no entendía lo de la isla y le respondieron que solo podrían ir en una embarcación. No había otra manera. Hilde no lo podía creer y su preocupación era dejar instrucciones para que llegaran sus pertenencias, su piano… pero hubo un señor, dueño de una farmacia, que se apiadó de las dos mujeres y se ofreció ayudarlas con sus muebles.
Las llevó una barcaza de un isleño que vendía en el Mercado de Frutos de Tigre. Recuerdo que Juan, que así se llamaba su capitán, contaba que cuando desembarcaron en el muelle de la quinta donde había un cartel que indicaba su nombre, «El Rancho», Ana saltó de la embarcación y corrió por el parque. No le daban los ojos para mirar semejante paisaje. Estaban separadas del mundo por agua. Ana cantaba, gritaba y le decía a su abuela que estaba llorando, que eso era bellísimo, que iban a ser muy felices allí. El lanchero también intervino diciendo que no se preocupara tanto. Lo primero que le dijo es que estaba seguro que cuando se acostumbrara a ese lugar, no lo querría cambiar por nada. La niña decía en un mal español que todo eso era único y le preguntaba si realmente era de ellas. Frau Hilde con lágrimas en los ojos le contestó que sí, que era de ellas.
Juan las ayudó a llevar las maletas y abrir la casa. La señora miraba todo. Ellas hablaban casi siempre en alemán, pero la señora hablaba algo de español y la niña también. Se preocupó por el desorden, pero Juan les dijo que no era una casa tan grande y conseguiría gente para pintarla y hacer algunos arreglos. El mismo señor les llevó leña para que pudieran calentar la casa por esa noche.
Ana subió la escalera de madera y corrió por la galería y el mismo Juan se emocionó cuando relataba ese instante en la vida de esas dos mujeres. La joven diciendo a su abuela que allí no había soldados como en Alemania.
Yo también creo que el cambio habrá sido conflictivo. Era mucho para dos mujeres solas y hablando un mal español, adaptarse, pero también sé que se hicieron querer pronto por las personas del lugar. Los seres humanos tenemos el poder de enfrentar situaciones que ni nosotros mismos sabemos que somos capaces.
Esas mujeres vinieron dejando todo, y todo era seres queridos, hogar, sus raíces… ¿Sería este cambio tan dramático, comparándolo con el verdadero drama que se estaba viviendo allá lejos, en su Alemania natal? Y así, en ese lugar remoto de América del Sur, comenzó una nueva vida para ellas.
Ana vivió ese comienzo como una señal de bienestar, se propuso brindar a su abuela de toda la paz que había perdido y aprender a vivir con pequeñas alegrías. Sintió que algo mágico se estaba instalando en sus vidas en ese paraíso.