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Prólogo Minina Santana

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Siempre supe que comenzaría mi novela en un día como hoy. Una lluvia lenta y mansa aplaca mis instintos, dulcifica mis inquietudes interiores, llama a mis nostalgias olvidadas y me deja a solas con mis miedos, pero al mismo tiempo es fuente de paz.

Muchas veces pensé que tal vez todos esos recuerdos estaban como cubiertos por una niebla espesa. Pero bastó que abriera la ventana y viera esa lluvia, para que en forma de alud comenzaran a llegar.

Este libro tiene que nacer de la lluvia, de un otoño triste como una guerra absurda. Se tiene que gestar en un invierno, cuando veo morir a la naturaleza, la palabra vacía y va a florecer en una primavera húmeda, como un amor adolescente.

Este libro es lluvia. Cada página, cada recuerdo, va a ser una gota de lluvia gestada en un fracaso, en una aventura, en un sueño.

Este grupo de nubes se reunieron en un otoño, sí, en un viernes de otoño, para llover en forma de palabras y en ese mundo que quiero contar, mientras se lanzan balas, injusticia y olvido, yo voy a fabricar sueños de papel y construiré muros con esos afanes locos, y trataré de poner belleza, pintando ese escenario gris de la historia.

Este libro es lluvia. Me gustaría dejarla correr. No. No.

La pondría en un cubo como a mis recuerdos y lavaría ese mundo de miserias. Entonces, este libro va a ser más que lluvia.

Nació en el otoño, pero arderá en una primavera y en ese atardecer rojo, cuando el sol desaparece, conseguiré exorcizar mis recuerdos, el día que termine de contarlos.

En mi libro voy a hablar de personas que se aman, que se odian, de guerras, de hambre y de frío. Voy a hablar del olor del miedo, ácido, intenso, pero también hablaré del aroma a jazmines, a glicinas.

Solo me queda escribir. Sentarme a escribir y transformar ideas en letras, en tinta.

Ya no llueve, aunque en mis pensamientos sigue lloviendo. Siento un intenso aroma a tierra mojada.

Quiero hablar de esa tierra prometida, allá en el sur, cruzando el océano. Esa Argentina que más tarde recibiría a algunos sí y a otros no, porque no les dio tiempo de partir, porque les tocó partir a otro lado.

Quiero contar de ese lugar donde sobraba la mantequilla, donde se tiraba al azar unas semillas y nacía un trigal, donde no se escucharían las sirenas para correr a los refugios antiaéreos.

Quiero contar también sobre la esperanza reflejada en los rostros de tantas personas paradas, apoyadas sobre la barandilla de un barco que se acerca a un puerto de aguas amarronadas.

La nueva patria.

Sudestada. Aguas turbias

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