Читать книгу Hay que tener más huevos que esperanza - Mónica Borda - Страница 12

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Un día la vida me propuso cumplir mi mayor sueño. Obviamente, no me lo esperaba. Desde hacía mucho tiempo anhelaba ser conferencista. Quería transmitirle a la gente los temas que veo a diario como psicóloga y neuropsicoeducadora, sobre todo compartirle que nuestro potencial humano no es rígido ni limitado.

Recuerdo claramente la llamada de mi mejor amigo: “Oye, Mónica, ¿de verdad quieres ser conferencista?”. Ni siquiera dudé. Era mi sueño. Y al contarte esto aún tengo frescas sus palabras: “Pues tengo la oportunidad de tu vida”.

Resulta que a uno de sus clientes le acababa de cancelar el famoso conferencista que habían contratado para un evento que tenían a la mañana siguiente. “¿Te subes o te bajas?”, sentenció. Tenía frente a mí la oportunidad que tanto había deseado. No poseía experiencia hablando en público y, vamos, ni siquiera sabía usar PowerPoint para armar mi presentación, pero tenía el tema perfecto: el miedo. “Me subo”, le respondí, sin saber en qué me había metido realmente.

La cita era temprano en un gran hotel de la Ciudad de México y la noche anterior no dormí nada. Jamás en mi vida había sentido tanto miedo como esa vez, porque salieron a confrontarme cientos de dudas y temores: “¿Y si no puedo?” o “¿Y si la gente no me acepta?”. Seguro sabes a qué me refiero.

Total que llegó el día y me presenté en el salón de la conferencia para las pruebas de sonido. En mi desconocimiento y emoción había olvidado preguntarle a mi amigo para cuántas personas iba a ser la charla. Cuando vi el escenario, entendí la magnitud del reto que tenía enfrente. En mi cabeza había imaginado una audiencia de 30 o 50 personas, pero en realidad había más de cuatro mil. El evento era para una importante empresa de ventas multinivel y en ese escenario se habían presentado artistas y expertos de renombre.

Más que sorprendida, te juro que casi estaba en shock. Y, encima, ni siquiera sabía utilizar el control para cambiar las diapositivas.

Mientras me ponían los micrófonos y observaba el escenario, lo único que pensaba es “súbete y hazlo”. Todo iba a salir bien si lo hacía desde el corazón y ahí estaba la respuesta. En ese instante me di cuenta de que solo necesitaba huevos para hacerlo. No había otra forma. Podía quedarme en mi zona de confort y esperar “un mejor momento” o podía creer en mí y lanzarme al ruedo.

Me subí con todos los nervios del mundo. Obviamente, en los primeros cinco minutos tartamudeé y traía un desastre con la secuencia de las diapositivas. Pero decidí respirar, dejé de fijarme en las reacciones de la gente y la conferencia fue saliendo sola.

Al final, en la sección de preguntas y respuestas, uno de los asistentes comentó: “Mónica, ¿alguna vez has hecho algo mientras te estabas muriendo de miedo?”. Me dio risa y les compartí esta historia, igual que lo hago ahora contigo. Estaban sorprendidos de que nunca hubiera dado una conferencia. Les dije: “Créanme que hoy me subí aquí con todo el miedo del mundo, pero me atreví a tener huevos”. Había enfrentado mi miedo y no dejé que me invadiera. Fui yo quien lo persiguió, no él a mí.

Entre los asistentes al evento estaba el dueño de una agencia de oradores y conferencistas que mi amigo había invitado para que me escuchara. Y ese día me contrató. Han pasado seis años desde entonces y no solo empezaron a llegar más conferencias, sino también programas y talleres que a la fecha imparto en distintos países.

Gracias a esa primera experiencia comencé a vivir mi sueño, pero principalmente pude llegar a mucha gente y contribuir a cambiar la perspectiva de cómo ven la vida. Te confieso que para mí ese es el mayor logro de mi trayectoria como conferencista. Me llena de satisfacción recibir mensajes en los que las personas me comentan sus logros o me comparten los miedos que han vencido.

Ese día mi vida cambió no solo porque había dado un paso muy importante para realizar mi sueño, sino porque me di cuenta de que no basta con tener esperanza para que las cosas sucedan, es necesario tener huevos y actuar.

De esa experiencia también nacieron estas páginas. Me emociona como no tienes idea que estés leyendo ahora, porque eso significa que estás dispuesto a conocer tu potencial, a vencer las ideas y emociones cómodas que solo te estancan y a superar el miedo a transformarte.

Te propongo un reto: a lo largo del capítulo vamos a cuestionarnos por qué hay que tener más huevos que esperanza, con qué tipo de emociones queremos vivir y qué nos detiene para cumplir nuestras metas, ¿te subes o te bajas?

Hay que tener más huevos que esperanza

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