Читать книгу Hay que tener más huevos que esperanza - Mónica Borda - Страница 20
ОглавлениеPerder la fe
Una de las razones por las que creo que estás leyendo estas páginas es porque tienes un sueño no cumplido, porque has perdido algo valioso, porque hay una meta que se te escapa o porque buscas darle un giro a tu vida. Muchas veces iniciamos nuestro camino de transformación con una gran confianza, llenos de ilusión y seguros de que alcanzaremos lo que perseguimos. Ese entusiasmo inicial es extraordinario. Pero ¿qué suele pasar después? Nada. Sí, así como lo oyes, no ocurre lo que buscamos porque nos hace falta un ingrediente fundamental: la acción.
“¿Otra vez con eso, Mónica?”. Sí, ya sé que abordamos este asunto en el capítulo anterior, pero déjame contarte de una trampa en la que muchos caemos y que a menudo acompaña esta falta de acción: vivimos ilusionados.
Cada deseo y anhelo suelen venir acompañados de expectativas que esperamos cumplir, como: “Cuando consiga ese trabajo, por fin van a reconocer mi talento” o “Con el dinero del premio haré el viaje que siempre he querido” o “Estaremos juntos el resto de nuestra vida”. Las expectativas son historias que nos contamos sobre lo que queremos que suceda y tienen que ver con una palabra muy curiosa: la ilusión.
En realidad, la ilusión es un elemento psicológico muy poderoso, pues crea la imagen en nuestra mente de cómo y dónde queremos estar. Poco a poco la vamos alimentando de sueños y energía y, por eso, es tan doloroso cuando no se cumple. Esto incluye la pérdida de un trabajo, la muerte de un ser querido o una ruptura amorosa. Y aquí, ¡cuidado!, porque la decepción es la puerta de entrada a la desesperanza.
Si nos descuidamos, este sentimiento puede convertir un hermoso sueño en una terrible pesadilla. Pero ¿qué es exactamente? Es cuando crees que todos tus esfuerzos han sido en vano. Te dices que sin importar lo que hagas, los resultados no van a llegar. Y entonces tú mismo te vendas los ojos y dejas de ver los aspectos valiosos que te rodean. Poco a poco esto te va restando fuerza vital y las ganas de seguir adelante. Llega el momento en que deja de haber luz en tu vida y vas caminando con un pesado vacío en tu interior, hasta que terminas hundido en el pantano de la zona de confort.
En mi experiencia como terapeuta ha habido gente que me ha dicho: “Mónica, ¡qué horror! Me pasa algo malo y de pronto se viene todo como avalancha”. Y así es, hay ocasiones en las que algo sale mal en el trabajo, luego en la familia, con los amigos y, cuando menos imaginamos, nos rodea un mar de problemas. Pero ¿te digo algo? Todos tenemos malas rachas. Sin embargo, cuando caes en la desesperanza, lo que no funciona luce más complicado de lo que es, los asuntos simples se ven complejos y todo parece más difícil.
Si dejas que esto avance, corres el riesgo de paralizarte y caer en un hoyo muy oscuro en el que dejas de ver soluciones. En este panorama, lo más seguro es que la desesperanza pronto te susurre al oído cosas como: “Ya nada es posible” o “Acéptalo, nada va a cambiar” o “Esto no va a mejorar” o, peor aún, “Todo está acabado”. Esa voz hace que creas que no te queda más que una salida: resignarte a vivir así.
La desesperanza es como un agujero negro que va tragándose lo positivo, incluida tu fe en todo lo bueno. Y créeme, no hay nada peor que perderla y dejar de confiar en lo que sí funciona y en las oportunidades. Si te resignas a vivir de este modo, empiezas a alimentar una actitud negativa de queja: nada es suficiente, los demás son los culpables, nadie te entiende y todo está mal. Lo peor es que cuando fomentas ese estado de ánimo solo provocas que llegue a tu puerta más de lo que no quieres. Lo que antes podía ser una racha fugaz, ahora atrae situaciones negativas que se repiten y terminan convirtiéndose en un barril sin fondo.
La pregunta importante entonces sería: ¿cómo puedo acabar con esa tristeza, con la apatía, el estrés y la indecisión? La respuesta es muy sencilla, pero te aseguro que va a ponerte a prueba. ¿En qué consiste? Solo acepta la situación. No suena complicado, ¿cierto? Sin embargo, es el primer paso que necesitas dar para salir del círculo de negatividad en el que estás encerrado. ¡Así que toma tu canasta de huevos y sigue!
Sal del círculo negativo
La desesperanza es astuta y conoce nuestros miedos. Aprovecha los acontecimientos negativos y la infelicidad para instalarse en nuestro ánimo. Y si además vives en una zona de confort tediosa y aburrida en la que no pasa nada, su fuerza aumenta.
La monotonía y las situaciones inesperadas son algo común. Forman parte de la vida y muchas veces no tenemos el control de lo que sucede. Y es justo por esa razón que debemos estar atentos a nuestra actitud. Hay que mantenernos alertas y no permitirnos caer en la desesperanza. Además, déjame compartirte un secreto: eres más que tu situación actual.
Es cierto, ¡somos más que nuestras situaciones! Respira un momento y date cuenta de que no eres tus problemas ni tus pérdidas ni tus metas pendientes. Es verdad, ¡solo acéptalo!
Cuando aceptas lo que estás viviendo, comienzas a romper el círculo de negatividad que te aprisiona. Dejas de pelear con lo que te sucede y eso es fundamental para iniciar el cambio que buscas.
Nadie más tiene la culpa de nada, ni tú mismo. Lo que ocurre cuando aceptas que tu relación amorosa terminó, que tu ciclo en el trabajo llegó a su fin o que llevas una temporada estancado personalmente es que te estás haciendo responsable de lo que vives. Así de sencillo, pero también así de profundo.
La aceptación es el primer paso para salir de la cárcel de la desesperanza. El segundo es el cambio de actitud. Si reconoces de corazón lo que llega a tu vida, el siguiente paso ocurrirá con naturalidad. Se trata de estar abierto y, por tanto, tener la disposición para enfrentar lo que se presente. Al final, es una cuestión de decidir. ¿Prefieres gastar energías en quejarte de los obstáculos que te encuentras en el camino o mejor te enfocas en hallar maneras de avanzar? Tú eliges. Lo positivo y lo negativo requieren la misma energía, ¿recuerdas? Bueno, pues a ti te corresponde decidir con cuál te quedas.
Es fundamental que tengas muy presente que la actitud es una decisión. Importa porque esto influye en tus acciones y, en especial, en tu manera de responder a los desafíos de la vida.
Si optas por lo positivo, poco a poco volverás a entablar una relación de amistad con uno de los recursos más poderosos con que contamos los seres humanos: la esperanza. Pero ojo, no confundas esperanza con ilusión. No olvides que la segunda es una idea, una historia que nos contamos sobre lo que debería suceder basada únicamente en nuestros deseos.
Quedarte ahí es vivir en una fantasía, porque la realidad tarde o temprano regresará a reclamar su lugar.
La esperanza, en cambio, es más profunda. No es casual el dicho popular que dice que mientras haya vida, hay esperanza. Hablamos de una fuerza muy poderosa para los seres humanos. Y cuando viene acompañada por la acción, pocas cosas podrán detenerte.
Sin embargo, ten presente que la esperanza no es una varita mágica. Como te indiqué en el capítulo anterior, no basta con pensar las cosas y aguardar esperanzado a que sucedan. Eso sería instalarte en el reino de la ilusión.
Por el contrario, lo que buscas requiere acción y la esperanza es la mejor compañera. Te cuento más de ella a continuación.
La confianza que acompaña
la acción
La esperanza es la llama que nos mantiene vivos en los momentos más difíciles. Nos anima a luchar, a no darnos por vencidos y nos permite mantenernos de pie emocionalmente cuando sentimos que nuestras certezas se derrumban.
En el consultorio he conocido a personas que han pasado por sucesos terribles y si en algo coinciden es que han salido adelante gracias a que aceptan sus circunstancias, toman una actitud positiva y actúan. Si hay una fórmula para encontrar la esperanza, sin duda está en estos tres pasos.
¿Qué actitud tomamos ante una enfermedad, por ejemplo? ¿Nos victimizamos? “Pobre de mí” o “¿Por qué me pasó esto?”. No me malentiendas, las enfermedades son dolorosas, complicadas y difíciles. No obstante, lo que está en nuestras manos es cómo las vivimos.
Quiero contarte algo. Justo cuando empezaba a escribir este libro, comencé a sentirme muy mal. Para no hacerte el cuento largo, terminé dos veces en el hospital debido a las complicaciones de una neumonía que me tomó completamente desprevenida. Te juro que nunca me había enfermado tan horrible. Además, ¿cómo iba a quedarme en cama por tanto tiempo? No fue sencillo. Pude haberme desquitado con quien fuera, ser grosera o estar enojada todo el tiempo. Sin embargo, una parte de mí dijo: “Esto es lo que me toca vivir ahora y voy a tener una buena actitud”. Al final, no podemos cambiar la realidad, pero nuestra actitud puede modificar cómo la percibimos. O te ríes o lloras.
Cuando sucede algo fuera de nuestro control, es importante darnos cuenta de que no somos invencibles. Una mala noticia, una enfermedad, un accidente o el fallecimiento de alguien querido no va a desaparecer por más que lo neguemos. En mi caso, a pesar de sufrir un malestar como ninguno en mi vida, logré ver el lado positivo de la situación: vi a la gente que me quería y se preocupaba por mí, además de que valoré mi situación económica y laboral, ya que me permitió afrontar la emergencia médica. En pocas palabras, vi que mi vaso estaba lleno. Ahí me di cuenta de que cuando vives con esperanza hay todo un mundo positivo dentro de lo negativo.
Pero atención, no se trata solo de visualizar lo bueno y agradable a costa de lo difícil y lo que no te gusta. Como ya mencioné, la esperanza es más profunda y también comprende dimensiones espirituales y psicológicas. Permíteme explicarlo con más detalle.
Espiritualmente, la esperanza se relaciona con la fe, es decir, con una creencia penetrante que nos hace confiar en algo que sentimos pero no podemos ver. Esto va más allá de cualquier religión, costumbre y creencia.
Desde el punto de vista psicológico, la esperanza está ligada al sentido de la vida, o sea, al significado y propósito que le damos a nuestra existencia. Como ves, no es cualquier cosa. Cuando la vida tiene sentido, vemos las situaciones con mayor claridad porque estamos centrados y reconocemos nuestras prioridades. Esto nos permite identificar y trazar las metas que más nos importan.
Asimismo, la esperanza se relaciona con una buena salud física y mental. Diversas investigaciones han señalado los menores índices de depresión que presentan las personas que viven con una esperanza sólida. Se ha comprobado que este tipo de gente se siente más satisfecha en general, sin importar su edad y, también, experimentan un menor grado de estrés.
Otro aspecto que quiero que sepas es que mejora la capacidad social, pues se ha visto que la gente con niveles altos de esperanza se conecta mejor con los demás, ya que no solo les importan sus propias metas e intereses, sino también las de quienes los rodean. Esto aumenta la capacidad de considerar otros puntos de vista y, por tanto, de ampliar la perspectiva que uno tiene de la vida. Date cuenta, es como si te hubieran reservado el mejor asiento del estadio.
Ahora que conoces los beneficios de mantenerte en el mundo de la esperanza es importante que nunca olvides que sin acción no hay resultados. “¿Otra vez con eso, Mónica?”. Sí, otra vez. La esperanza es como una muleta que te ayuda a avanzar hacia tus sueños. Le da firmeza a tus pasos y equilibrio a tus decisiones, pero no va a caminar por ti. Eres tú quien debe tomar los recursos con los que cuentas y movilizarlos en la dirección que buscas.
La acción es la clave. Es por eso que sin huevos no hay esperanza.