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¿Por qué tu motivación ya no es la misma?

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Toda pyme que supera la incertidumbre del emprendimiento crece de manera continuada por unos años, hasta que en algún momento las cosas se complican y entra en el período más duro de su evolución: la etapa reactiva.

Los motivos por los que se llega a la etapa reactiva están muy bien descriptos en el libro Etapas de la pyme1 de José María Quirós. Y las claves para sacar adelante a una empresa en esta situación están planteadas claramente por Hernán de la Riva en su libro Potenciá tu empresa2. Son dos lecturas ineludibles para entender y resolver la etapa reactiva.

Independientemente de los umbrales de caos que cada empresa y su dueño puedan tolerar, la etapa reactiva es demoledora para cada uno en su medida.

Implica vivir un período de alerta máxima en el que podés ser atacado por cualquier costado. Desde permanentes demoras y fallas en los productos, hasta la demanda de un cliente o la amenaza del banco. Es ir a trabajar sin otro propósito que atajar penales tratando de cumplir como se pueda y a costa de lo que sea. Significa estar expuesto a un montón de compromisos sobre los cuales ya no tenés control y encima ver que disminuye la rentabilidad.

En el peor de los casos, la complejidad termina estrellándose por sí misma. Y en el mejor de los casos, por un recorte cruento que tuviste que hacer para recuperar el control.

Nadie sale ileso de esta etapa. A partir de ese momento, las cosas nunca vuelven a ser como antes. El dueño se contiene y trata de mantener la empresa en un tamaño manejable. Pero como el negocio, los clientes y el mercado están en permanente movimiento, él la timonea para mantenerla en la dimensión conveniente. La hace crecer hasta que roza la zona de riesgo y la restringe hasta que vuelve a necesitar un empujón. Durante el resto de su vida empresaria, pondrá todo su esfuerzo en sostener este equilibrio con tal de no volver a la complejidad, a menos que haya un cambio de enfoque que genere una verdadera transformación.

Y tiene razón, porque mantiene a la empresa en la dimensión equivalente a su capacidad para controlarla. Al principio, la pérdida de dominio del negocio es silenciosa, pero después se nota en los tiempos de entrega, en la calidad y en lo más difícil de esquivar: los problemas financieros. Por eso, aunque el empresario en el fondo ni siquiera lo advierta, trabajará para esa estabilidad movediza avanzando 2 y retrocediendo 1 y volviendo a avanzar 1 para luego volver a atrasar 2.

Con los años, quien alguna vez fue un emprendedor imbatible hoy se encuentra atrapado en un proceso del cual no se puede bajar, porque tiene que mantener la rueda del negocio día tras día. Y, lógicamente, sobreviene una sensación de desesperanza, de falta de pasión y de estar siempre en movimiento, pero siempre en el mismo lugar. Enfrentando problemas repetitivos e inevitables.

La falta de motivación que sentís no es por trabajar mucho, sino porque ves que la empresa no evoluciona al nivel de los logros que tuviste. Porque, para vos, hacer malabares para cuidar lo que lograste no es un objetivo suficiente. El problema de permanecer regulando es que se va perdiendo la magia que te diferenciaba. Y, por consiguiente, el brillo del negocio.

Lo más estimulante de la vida no es el dinero ni el prestigio, es la sensación de avanzar hacia un propósito. No importa si avanzás mucho o poco, si vas lento o rápido. Avanzar es la recompensa que realimenta el siguiente paso. Y tu próximo paso tiene que ser para avanzar hacia la rentabilidad, hacia el tiempo personal y la calidad de vida, dentro y fuera de la empresa.

Ahora me toca a mí

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