Читать книгу Llegan 3 ¡y antes de tiempo! - Mónica Virchez Figueroa - Страница 16
Complicaciones
ОглавлениеContinuaba con mi embarazo de manera normal, aunque empecé a sentirme cada vez más cansada, día a día. Estaba cerca de las 22 semanas cuando, de una semana a otra, todo cambió. Tenía que ir con Marc a comprar algunas cosas que nos faltaban, entre ellas las cunas de nuestros bebés, cuando de pronto tuve una gran hemorragia. Fue cuando me di cuenta de que las complicaciones habían comenzado. Nos asustamos mucho e inmediatamente hablé con mi médico y me recibió de emergencia en su clínica, que se encontraba bastante cerca, afortunadamente.
Me revisó, parecía preocupado, y me preguntó qué había pasado. Solo recuerdo que, durante esa última semana, me había sentido sumamente cansada, más de lo habitual. En ese momento me sentía preocupada, sorprendida y nerviosa a la vez. Me di cuenta de que había tenido un embarazo hasta entonces de lo más normal hasta esa semana, y que de un momento a otro todo había cambiado para mí y mis bebés. Hizo varias llamadas telefónicas a sus conocidos y contactos médicos, pues yo estaba registrada para tener el parto en un hospital, pero ahí no atendían partos prematuros antes de la semana 34. Así que teníamos que organizar todo para poder recibir atención médica urgente y cerca de mi casa.
Me asignaron el hospital del Servicio Nacional de Salud (NHS) que me correspondía por la zona donde vivíamos, de modo que fuimos de inmediato a urgencias de maternidad. Me revisaron y me pusieron suero y una inyección intravenosa con un medicamento llamado Prepam, para controlar las contracciones y poder retener a los bebés en mi vientre el mayor tiempo posible, aunque yo no sentía ningún movimiento de las contracciones. Pasé todo el fin de semana ingresada en maternidad y en reposo absoluto. Estaba alarmada, asustada, y Marc me acompañaba.
Me sentí mejor en el hospital, más segura, y pude descansar. El centro de salud era antiguo, amplio, con techos altos. Era el mes de julio y empezaba a hacer mucho calor, recuerdo beber agua fresca con hielo que me hacía sentir renovada. También comía mejor. Me dieron de alta el lunes y regresé a mi departamento, que estaba muy cerca. Estuve tranquila ese día y al siguiente tuve otro sangrado escaso por la mañana. Tuve que volver a urgencias de inmediato y me ingresaron en maternidad, veía muy preocupadas a las enfermeras.
Durante el día me comunicaron que no tenían tres cunas disponibles en la unidad de neonatos, así que empezaron a buscar en otros hospitales de la seguridad social (NHS) de la ciudad. Ese mismo día por la tarde me trasladaron en ambulancia a otro centro en el que recibían casos de embarazos de alto riesgo, bebés que nacen prematuros y embarazos múltiples. Llegan casos de todas partes de Inglaterra. Me sentí rara en la ambulancia y fue en ese momento cuando me percaté de la gravedad de mi situación. Marc venía siguiéndome en el coche.
Yo estaba en la semana 22 de gestación y me llevaron directamente a la sala de partos, donde pasé sola la primera noche pues era probable que nacieran en cualquier momento. Por un lado estaba alerta y asombrada, por otro, rogaba y confiaba en que mis bebés se quedaran conmigo esa noche y más tiempo.
Me estuvieron controlando las contracciones que tenía a pesar de que no las sentía. Esa noche estaba nerviosa escuchando a otras madres teniendo a sus bebés ahí cerca, pariendo, escuchaba gritos, enfermeras que corrían casi a mi lado. Yo deseaba inmensamente que los míos se quedaran en mi vientre y que todavía no nacieran, pues sabía que eran aún muy pequeñitos. Afortunadamente, las contracciones empezaron a disminuir durante la madrugada y a las 8 de la mañana me trasladaron a mi habitación. Estuve en una zona de observación dentro de la maternidad durante una semana aproximadamente, donde me encontraba sola en una habitación. Después me cambiaron a la zona de maternidad con las demás futuras mamás que padecían preeclampsia o alguna otra complicación.
Este segundo hospital lo recuerdo antiguo, enorme, frío, un poco oscuro y con techos altos. Contaba con personal sanitario muy diverso, de países europeos, asiáticos y de distintas culturas. Las enfermeras eran muy amables y hasta la encargada de la comida charlaba conmigo. Mi sensación era que el hospital era muy viejo pero contaba con profesionales de la salud muy especializados y preparados. Nos comentaron que ahí llegaban los casos de alto riesgo de toda la ciudad. Existe la idea preconcebida de que los ingleses son muy fríos, pero yo me llevé una gran sorpresa. Siempre me sentí atendida, protegida y tomada en cuenta como paciente y como persona. Los doctores y las enfermeras eran educados, respetuosos y con la mejor disponibilidad humana. Los encontré a veces hasta cercanos, al contrario de lo que se piensa de ellos en otros países.
En cuanto ingresé en el hospital avisé a mi madre, quien vivía en el extranjero, pues sabía que Marc tendría que seguir trabajando fuera de la ciudad y no podría acompañarme durante todo el día. Llegó esa misma semana y siempre le estaré agradecida, ya que no sé qué hubiera hecho sin su presencia y sus consejos, tan importantes en este proceso. Fue clave en mi embarazo de riesgo y durante mi estancia en el hospital en reposo absoluto.
Tenía varias revisiones de las enfermeras durante el día y, por las noches, observaban los signos vitales y hacían monitoreo electrónico de los bebés. En la ronda de visita de las mañanas, los médicos especialistas me explicaban cómo iba mi situación de salud. Me alimentaba mejor en el hospital, comidas completas aunque no muy abundantes. La alimentación durante el embarazo es sumamente importante, y más cuando hay tres bebés creciendo en tu interior. Era difícil, ya que sentía el estómago lleno, pero hacía lo posible por comer y beber lo suficiente, líquidos, caldos, agua y leche.
Me sacaban sangre todas las mañanas para los análisis de laboratorio, y pruebas de orina para poder revisar el azúcar, el hierro, y las proteínas. Podrían parecer pruebas molestas, pero me acostumbré rápidamente a esta rutina de la enfermería. Me indicaron que estaba anémica, así que empezaron a darme vitaminas y pastillas de hierro, y me explicaron que la anemia era normal en los embarazos múltiples, ya que los bebés toman todos los nutrientes de la madre. No tenía ningún suero ni sonda intravenosa, simplemente estaba recostada en la cama del hospital incubando a mis bebés.
Empezaron a inyectarme heparina para que no se formaran coágulos en las piernas, ya que me pasaría bastante tiempo acostada en la cama sin hacer mucho movimiento ni esfuerzos. También me inyectaban esteroides dos veces por semana para poder ayudar a los pulmones de los bebés a madurar, tomando en cuenta que podían nacer en cualquier semana de gestación. Mi madre me ayudaba después de ducharme a colocarme las medias elásticas de compresión en las piernas, necesarias para evitar la formación de coágulos, porque yo ya no podía inclinarme por la enorme panza.
Me sentía sumamente cansada aunque no hiciera ningún esfuerzo, era como un agotamiento general. Así que intentaba dormir cuando me apetecía para poder descansar. La mayor parte del tiempo dormía sentada y muy cómoda, recargada en una almohada, redonda del tipo de las de lactancia. Comía mucha fruta, que era lo que se me antojaba en esos días, y bebía agua con hielo pues era verano y hacía mucho calor en las habitaciones del hospital. Las enfermeras insistían mucho en que bebiera además leche suficiente en el desayuno y en la cena. También me sugerían tomar cerveza Guinness —que me conseguía Marc— por la cantidad de hierro y malta que contiene. Por supuesto sin alcohol.
En las semanas siguientes, los médicos detectaron que había desarrollado una diabetes gestacional, así que comenzaron a quitarme todo el azúcar en la comida, mermeladas, jugos, miel, azúcar blanca, postres y demás. Empezaron a hacer controles diarios de azúcar en sangre y me comentaron que desaparecería cuando nacieran los niños. Además, me hacían un recuento rutinario de la hemoglobina en sangre para ver cómo me encontraba de la anemia.
Por otro lado, para bañarme tenía que usar una silla de plástico para poder sentarme cómodamente. Mi madre me ayudaba a ducharme y tenía que ser en unos cuantos minutos, ya que no podía ponerme de pie por mucho tiempo por el peso de la barriga. Sufría mucho dolor inguinal por el sobrepeso y sobre todo durante las últimas semanas antes de que nacieran los bebés.
Me dediqué principalmente a descansar, a dormir, a incubar a mis bebés, y a leer artículos y libros durante el día. La información que encontraba me relajaba y me sentía motivada e interesada en saber más sobre los partos múltiples y lo que pasaba en las futuras madres. En ese tiempo, no existían los teléfonos móviles como ahora y me gustaba leer en papel. En los libros que había consulado por mi estado de alto riesgo encontré esta lista que me pareció interesante para compartir: