Читать книгу Alex Dog Boy - Mónica Zak - Страница 4
ОглавлениеJamás, jamás olvidaría la primera vez que la vio. Fue hace mucho tiempo. Él creía tener quince años ahora, por lo que en ese entonces seguramente tenía diez. Era bastante nuevo en la calle. Algo espantoso había hecho que él no pudiera quedarse en la ciudad. Creía que un extranjero, que se llamaba George, quería hacerle algo. Quizá era pedófilo, no estaba seguro. De todas maneras George era peligroso.
Para salvarse tuvo que irse de la ciudad cuanto antes. Como no tenía dinero, se colgó de la parte trasera de un autobús que iba para el basurero de la ciudad. Había escuchado que ahí se podía ganar dinero.
Fue en el basurero donde la vio por primera vez.
Nunca iba a olvidar la imagen de Margarita, que de repente venía atravesando una llanura quemada, una muchacha de vestido corto y rojo, rodeada de veinte perros que saltaban y ladraban con alegría.
Ahora no la rodeaban los perros, pero el vestido seguía siendo rojo, de un rojo resplandeciente. Traía zapatillas y corría rápida y relajadamente por la acera.
Boquiabierto y con el corazón aplaudiéndole, la miró fijamente. Pero de repente vio que ella se metió en una calle transversal y desapareció detrás de unos puestos. Solo entonces despertó y se lanzó al tráfico para darle alcance. Como siempre, no necesitó decirles nada a los perros; los tres lo siguieron automáticamente. Corriendo detrás de él, entraron directamente en el flujo de carros. Un taxista pitó enojado. Pero los cuatro pasaron la calle, sanos y salvos.
Alex siguió corriendo y dobló en la calle donde había visto desaparecer a Margarita. No la vio y aminoró la velocidad. Recorrió la calle despacio, mirando en cada negocio y en cada puerta de los pequeños hoteles que bordeaban la calle. No estaba. Dobló en la esquina, saliendo en otra calle más ancha, y miró en las salas de billar y en un negocio donde vendían colchones. En todas partes preguntó si habían visto a una muchacha de vestido rojo.
Nadie había visto ninguna muchacha de vestido rojo.
Después de dar vueltas buscándola por varias horas, regresó a donde doña Leti. Se sentó en la banca, recostado contra la mesa, y clavó los ojos en la esquina donde la muchacha había desaparecido.
—¿Qué pasa? ¿Qué estás viendo? —preguntó doña Leti, que se había sentado a descansar ahora que no había clientes a quienes asarles carne.
Dogboy no quería contar que había visto una muchacha de quien él había estado enamorado hacía mucho tiempo, cuando era pequeño y recién convertido en un niño de la calle. Por eso solo se encogió de hombros. Se quedaron callados, viendo la corriente de carros por la calle. Para pasar el tiempo, doña Leti empezó a contarle una historia de miedo. Ella acostumbraba contar historias cuando no había otra cosa que hacer. A Dogboy le gustaba mucho escuchar sus historias, en especial las de miedo. Esta vez le contó algo muy raro que le había pasado a la prima de su papá.
Alex Dogboy se quedó quieto, escuchando. Y mirando. Ya bien tarde, su corazón empezó de nuevo a acelerarse. Margarita venía de regreso. Ahora no venía corriendo, sino que caminaba de forma normal. Alex quería salir corriendo a encontrarla y hablar con ella, pero había algo que lo detenía.
Él la había defraudado.
Mucho tiempo después de la vida en el basurero se habían vuelto a encontrar, ella le había pedido algo y él la había defraudado. No se había inscrito en un orfanato para niños de la calle, donde ella vivía ahora. Ella, la muchacha de los veinte perros, quería que él se quedara en el orfanato. Ella se lo rogó. Pero él no habría podido vivir ahí. Odiaba el encierro, el olor de los colchones orinados en los dormitorios y el eco de los ruidos en el comedor. Probablemente habría soportado todo eso por Margarita. Pero dos cosas lo hacían imposible.
Los perros.
Las pocas noches que durmió ahí estuvo despierto, preocupado por los perros. Sus perros Canelo y Emmy habían desaparecido. Tenía que salir a buscarlos. Lo otro era la libertad. En la calle estaba toda la libertad. Él era tan adicto a la libertad como un alcohólico lo es al alcohol o un drogadicto lo es a la droga. Sentía que no podía respirar sin esa libertad. Y, como se dijo, también estaban los perros.
Margarita le había pedido que se quedara, y él le había prometido quedarse con ella. A pesar de eso, después de dos días había escalado el muro y se había escapado del orfanato. De seguro ella estaba muy decepcionada de él.
Él y sus tres perros, Canelo, Emmy y Chico, la iban siguiendo ahora.
Quizá iban diez metros detrás de ella.
“La alcanzaré y le diré algo —pensó—. No le diré que siento mucho haberme escapado. No, entonces solo pensará en que la defraudé. No, la alcanzaré y le diré: ‘¿Qué pasó con tus veinte perros?’. Y luego le diré que yo he encontrado a los míos. Y entonces yo levantaría a Chico y se lo pasaría, diciéndole que este era el cachorro de ellos. ‘Yo lo llamo Chico. ¿Verdad que está bonito? Pero Chico no es un nombre bonito. Recuerdo que tú les habías puesto unos nombres muy buenos a tus perros. ¿Puedes ponerle un nombre mejor a Chico?’”.
Eso iba a hacer.
Pero no se atrevía.
El muchacho y los perros siguieron a la muchacha del vestido rojo a través de una calle llena de puestos, carros que pitaban y gente que se apretujaba. La siguió por el puente sobre el río maloliente, y ahí se detuvo. Desde ese lugar vio que Margarita llegó hasta una casa azul que era un hogar para niños de la calle. Golpeó en una puerta negra de metal y la dejaron entrar.
Dogboy sintió una palmada en la espalda y se asustó tanto que gritó. Sus tres perros reaccionaron de inmediato, gruñendo y mostrando los dientes. Pero quien le había dado la palmada no era ningún policía ni un adulto malo. Era Elvis, un niño de la calle que él sabía que se había mudado al orfanato. Alex les dijo algunas palabras tranquilizadoras a sus perros. Eso bastó para que dejaran de gruñir y se echaran en la acera moviendo la cola.
—¿Qué andas haciendo en la ciudad? —le preguntó a Elvis.
—Yo estoy practicando en un taller —dijo Elvis—. Estoy aprendiendo a soldar. Está muy bien. Me pagan. Y después del trabajo regreso al orfanato, a comer y a dormir.
—¿También Margarita está practicando?
—Sí. Ella trabaja en una panadería.
Después de un momento Elvis se fue para el orfanato azul. En realidad no debía hablar con muchachos como Alex, que todavía vivía en la calle.
Alex Dogboy regresó caminando muy alegre a la parte de la ciudad que era su territorio. Ahora sabía que Margarita practicaba en una panadería. Empezaba todos los días a las siete de la mañana, le había dicho Elvis. Terminaba a las cinco y a esa hora regresaba al orfanato.
“Mañana la pararé y le diré eso de los perros. Claro que lo haré. Y después le pediré que deje el orfanato y se vaya a vivir conmigo a la ruina”.