Читать книгу Alex Dog Boy - Mónica Zak - Страница 6
ОглавлениеHoy lo haría. Alex se levantó temprano y esperó a doña Leti. Le ayudó a montar el puesto y después se sentaron juntos a tomar café del termo que ella había llevado. Pronto iba a encender el fuego para empezar a asar carne; pero por el momento estaban sentados cada uno con su taza de plástico llena de café azucarado. Uno que otro carro pasaba por la calle y la ciudad estaba casi en completo silencio. Doña Leti siempre decía que este era el mejor momento del día.
Ella estaba hablando sobre sus hijos y, como siempre, dijo: “Si yo no fuera tan pobre y no tuviera cinco hijos, te hubiera dicho que te vinieras con nosotros”. Y, como siempre, dijo que era imposible: “Porque a mi marido no le gusta que ayude a los niños de la calle. Ni siquiera le gusta que hable contigo”.
Esta mañana Alex casi no escuchaba lo que decía doña Leti porque estaba mirando el fondo de la calle sin cesar.
Ojalá venga Margarita. Tenía que venir. Era cuando que él lo haría.
Tan pronto apareciera, iba a ir a donde ella, la detendría y le diría: “Estás bien linda. Estoy enamorado de ti. Quiero que estemos juntos”. Después le pediría que se fuera con él a la ruina. Y le contaría sobre doña Rosa y Carlos, sobre el divertido Marvin y sobre doña Óscar, que andaba en ropas de mujer...
Un cliente se sentó en la banca, junto a Dogboy. Dogboy le lanzó una mirada distraída. Era un hombre enjuto que parecía una jirafa. Tenía el cuello largo y le salían pelos negros de las narices y las orejas.
La jirafa le dijo algo a Dogboy, pero Dogboy no oyó lo que le dijo, porque estaba demasiado ocupado vigilando toda la Calle Real.
Entonces la vio. Primero fue el vestido rojo. Lo mejor era que ella venía caminando de este lado de la calle. Se vino acercando. Cuando estaba a solo unos metros de distancia, ella lo vio y sonrió al reconocerlo. Su corazón palpitó con fuerza y golpeó contra las costillas. El momento había llegado. Pero en el preciso instante que él se iba a levantar para ir a donde ella y decirle aquellas frases, la jirafa que estaba a su lado se puso a gritar:
—¡Hola, mamacita! Venga a sentarse aquí. Tengo una cosa para usted. Y está bien grande...
Margarita sacudió la cabeza y pasó furiosa junto al puesto. Justo al pasar miró a Dogboy, y a él le pareció que era una mirada de rechazo y repugnancia. Se quedó sentado como paralizado. Ella debió de haber creído que la jirafa, el asqueroso que estaba en la banca, tenía algo que ver con él. Se paró rápidamente y empezó a seguir a Margarita. Por dentro iba llorando y sentía vergüenza. Y parecía que sus perros se daban cuenta de todo. Por lo general, los perros iban merodeando un poco más atrás, pero ahora se habían sumado y caminaban junto a Alex. El lanudo Canelo venía pegado a su lado izquierdo, Emmy y su cachorro, Chico, venían del lado derecho.
Margarita cruzó la calle y él la siguió, pero desde lejos. ¿Cómo se iba a atrever a hablarle ahora? Cuando él empezó a cruzar la calle vio que una camioneta gris todoterreno con vidrios polarizados avanzaba muy despacio. Dogboy se quedó helado. Todos los que vivían en la calle les tenían miedo a las camionetas grises. Todos sabían que la mayoría de los baleados desde algún carro eran baleados precisamente desde camionetas grises todoterreno con vidrios polarizados.
En otra ocasión habría dado la vuelta y habría salido corriendo, pero Margarita lo atraía como un imán. El miedo lo llenó de frío. Pero continuó, tiritando en el sol matinal. Él y los perros cruzaron la calle enfrente de la camioneta gris.
Pero no oyó ningún disparo.
De las ventanillas no asomaron cañones de fusiles. La camioneta siguió avanzando despacio, muy despacio.
La distancia que lo separaba ahora de Margarita era de cincuenta metros. Aligeró el paso. La camioneta gris se acercó a ella. Él quería gritarle a Margarita para alertarla. “¡Cuidado con esa camioneta gris!”, quería gritarle. Pero quizá era ridículo. Era un carro común y corriente, ¿o no?
Margarita dobló en una esquina. Y lo mismo hizo la camioneta gris.
No había duda de que la camioneta iba siguiéndola.
La camioneta aceleró. Cuando alcanzó a la muchacha de vestido rojo, rodó muy despacio a su lado. Alex vio que el vidrio de la ventanilla polarizada del asiento trasero descendió y que Margarita habló con alguien que estaba dentro de la camioneta.
Alex caminó más rápido. Ahora estaba justamente detrás de Margarita.
“¡Cuidado!”, le quería gritar otra vez, pero tampoco ahora se atrevió. Margarita se rio con el hombre de la camioneta y giró la cabeza haciendo volar su cabello negro. Después, todo sucedió muy rápido.
La puerta trasera se abrió y de ella salió un hombre alto y un poco canoso que agarró a Margarita del brazo. Alex vio cómo ella entró a la camioneta gris y cómo el hombre se metió después y se sentó junto a ella en el asiento trasero. Al momento, la camioneta arrancó bruscamente, giró en U y volvió en dirección a la calle Real.
Cuando la camioneta pasó de regreso por la calle estrecha, Alex Dogboy pudo ver bien a Margarita. Iba sentada en el asiento trasero con su vestido rojo. Justo cuando pasaron, el hombre que iba atrás volteó a verlo, Alex sintió como si hubiera recibido un disparo. El hombre que iba sentado junto a Margarita era George.
El extranjero George. El bandido George. El hombre que una vez los había engañado a él y a otros cinco niños de la calle y los había encerrado. El hombre de quien se decía que raptaba niños para venderlos en el extranjero.
Dogboy corrió detrás de la camioneta, con los perros galopando a su lado.
Por fin pudo gritar:
—¡Paren! ¡Margarita! ¡Margarita! ¡Paren!
Pero la camioneta todoterreno siguió a la misma velocidad. Y mientras él corría tratando de alcanzarlos, se acordó de la historia que les había contado a todos la noche anterior. La historia de Sara, la muchacha que fue raptada por el duende y nunca más se volvió a ver.
Eso no podía pasarle a Margarita.
No podía desaparecer sin dejar rastro.
Alex corrió detrás de la camioneta gris en la larga calle Real. “Margarita, Margarita”, retumbaba en su cabeza. Trató de correr más rápido. Pero se sentía como drogado, como en los tiempos en que inhalaba pegamento. Sentía las piernas torpes y pesadas, y cuando llegaron al parque del Obelisco no pudo correr más.
La camioneta gris donde iba Margarita desapareció de su vista.