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CAPÍTULO NUEVE

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A Sofía, una semana no le parecía tiempo suficiente. No era tiempo suficiente para pasar con su marido. No era tiempo suficiente para mimar a Violeta, que miraba dulcemente a Sofía siempre que esta la sostenía y que alargaba la mano hacia el pelaje de Sienne cuando el gato del bosque se acercaba.

—No hace falta que nos vayamos tan pronto si tú no quieres —dijo Lucas, cuando estaban en los muelles, con la gente reunida a su alrededor para despedirles mientras esperaban ante el barco que los iba a llevar. El Alto Comerciante N’Ka esperaba a bordo y miraba hacia abajo sonriendo, seguramente por los cofres de bienes y las promesas de comercio que Sofía le había dado.

—O podríamos ir nosotros —dijo Catalina—. Nosotros podríamos traer a nuestros padres hasta ti.

Sofía negó con la cabeza.

—Sé que parece una locura hacerlo tan pronto y no hay palabras para expresar lo que duele dejar atrás a Violeta, pero tengo la sensación de que si vamos a encontrar a nuestros padres, tenemos que ser los tres. Por alguna razón se aseguraron de que el mapa solo se unía para los tres.

—Sin embargo, no tiene que ser ahora —dijo Lucas.

—Si no es ahora, ¿cuándo? —preguntó Sofía—. Tenemos paz por un tiempo. Sebastián puede mantener el reino unido y yo todavía no estoy atrapada en los detalles de gobernar. Si lo dejo demasiado tiempo, puede que no lo haga nunca.

«Además, he visto lo mucho que te frustra esperar» —mandó—. «Quiero que seas feliz y quiero que Violeta tenga a sus abuelos».

«Estoy seguro de que la mimarán» —mandó Lucas en respuesta—. «Y los encontraremos».

Sofía se aferraba a esa certeza mientras se dirigía hacia el lugar donde Sebastián estaba con su hija. Percibía que él estaba intentando ser fuerte por ella, que deseaba que no se fuera o irse él. Lo besó con ternura.

—No estaré mucho tiempo fuera —dijo ella.

—Cada momento se hará eterno —respondió Sebastián—. Y el camino hacia el sur es muy largo.

—El alto comerciante está seguro de que el viaje hasta la costa no durará más de una o dos semanas —dijo Sofía, con la esperanza de que tuviera razón—. Después de eso, el viaje hacia el interior podría durar otra semana, dos como mucho. Estaré otra vez contigo antes de que te des cuenta, junto con los abuelos de Violeta, si es que podemos encontrarlos.

—Dos meses se harán una eternidad —dijo Sebastián. Le pasó la mano por el pelo—. Pero sé lo feliz que te hará encontrar por fin a tus padres. Yo iría contigo, si pudiera.

Sofía sabía que lo haría y la idea de que toda la familia hiciera un viaje para encontrar a sus padres le provocaba un anhelo que dolía, aunque sabía que eso no podía suceder.

—Uno de nosotros tiene que quedarse aquí para hacer que las cosas funcionen.

—Solo deseo poder asegurar que estás a salvo —dijo Sebastián.

Sofía miró hacia el barco, donde una mezcla de sirvientes y soldados de Ishjemme estaban buscando un lugar en cubierta—. Tengo a medio regimiento conmigo, junto con Sienne, Lucas y Catalina. Creo que soy yo la que debe preocuparse por ti sin que nos tengas a nosotros para cuidarte.

—Haré todo lo que pueda para que no me vuelvan a encarcelar —prometió Sebastián con una sonrisa que Sofía le devolvió.

—Te quiero mucho —dijo, besándolo de nuevo. Se inclinó hacia abajo para besar la frente de su hija—. Y a ti también te quiero. Cuando crezcas, te contaremos la historia de cómo fuimos a buscar a tus abuelos para que pudieran verte.

Dejaba muchas cosas atrás en el reino. Su hija y su marido eran las más evidentes de entre ellas, pero también había muchas otras. Sus primos estaban aquí, Hans trabajando en la tesorería, Ulf y Frig en la hacienda de Monthys, Jan… bueno, a él no lo había visto desde el día de su boda, pero esperaba que estuviera bien.

Las diversas facciones del reino parecían calmadas de momento. La Iglesia de la Diosa Enmascarada y la Asamblea parecían estar tranquilas hasta ahora, mientras que el progreso para la gente que había sido esclavizada bajo la Viuda ya había empezado. Aún más, Sofía confiaba en Sebastián. Si alguien podía hacer funcionar las cosas aquí mientras ella no estaba, ese era él. Todos los nobles y la gente lo respetaban, mientras que él conocía todos los asuntos del gobierno mucho mejor que ella.

Aun así, dejarlos a él y a Violeta era lo más duro que había hecho.

—Vendré lo antes que pueda —prometió—. Aprenderé a movilizar al viento para que empuje el barco más rápido, si hace falta. No permitiré que nada nos separe mucho más tiempo del necesario.

—Y cuando vuelvas, tendrás historias que contar —dijo Sebastián con una sonrisa que Sofía veía que no sentía. Estaba siendo valiente por ella, pero a veces ser valiente bastaba.

Una Corona para Los Asesinos

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