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III

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Pese a la diseminación de la videovigilancia a escala global, y en particular en México (Vite, 2014), aún no queda suficientemente claro su peso para reducir los escenarios de riesgo e inseguridad (Vonn y Boyle, 2012), pese a que hay trabajos que documentan cómo inhibe actos delictivos o contribuye de forma importante a la investigación policial (Smith, 2012). No obstante, como muestran Doyle, Lippert y Lyon (2012), aunque esto último respalda y justifica la instalación de más videocámaras, por lo regular se trata de eventos contingentes que no necesariamente reducen directamente las tasas delictivas. Sin embargo, advierte Barnard-Willis (2011), hay evidencia suficiente para señalar que contribuyen a mejorar la percepción de seguridad entre la ciudadanía. Quizás por eso, sugiere Norris (2012), la videovigilancia es vista, casi sin cuestionamiento, como la mejor respuesta para enfrentar la inseguridad; es la medida simbólica más efectiva contra el problema que representan el crimen y la delincuencia.

En tanto que la videovigilancia se ha consolidado como un dispositivo que forma parte de casi cualquier actividad de la vida diaria, se han desarrollado cuando menos tres aproximaciones teóricas para abordarla: una centrada en los procesos de disciplinamiento y gubernamentalidad,6 otra que enfatiza las lógicas del conflicto,7 y una tercera que destaca los mecanismos de solidaridad y cohesión que produce.8 Cada una de ellas está ligada a un marco particular de interpretación de la vigilancia.9

La primera se inspira en los trabajos sobre la vigilancia que desarrolló Foucault (1976, 1978) a finales de los setenta y principios de los ochenta, y se caracteriza por enfocarse en investigaciones que resaltan los efectos disciplinarios y de control a que da lugar la videovigilancia en las sociedades contemporáneas. La segunda aproximación, inspirada en los trabajos de Giddens (1987, 1991) sostiene, por el contrario, que la videovigilancia debe entenderse como un espacio de disputa entre organizaciones sociales y políticas por recolectar y sistematizar la información necesaria para, desde racionalidades diferenciadas, controlar el tiempo y el espacio donde las personas llevan a cabo sus actividades cotidianas.

La tercera interpretación, ligada a Lyon (1994), advierte que si bien la videovigilancia implica una relación asimétrica en la cual los que observan ostentan una posición privilegiada, quienes son observados no pueden ser vistos como meros actores en una posición pasiva. Por tanto, la vigilancia origina procesos de resistencia contra vigilancia y solidaridad, a partir de los cuales la sociedad aprovecha los mecanismos estatales y privados de monitoreo para abrogarse derechos individuales y colectivos. Así, a decir de Lyon, la vigilancia adquiere dos rostros: puede ser una estrategia de dominación y coerción, y puede generar procesos de cuidado y protección.

Sin embargo, esto no significa, observa Lyon (1994), que la vigilancia sea ambiguamente buena o mala. Debe ser comprendida en el contexto de las relaciones de poder que moviliza y dentro del marco institucional y normativo en el que se despliega. Por ello, en ocasiones da lugar a procesos de coerción y, en otras, a procesos de solidaridad social “que es literalmente ‘dada’, y no una posición de poder, y mucho menos una posición de mercado” (Lyon, 1994: 222). De este modo, la vigilancia produce dinámicas que promueven la libertad, la identidad y la dignidad humana, además de la participación y la responsabilidad social. En este sentido, se requiere examinar cómo la videovigilancia impone lógicas de control de la población, y cómo los actores ubicados en una posición de subordinación resisten, pugnan y cuestionan dichas lógicas, y a veces son capaces de producir lazos de solidaridad a través de procesos propios de vigilancia, autovigilancia y contravigilancia, incluso mediante la apropiación de los sistemas que operan bajo el control de entidades públicas y privadas.

Este libro analiza tales procesos de acoplamiento, confrontación, tensión y conflicto que emergen del cruce de distintas vigilancias producidas por diferentes actores en espacios y momentos específicos. Interesa observar cómo la disposición de los sistemas de vigilancia en el espacio público y privado —y su intersección— pone en juego un acervo de mecanismos que buscan disciplinar y gestionar grupos específicos, al tiempo que estos últimos cuestionan su instalación, contestan la mirada que cae sobre ellos, el tipo de imágenes que producen, la forma en que estas se usan, y la manera en que las imágenes se difunden y son interpretadas en la opinión pública. De esta forma el libro pretende contribuir a ampliar la comprensión de la videovigilancia en México y en América Latina, donde los estudios de este tipo son pocos, aunque han crecido significativamente en los últimos años. Su vértice de desarrollo ha llevado a destacar el papel de la videovigilancia como mecanismo de disciplina, control y gubernamentalidad —bajo el paraguas de la perspectiva foucaultiana y, a veces, con un claro rostro ensayístico y no sociológico—.10 Cierto, hay trabajos relevantes que analizan la videovigilancia como factor clave para el desarrollo de políticas públicas en seguridad11 y algunos más que subrayan, desde una perspectiva sociológica, su peso como mediación tecnológica a través de la cual se expresan tensiones, conflictos y acuerdos sociales.12

Videovigilancia en México

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